Educación: sin TIC no hay calidad ni cobertura.

Uno de los componentes más valiosos del acervo de una sociedad es la educación de sus niños y jóvenes. Sin embargo, los rezagos y retos estructurales de los sistemas educativos son de gran envergadura y reclaman consistencia en las políticas públicas de largo plazo.

Los rezagos más evidentes están asociados a la cobertura, pero también hay problemos serios en materia de calidad. Particularmente la actual coyuntura desatada por la pandemia del Covid evidenció un problema cuali-cuantitativo, el cual tiene que ver tanto con la cobertura como con la calidad del sistema educativo: el uso de las TIC en las escuelas.

Problema cuantitativo: cobertura.

En Colombia no existe aún cobertura universal en la educación media -grados 10 y 11-; ésta tan sólo alcanza el 72%. De estos, sólo 52% se matriculan en la educación superior  -técnico profesional, tecnólogo y universitario- y, más crítico aún, 47 de cada 100 estudiantes universitarios no logran culminar satisfactoriamente su carrera.

cobertura educativa en Colombia siglo XXI

En la educación básica y media se encuentra un problema de cobertura asociado a la deserción, el cual denota una profundización de las brechas de inequidad social. Para mediados de la década que acaba de terminar, en las zonas rurales de 100 estudiantes que ingresan al sistema, sólo 48 terminan la educación media, mientras en las ciudades este indicador alcanza el 82% de efectividad.

Problema cualitativo: calidad y pertinencia.

En materia de calidad, hay problemas serios de pertinencia asociados a) a la falta de visión de futuro -formar ciudadanos para un desarrollo sostenible en lo social y ambiental-; b) al desdén por las particularidades y necesidades territoriales locales -currículos centralizados-; c) al papel marginal que juegan los problemas sociales vigentes en las propuestas educativas -problemas de convivencia, inequidad, discriminación y medio ambiente, por ejemplo-; y d) a la desvalorización de la docencia como profesión (los mejores bachilleres no se matriculan en las facultades de licenciaturas y la tasa de profesores de inglés que no tienen la idoneidad es muy alta).

Un indicador interesante para hablar de pertinencia son las pruebas Pisa. La medición histórica que se ha hecho de Lectura, Matemáticas y Ciencias, competencias transversales que son necesarias en diferentes dimensiones de la vida del ser humano, muestra un constante y significativo rezago de nuestros estudiantes con respecto a otros países referentes. Recurrentemente Colombia se ubica entre los puestos 60 y 70, en un universo estadístico de 79 países que presentan dichas pruebas.

pruebas pisa

El uso de TIC, un problema cuali-cuantitativo.

El uso de TIC en la educación es un tema de calidad. Los jóvenes deben aprender a desenvolverse en redes, accediendo a información, produciendo contenidos y estableciendo relaciones con personas de diferentes culturas. Su vida adulta -en la universidad, en el trabajo, en el mercado, en su crecimiento personal y en las relaciones sociales- estará marcada por las posibilidades y retos que implican las tecnologías de información y comunicaciones. Es el momento histórico que nos tocó vivir. Los retos y oportunidades en todas las dimensiones se relacionan con el uso de las TIC.

No se trata de hacer una apología de esta revolución tecnológica. Sabemos de infinidad de problemas y complicaciones que han surgido con la expansión de Internet, pero todo cambio profundo trae consigo retos que pueden ser de índole social, económico, jurídico e, incluso ético y estético. Esta no será la excepción y habrá que enfrentarlos.

En consecuencia, la educación de este siglo XXI para que sea de calidad, debe incluir a las redes de información y conocimiento, tanto en sus contenidos como en las metodologías de enseñanza y aprendizaje. Y esto es una necesidad en todos los niveles del Sistema Educativo.

Pero, la pandemia del Covid hizo visible algo que todos sabíamos, pero de lo que nadie hablaba: la infraestructura y la cultura para el uso de las TIC se hallan rezagadas y dicho retraso también evidencia muestras de inequidad social.

Cuando los países entramos en cuarentena por causa de la pandemia, los sistemas educativos de todo el mundo tuvieron que recurrir a la virtualidad para dar continuidad a los procesos curriculares. ¿Y sí se pudo dar continuidad?

Aún no hay estudios suficientes y amplios, pero está claro que se encontraron problemas de calidad -los diseños curriculares no estabán adecuados para ser gestionados de manera remota; muchos maestros no estaban preparados para guiar el aprendizaje por fuera de su salón de clases y gran parte de los estudiantes no tenían ni las competencias, ni la motivación para sustituir sus clases de aula por sesiones sincrónicas en una plataforma de comunicación virtual.

Esto era de esperarse. A pesar de que Internet ya tiene más de seis lustros expandiéndose por el mundo, las escuelas y universidades aún centran sus esfuerzos en las mediaciones tradicionales. En consecuencia, la coyuntura seguramente será una oportunidad para impulsar a futuro los sistemas educativos combinando mediaciones -el aula presencial, el museo, la empresa, la granja, Zoom, Teams, etc.-. Se enriquece el abanico de oportunidades para las didácticas de los maestros y para el aprendizaje de los estudiantes.

Pero, la virtualidad, que ya se entendía como un vehículo para poder ampliar la cobertura llegando a comunidades lejanas y a personas con restricciones para asistir a los centros educativos -problemas de movilidad en las ciudades o limitaciones laborales o físicas), terminó siendo en esta pandemia una radiografía de inequidad social: durante la cuarentena, muchos niños y jóvenes no pudieron continuar sus estudios, ya que, no tienen conectividad o en sus casas no hay un computador para poder estudiar.

UNESCO señala en un informe que 17% de los niños en edad escolar quedaron literalmente “desconectados” de sus clases durante el cierre de sus escuelas, debido a la ausencia de condiciones tecnológicas: 258 millones de niños y jóvenes en todo el mundo. Este dato catastrófico cobija fundamentalmente a inmigrantes, niños de escuelas rurales, minorías étnicas y mujeres.

Según el mismo organismo, 40% de los países de ingreso medio y bajo no hicieron suficientes esfuerzos para evitar que la población más vulnerable parara sus estudios durante el cierre de las escuelas.  De igual manera, IESALC realizó un estudio que descubre que la pandemia dejó por fuera a 25% de los estudiantes de las universidades de América Latina, tan sólo por problemas de conectividad.

El mensaje es claro. Las inversiones en tecnología para la educación, con todas sus dimensiones -pedagógica, social, económica, ética-, deben ser una prioridad de la entrante década para asegurar una educación de calidad en el marco de una mayor cobertura. 

 

 

 

Fin de la cuarentena: sembrar futuro en lugar de volver a la normalidad.

Giovanny Cardona Montoya, agosto 23 de 2020.

 

Comienza a respirarse un aroma a posible “regreso a la normalidad”.

A pesar de que el número de fallecidos va camino del millón de personas, que los contagiados confirmados superan los 22 millones, -siendo éstos la muestra de un número desconocido de contagiados no diagnosticados-, y que se presentan rebrotes en algunas ciudades del mundo donde ya se han relajado las restricciones de interacción social, todo indica que Colombia y el planeta se van preparando para “volver a la normalidad”.

El anuncio de vacunas en Rusia y China, además de los informados avances de otras en Europa y Norteamérica y el “agotamiento” de un sistema económico focalizado en el crecimiento más que en el desarrollo social y ambiental, son los principales determinantes del final de la extendida pero necesaria cuarentena.

Sentiremos el alivio de poder volver a la calle y de reencontrarnos con seres queridos, de viajar y de sentarnos en un restaurante a departir con amigos. Probablemente los amantes del fútbol, de los conciertos y de las discotecas no están tan optimistas aún; las aglomeraciones siguen siendo “el Caín” de esta historia.

Digamos que esta lectura de un posible final de la cuarentena es básicamente un momento feliz. Y es comprensible.

Sin embargo, durante la pandemia han aflorado cuestionamientos serios a nuestro lifestyle, demandando una “nueva realidad”; no volver al tren de vida de antes. Pero parece que ya se nos está olvidando.

La súbita aparición del Covid conllevó incertidumbre, angustia y reacción. No lo vimos venir, no lo esperábamos, no sabíamos cómo actuar. Improvisación ha sido el nombre del juego.

¿Seguiremos siendo reactivos hacia el futuro? No deberíamos. ¿Por qué no?

1. La pandemia dejará secuelas. Aunque pronto habrán vacunas, los contagios y decesos continuarán por un buen tiempo (años). Adicionalmente, la Organización Panamericana de la Salud  señala que las enfermedades psicosociales se han multiplicado por el esfuerzo físico y emocional de evitar el contagio y por el miedo a la incertidumbre económica. Adicionalmente, millones de personas han perdido familiares (no sólo por el Covid) y no pudieron hacer el duelo, tienen una herida emocional abierta.

2. La normalidad es parte del problema.

El virus es altamente contagioso, pero su letalidad no lo es tanto. Por ello, la cuarentena es fundamental para minimizar los riesgos de contagio, agravamiento y muerte. La clave es que el crecimiento de contagios sea lento para que los sistemas de salud y  particularmente las Unidades de Cuidados Intensivos- UCI- no colapsen. Pero la normalidad de la que venimos es aquella en la cual millones de personas viven en la informalidad y no pueden darse el lujo de encerrarse en sus casas. Deben salir a la calle para asegurar su sustento.¿A esa normalidad deseamos regresar?

El Estado de Bienestar de esta época neoliberal – de los 80s hasta nuestros días- tiene como su hilo más delgado a la ecuación empleo-desempleo. Si tienes un contrato laboral estás cubierto, sino, caes al vacío. ¡Sálvese quien pueda!, no hay un sólido principio de solidaridad para el bienestar. En este contexto, la pandemia ha obligado al cierre de empresas, por ende, el desempleo y la reducción de salarios se han disparado en el mundo.  Según CEPAL, Latinoamérica incrementará su desempleo en más de 11 millones de personas-.

Esta crisis ha sido atendida bajo la perspectiva de la ortodoxia neoliberal: estabilidad macroeconómica  y lógica de mercado para distribuir sus costos. Se sacrifican empleos y salarios, a la vez que caen primero los trabajadores informales y las microempresas. Banco Mundial estima que 100 millones de personas caerán en pobreza extrema como consecuencia de la pandemia.

A nivel global sucede lo mismo. Es un virus que pone en peligro a toda la humanidad y no tenemos un régimen multilateral sanitario para enfrentarlo. Somos un archipiélago de países luchando contra un virus que no conoce de fronteras. Al mismo tiempo, ya comenzó la “subasta” para que cada país trate de acceder a la vacuna. ¿Dónde quedó el Preámbulo de la Carta de San Francisco: “…emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos.”?

economia informal             Imagen tomada de: https://comunicacionparalaincidencia.wordpress.com/2012/06/09/imagenes-de-la-economia-informal-8/

3. La cuarentena, una pausa del desarrollo “insostenible”.

La presencia de algunos animales exóticos o salvajes hacia grandes urbes ha sido una curiosidad de la cuarentena. Hechos más concretos y significativos fueron las chimeneas apagadas de fábricas cerradas, la menor movilidad de vehículos, la reducción de la huella de carbono de millones de personas que se quedaron en sus casas. Pero volveremos a la calle, prenderemos las calderas, volverán los vehículos a las autopistas. ¿Queremos regresar al desarrollo “insostenible”?

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4. ¿Un mundo interconectado?

La recesión no es más aguda en este primer semestre de 2020 gracias al teletrabajo, el e-commerce y la educación virtual. Sin el desarrollo de las TIC, la crisis económica habría sido mucho más aguda. Sin embargo, es claro que las escuelas no estaban preparadas, el teletrabajo no se ha afianzado y el comercio electrónico apenas representa 13%  de los intercambios nacionales e internacionales.

La escuela y las bibliotecas ya no son la principal fuente de información. El campus educativo debe ser para pensar, para co-crear y para debatir, usando la virtualidad como vehículo de acceso, producción e intercambio de datos, información y conocimiento. En esta época, una buena educación presencial se debe apoyar en la virtualidad y, de otro lado, la distancia no tiene que ser una barrera para acceder a educación de calidad.

Sin embargo, en la cuarentena se evidenciaron muchos y elevados muros: modelos educativos tradicionales, docentes sin experiencia y estudiantes no preparados, ni motivados para una comunicación remota. Peor aún, según UNESCO, hay un alto porcentaje de hogares sin acceso a Internet.

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En síntesis, no debemos regresar a la “vieja normalidad” porque:

– es una normalidad basada en una ética socioéconómica excesivamente individualista y en una frágil solidaridad supranacional entre los países;

– las secuelas de la pandemia (económicas, físicas y emocionales) requieren de creatividad solidaria para una rápida recuperación;

el planeta no resiste el tren de producción y consumo que llevábamos antes de la pandemia. Hay que migrar hacia una cultura de la frugalidad.

– el acceso universal a las TIC podría elevar nuestra calidad de vida, mejorando la cobertura, oportunidad y eficiencia de servicios que requerimos: educación, salud, banca, recreación, etc. No se trata de poner la virtualidad por encima de la convivencia tradicional, sino de aprovechar su potencial.

 

¿Podrá la humanidad sobrevivir a pesar de sí misma?

Agosto 9 de 2020.

Homo Sapiens: ser de ciencia, ser de guerra.

La historia de la humanidad es larga y compleja. Desde nuestro abuelo, el Homo Sapiens, hasta nuestros días, han pasado al menos un par de millones de años. Sin embargo, jamás habiamos sido tan poderosos y, a la vez, letales como en los últimos cien años.

La humanidad desde su prehistoria tiene una lista de innumerables desarrollos vitales y, a la vez, de fratricidas guerras. La dialéctica de la humanidad es un constante contraste entre la creación de memorables fuentes de felicidad y la sucesión de devastadoras conflagraciones. Somos una especie muy compleja desde lo biológico -pluricelulares- y desde lo sociológico -nos matamos unos a otros y no lo hacemos por instinto de conservación-.

La ciencia y la religión se han esmerado a lo largo de los siglos por explicar las razones de nuestro histórico y complejo comportamiento.  Tratar de entender qué nos motiva a avanzar y a convivir; y qué nos impulsa a la confrontación y a la destrucción son constantes en la reflexión de científicos, de teólogos y del homo sapiens de a pie. Y no hay respuestas. O, mejor dicho, hay decenas de diversas y antagónicas respuestas.

Civilización: dialéctica de la vida y de la muerte.

Entre pensadores que privilegian la naturaleza biológica -que pareciera dotada de egoismo natural- y aquellos científicos que encuentran en el entorno la oportunidad de moldear nuestro comportamiento social, no hemos podido confirmar si en nuestra naturaleza se halla  el germen para construir una utopia social.  Somos biológicamente complejos. Somos socialmente complejos.

Al margen de dicha inacabada discusión, la realidad es que la dialéctica de creación-destrucción que caracteriza al desarrollo humano y social se ha erigido como una espiral volcánica que gradualmente nos acerca a su erupción.

Uno de los mayores logros de la humanidad a lo largo de los siglos ha sido la marea de la llamada civilización que, habiendo arrasado con las culturas bárbaras, se eleva hasta inundar las extensas playas del planeta. Con sus aguas, han llegado los derechos humanos, las ciencias de la vida, la tecnología de la medicina, las técnicas de cultivos. Se ha bañado al planeta con las frescas aguas de la vida.

La civilización es una categoría que la historia puede asociar al imperio de la razón -griegos, modernidad-, pero que también sirvió de fundamento para distinguir al extranjero, al pobre o al esclavo (no cultivado, inculto) del verdadero habitante de la polis. En otra perspectiva que también tiene su origen en el supuesto imperio de la razón, los bárbaros serían aquellos que no abrazaban las religiones monoteistas -judeo-cristianas-, éstas sí, civilizadas.

Por lo tanto, a pesar de que la razón aparece como eje central de la argumentación histórica y epistemológica de la categoría civilización, la verdad es que la evolución de las grandes civilizaciones ha sido un camino empedrado de muerte y violencia. En otras palabras, la idea de civilización que hemos heredado no trae consigo una implicación universal de convivencia. La convivencia entre los miembros de cierta civilización no es automáticamente extrapolable a otros “seres vivos”, ni siquiera a todos los “seres humanos”

Sembrando la cicuta que beberemos.

Y aquí, bajo esta sombrilla denominada civilización nos hallamos en el actual momento histórico. Desde mediados del siglo XVIII hemos detonado dos procesos implícitamente positivos, esto es, asociados a la vida y no a la muerte; a la alegría y no al dolor.

De un lado, una secuencia de revoluciones industriales que traen consigo bienes y servicios que mejoran la vida de las personas y las sociedades: máquinas (a vapor, eléctricas, electrónicas), vehículos mecánicos y electrónicos, telecomunicaciones y comunicación digital, vacunas, calefacción, técnicas avanzadas de producción de alimentos, etc. Del otro lado, y en consecuencia de la anterior, la población mundial crece a velocidad exponencial. Pasaron más de 2000 años para que la población mundial se duplicara (de 500 a mil millones), pero en tan solo 150 años superamos los 7 mil millones de habitantes.

Paralelo a esta realidad “positiva”, hemos desarrollado las armas más letales jamás construidas, tenemos la capacidad militar de destruir la vida en todas -o casi todas- sus manifestaciones sobre el planeta. Y, de hecho, frecuentemente ponemos a prueba dichas capacidades. Además de las dos guerras mundiales, en el siglo XX se cuentan cerca de 150 confrontaciones internacionales, guerras civiles y genocidios.

Entonces, nos encontramos ante una nueva realidad histórica. Hemos sobrepoblado el planeta, lo habitamos por doquier, y para continuar o alcanzar el estilo de vida soñado (sociedad de consumo) debemos agotar sus recursos. Estamos destruyendo el planeta y lo sabemos; ya pronosticamos el tiempo de vida que le queda antes de colapsar y nadie está hablando de siglos, sino de décadas. Y no hacemos (casi) nada para frenar el apocalipsis.

20 sintomas del calentamiento global

Adicionalmente, el modelo de desarrollo socio-económico hegemónico tiene una naturaleza basada en la competencia, por lo cual, siempre hay ganadores y hay perdedores: hay gente con trabajo y hay desempleados; hay países industrializados y naciones subdesarrolladas; hay familias ricas y poderosas y hay millones de personas con problemas de malnutrición y de desnutrición. Pero, lo crítico no es la existencia de inequidades, son las magnitudes de las mismas:

INEQUIDAD EN EL PLANETA

En síntesis, la capacidad de resolver este tipo de problemas la tenemos. Pero la voluntad para hacerlo parece que no. Por ejemplo,la actual pandemia, -un virus que contagió al planeta en tan sólo seis meses y que provoca la que será seguramente una de las dos peores recesiones económicas de los últimos 100 años- reta a la humanidad como una aldea global y la respuesta parece ser un archipiélago de paliativos que al final dejarán una estela de familias empobrecidas, pequeñas empresas quebradas y millones de muertos.

Crisis racional de la civilización

Más que un debate moral (que buena falta nos haría), asumo una cuestión de carácter racional. Las cualidades de nuestra civilización hacen agua. Desde la lógica de la supervivencia de la humanidad (por no hablar del planeta y de la vida en general), las actuales definiciones de libertad, justicia social y desarrollo socio-económico no son compatibles con la crisis que enfrentamos. Una libertad basada en el mercado y no en las diversas dimensiones del ser, una justicia social centrada en la dádiva y no en el reconocimiento del otro como un semejante; y un desarrollo socio-económico inspirado en crecimiento, derroche y consumo ilimitado, hacen inviable la pervivencia de la especie humana.

Bajo esta lógica, recurriendo a nuestro instinto de conservación y a la racionalidad que nos diferencia de otras especies, se hace necesario revisar aquello que denominamos la civilización más avanzado o el máximo nivel de desarrollo. Estamos llevando al planeta camino del desfiladero.

 

 

¿Educación virtual o virtualidad en la educación?

Giovanny Cardona Montoya, julio 19 de 2020.

 

Los modelos de “escuela” han mutado a lo largo de los siglos. La tradición oral, la lectura del texto escrito o la video-conferencia son manifestaciones de forma de la esencia de las instituciones educativas: la preservación de la cultura. Que las nuevas generaciones apropien el acervo cultural de la humanidad -las ciencias, las artes, las técnicas, etc.-, esa es la razón de ser de la escuela.

A pesar de que la coyuntura que viven los sistemas educativos en el mundo, como consecuencia del requerido distanciamiento social, ha revivido el interés por el uso de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en los procesos formativos, la realidad es que la virtualidad lleva más de un cuarto de siglo permeando todos los centros de formación: la escuela técnica, el colegio, la universidad; todos.

Ahora se oyen voces -inclusos voces muy autorizadas- que declaran que la virtualidad nunca sustituirá a la presencialidad; que debemos volver al campus -a los edificios con aulas y bibliotecas- cuando la pandemia lo permita. Pero, ¿acaso nos estamos haciendo la pregunta correcta?

- Nos negamos a abandonar el pasado.

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Quienes vivimos la actual coyuntura somos personas nacidas en el siglo XX o en el XXI. De hecho, más del 90% de la población mundial nació después de la segunda guerra mundial. Por lo tanto, tenemos una idea muy lineal y clásica de lo que es una escuela: un salón, una sillas enfiladas hacia el frente, un tablero. Si bien, hay multiplicidad de alternativas, como los talleres, los laboratorios o las granjas, la realidad es que el aula tradicional sigue siendo el eje principal alrededor del cual giran los imaginarios sobre la educación escolarizada.

Pero, la arquitectura del aula de clases no es un capricho o una moda. El aula de clases es el escenario de interacción entre docentes y estudiantes alrededor del conocimiento; y aquel responde a condiciones socio-económicas,  políticas y culturales de la época.

Y, cuando hablamos de época nos referimos a condiciones temporales características de clusters de generaciones que han vivido bajo un paradigma socio-cultural determinado: tal vez la modernidad y la sociedad industrial (siglos), la explosión demográfica (más de un siglo) o la segunda post-guerra mundial (casi un siglo) puedan servir de hitos para diagramar la época en la que se ha desarrollado el actual sistema educativo.

Pero, cada época es un constructo teórico de cualidades dialécticas que indican que persisten rezagos de épocas anteriores, a la vez que se engendran las células de una posterior. Así que, aunque la modernidad tiene su esencia en el uso de la lógica y la razón, las escuelas públicas conservaron por siglos la enseñanza de la religión como componente de sus currículos.  De igual, manera, la necesidad de ampliar la cobertura educativa -por las crecientes aspiraciones de la mujer y la necesidad de cualificar trabajadores para el sector industrial- y la dificultad para crear escuelas fuera de los grandes centros poblacionales, dieron origen a la “educación a distancia”, la cual fue evolucionando del correo a las mediaciones de radio y televisión, para luego fortalecerse con las oportunidades que emergen de la informática e Internet.

- La Sociedad del Conocimiento: el presente hito.

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Desde hace medio siglo la productividad del conocimiento ha sido el motor del crecimiento económico mundial (Drucker, Castells). Y esta realidad -aceleración y globalización de la producción, acumulación, difusión y uso de la información y del  conocimiento- es uno de los ejes de la nueva época. La hegemonía de las escuelas como escenarios de transmisión de información y conocimiento ha caído. La nueva era reclama de las instituciones educativas y particularmente de sus procesos curriculares y de sus docentes, un repensarse de cara a las nuevas posibilidades que ofrecen las TIC y a las nuevas necesidades que enfrentan las sociedades.

Algunos retos de la nueva escuela son heredados de la época anterior: asegurar la suficiente cobertura educativa, detener el holocausto ambiental y crear posibilidades para que millones de personas marginadas accedan a los medios para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Otros retos se derivan de las nuevas realidades: preparar jóvenes para desempeñarse en red, convivir con diversas culturas, enfrentar la incertidumbre y mitigar la angustia que generan, la velocidad de los cambios y el creciente debate alrededor de paradigmas morales históricamente consolidados.

Por lo tanto, el necesario debate acerca de las instituciones educativas después de la pandemia no se puede enfocar en un supuesto antagonismo entre la virtualidad y la educación denominada “presencial”. En esta sociedad del conocimiento no hay educación de calidad si ésta no incluye dispositivos tecnológicos, acceso a suficiente y permanente  información, comunicación en red y uso de softwares especializados.

- Repensar la institución educativa.

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Una propuesta curricular es un sistema consciente de relaciones entre profesores y estudiantes alrededor de las necesidades de aprendizaje, los contenidos, las metodologías y la evaluación de resultados. Por lo tanto, el aula de clases es sólo un componente, un ambiente que facilita la experiencia curricular. El aula ideal de clases (el salón en una escuela, la plataforma zoom, la granja agrícola, la sala de cirugías, etc.) depende de los componentes señalados (objetivos, contenidos, métodos) y de las particularidades y condiciones socio-económicas y culturales de los participantes del proceso de formación.

La educación de calidad debe llegar a jóvenes cuya actividad principal es el estudio, pero también debe atender a los campesinos, a las personas que trabajan en el día y deben estudiar en la noche, a las personas con limitaciones físicas (de movilidad, auditivas, de la vista, etc.). Frente a necesidades tan diversas, las mediaciones virtuales son una excelente herramienta que complementa (siempre) o sustituye (en muchos casos) a la educación que se puede realizar en encuentros presenciales.

Si bien, hay actividades de aprendizaje que deben llevarse a cabo en escenarios especializados (el hospital, la granja, la obra de construcción), también es verdad que la virtualidad no se reduce a una comunicación en línea entre estudiantes y profesores (la video-conferencia). La virtualidad en la educación tiene que ver con el acceso y uso de información pertinente producida por toda la humanidad (bases de datos, virtualtecas); el uso de softwares y simuladores especializados para diferentes actividades sociales y económicas; y la co-creación de conocimiento en red (comunidades de conocimiento).

Con seguridad los encuentros en el campus físico de una universidad tienen un sinnúmero de bondades para el aprendizaje y la co-creación de conocimiento, entre otras, gracias a los efectos emocionales que puede tener el contacto personal y la comunicación face to face. Pero, eso no significa que los encuentros en línea, al igual que la comunicación asincrónica, no puedan ofrecer otras ventajas en el proceso de formación. La comunicación en red tiene una mayor cobertura (estudiantes con dificultades de movilidad), acerca al diálogo a profesores extranjeros (calidad sin costos de desplazamiento) y a estudiantes de otras regiones y países (interculturalidad).

En síntesis, las fortalezas de la virtualidad o de los campus universitarios en los procesos educativos no son fuente de antagonismos. La educación de calidad en la actualidad debe asegurar que el acervo de conocimiento de la humanidad se preserve y ello incluye las capacidades desempeñarse en red y convivir en un mundo multicultural.

Las particularidades de los saberes especializados (las ciencias puras, las ciencias sociales, las tecnologías, las técnicas, las humanidades, la estética), las condiciones socio-económicas de los estudiantes, el desarrollo de las didácticas por parte de los pedagogos y los retos de futuro, deben ser los factores que determinen la combinación ideal de mediaciones (presenciales y virtuales) para asegurar una amplia cobertura educativa con calidad.

En cambio, estamos en mora de revisar los calendarios rígidos, los contenidos excesivamente estandarizados que desconocen las particularidades del estudiante, las metodologías tradicionales y unidireccionales que aún acostumbran muchos docentes y las evaluaciones “enciclopedistas” que verifican la asimilación de contenidos pero no las capacidades o competencias que deben desarrollar los estudiantes para vivir en esta compleja sociedad del conocimiento: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a preguntar, aprender a debatir, aprender a conocer y respetar la diferencia, aprender a descubrir, aprender a co-crear…

 

 

 

 

 

Covid desnuda las debilidades de la ONU y del Sistema de Cooperación Internacional.

Giovanny Cardona Montoya, julio 5 de 2020.

 

En 1944 fue Bretton Woods; en 1945, San Francisco y en 1947, La Habana. La arquitectura de la cooperación internacional post segunda guerra mundial nació en esas tres conferencias. El Sistema de las Naciones Unidas, las instituciones FMI-BIRF y el binomio GATT-OMC fueron erigidos con el propósito de asegurar el desarrollo y la convivencia pacífica entre las naciones, la estabilidad del sistema monetario internacional y un comercio con reglas transparentes y previsibles para los gobiernos y las empresas.

La arquitectura de la cooperación internacional, a pesar de sus críticos.

Por décadas, los teóricos de las relaciones internacionales han debatido acerca de los principios rectores, la eficiencia y la pertinencia de la actual arquitectura de la cooperación internacional. Algunos positivistas ven en la Asamblea General de la ONU el espíritu de “los 14 puntos de Wilson”, mientras los padres de la Realpolitik tienden a endilgarle al Consejo de Seguridad la condición de escenario de negoción entre potencias en un mundo claramente polarizado.

Las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial) tampoco se libran de cuestonamientos teóricos y de señalamientos por parte de movimientos sociales. Los partidos que se ubican del centro a la izquierda del espectro político (laboristas, sociademócratas, verdes y comunistas) tienden a ver al FMI como instrumento para la defensa de los intereses de las grandes potencias y particularmente de sus bancos multinacionales.

El sistema GATT-OMC ha sido duramente criticado por los pensadores de la teoría de la dependencia (Cardoso, Faletto y los cepalinos de los 60s y 70s) por concebirse como un instrumento que facilita a las naciones del Centro acceder a los mercados y a los insumos de la Periferia, condenando a estos últimos a la condición de productores de materias primas.

De hecho, el Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) nació como un reclamo del G-77 en el marco de la UNCTAD, al considerar que la Cláusula de la Nación Más Favorecida pone a desiguales a competir en condiciones iguales, lo que desdice de la realidad del mundo en el que conviven naciones industrializadas, economías emergentes, otros países en vía de desarrollo y aquellos que parecieran inevitablemente condenados a la pobreza -las Naciones Menos Avanzadas-.

La arquitectura de la cooperación internacional, que nació con el final de la segunda guerra mundial y que buscaba aprender las lecciones de los errores cometidos durante la primera mitad del siglo XX, se ha transformado a lo largo de las décadas y, a pesar de las críticas (conceptuales y socio-políticas), ha mantenido cierto nivel de legitimidad…hasta ahora.

Relación dialéctica entre la globalización y el Sistema de Cooperación Internacional.

Tal vez los defensores del Sistema de Cooperación Internacional puedan esgrimir como su mayor logro el auge de la globalización, entendida esta última como un proceso continuo de unificación y homogeneización de mercados y culturas. Muchos eventos dan cuenta que en los últimos 30 años los habitantes del planeta vivimos más juntos (viajamos más, vivimos más conectados) y más integrados -usamos microsoft, consumimos Hollywood, vemos el mundial de fútbol, compramos en Amazon, hablamos inglés-.

Pero obviamente, la realidad no es tan simple. No somos tan homogéneos, no estamos tan integrados y, peor aún, la globalización no es muy justa en la distribución de beneficios y costos.La pésima distribución de la riqueza mundial  (G-7 +3 produce el 66,5% del PIB mundial) y la gradual desaparición de manifestaciones culturales de pueblos y naciones del “Sur”, dan cuenta de una muy inequitativa globalización.

Eso sí, la globalización de los mercados financieros, de bienes industriales y de servicios es una realidad. El FMI y el sistema GATT-OMC (reforzado este último por los TLC), han facilitado la expansión del comercio mundial y del mercado global de capitales.

Ahora, hay que reconocer que existen avances en dimensiones que inciden positivamente en el desarrollo humano y social. Algunos críticos podrán señalar -no sin razón- que no es suficiente, que se ha privilegiado el lucro privado por encima del bienestar social; pero en una línea de tiempo se puede demostrar que el planeta en general -aunque con diferentes niveles de logro entre regiones- ha avanzado, en parte gracias a la globalización y a la cooperación internacional. Los números no mienten.

Datos estimados entre 1800 y 2015

Pero la globalización, con sus aportes y sus defectos, tiene en su naturaleza un principio que le es inherente:

“todo lo que sucede en un lugar impacta al planeta entero; por lo tanto, nada tiene una solución exclusivamente local.”

Ahora, el coronavirus.

Todo indica que nace en un lugar determinado -Wuhan, China-, pero en seis meses (entre noviembre y abril)  invade el planeta. La globalización -viajes internacionales en este caso- acelera el proceso de contagio a nivel planetario. Las consecuencias son amplias y diversas: contagios crecientes, colapso de los sistemas sanitarios locales y muerte de la población más vulnerable. No hay vacuna, por ende, es enorme la incertidumbre sobre la posible duración de la pandemia. Hasta ahí las consecuencias más evidentes.

Pero esta es la pandemia más compleja que ha vivido el planeta como un todo. Aunque hasta ahora los números de víctimas no superan a los de otras pandemias, las dimensiones globales de la crisis sanitaria en tan corto tiempo, son únicas en la historia moderna. De ahí las otras consecuencias.

La mayoría de los países del planeta han tenido que hacer cuarentena y cerrar empresas o diezmar servicios. Se ha deprimido la economía mundial; se estima que la recesión global y el desempleo a finales de 2020 serán comparables con las peores crisis económicas vividas en el siglo XX, incluida la de 1929-1933.

Adicionalmente, casi que se han paralizado los sistemas educativos. Hoy las escuelas y universidades intentan dar continuidad a los procesos formativos a través de la comunicación remota. Pero las evidencias señalan que no había una preparación pedagógica por parte de la mayoría de los docentes, los estudiantes no estaban emocionalmente dispuestos y las inequidades socio-económicas imposibilitan que grandes porcentajes de la población puedan acceder a esta educación por falta de recursos tecnológicos (sin conectividad, sin computador).

Y hay más preocupaciones: crisis emocionales de personas y familias por el encierro y la incertidumbre, dificultades para realizar procesos electorales, limitaciones para que las personas realicen actividad física, pérdida de libertades de los individuos sobre la base de cuidar la vida y la salud de la población, etc.

El problema es global pero la solución se está dando localmente.

La OMS trata de mantener su rol de ente rector para enfrentar la pandemia pero, más allá de dar lineamientos y recomendaciones en materia de salud pública -no sin debates-, su participación es marginal. El problema se está resolviendo en cada país y en cada localidad, según los niveles de autonomía que establezcan las constituciones políticas de cada nación. Así, ha sido caótico el manejo de la pandemia en Estados Unidos, en parte por las disputas entre la Casa Blanca y los gobernantes de cada Estado.

Por lo tanto, la primera cuestión fue la ausencia de concertación para haber frenado o desacelerado la expansión de un virus que fue detectado en un territorio específico. Cada país tomó sus decisiones haciendo lecturas particulares de la situación internacional y de las capacidades y riesgos locales. En otras palabras, el orden multilateral ha sido débil en materia ejecutiva.

Y esta debilidad hace temer por lo que será la implementación de la solución cuando se descubra la vacuna. ¿Se tendrá el orden más adecuado para producir, distribuir y aplicar, de modo tal que se tenga eficiencia y equidad? La ineficiencia y la inequidad en el proceso de vacunación no sólo afectará a los países más pobres. Este es un virus muy “globalizado”, si no se le atiende con ojos planetarios, todos los países correrán el riesgo de una nueva recaída.

Pero lo multilateral no sólo se ve débil en materia sanitaria. La mayoría de los países, de manera unilateral, están flexibilizando las políticas monetarias y la regla fiscal; hay problemas y retos en materia aeronáutica; el año escolar será cuasi-fallido en muchos países, el comercio mundial probablemente vea una nueva ola de neo-proteccionismo, etc.

Un ejemplo muy palpable de extensa y profunda interdependencia es el económico. Cada país ha venido reactivando sus sectores económicas de acuerdo a la evolución de los indicadores sanitarios locales (curva de contagios y fallecidos por coronavirus). Pero la conexión intersectorial es una de las realidades más significativas de la globalización: ninguna empresa hace un producto completo, sino que, depende de proveedores a lo largo y ancho del planeta.

cadenas globales de valor, un avion

Las Cadenas Globales de Valor y el Comercio Mundial de Tareas son la característica más significativa de los procesos productivos en tiempos de la globalización. Por lo tanto, si no se da una coordinación intersectorial -nacional e internacional- la reanimación del ciclo económico será lenta e ineficiente. De nada le sirve a una empresa que su gobierno le autorice a reiniciar labores si sus proveedores no pueden hacerlo o si no hay vuelos programados que transporten los insumos de un lugar a otro. La ausencia de coordinación multilateral pasa cuenta de cobro con consecuencias notorias en la recuperación del empleo.

De la ONU para abajo, el espíritu de La Carta de San Francisco brilla por su ausencia. Bajo el principio de “sálvese quien pueda”, las decisiones locales se imponen, con una frágil excepción en el concierto de la Unión Europea.

El coronavirus ha desnudado las debilidades de la arquitectura del Sistema de Cooperación Internacional. Casi nada se está resolviendo de manera concertada y es muy probable que cierto nivel de autarquia y proteccionismo emerjan en el mundo post-pandemia.

El actual Sistema de Cooperación Internacional se erige sobre pilares de barro. Los intereses mezquinos de ciertos países, reflejados, por ejemplo, en las constantes amenazas de Estados Unidos para desfinanciar a la ONU, a la UNESCO, a la OMS o a cualquier organismo que le sea contrario a sus intereses, así lo demuestran. De igual manera, la naturaleza depredadora del sistema socio-económico imperante no permite a la cooperación internacional de carácter multilateral asumir un protagonismo verdaderamente relevante y trascendental.

En pocos meses el covid-19 nos ha recordado -como lo han hecho  a lo largo de las décadas, la carrera armamentista nuclear y el calentamiento global- que la extinción de la especie humana sí es posible, pero que la solución en gran medida está en nuestras manos. Y dicha solución, en un mundo globalizado, depende de la capacidad de concertación multilateral en función de propósitos superiores.

Pero el actual Sistema de Cooperación Internacional aún se nutre del espíritu insolidario de la desaparecida guerra fría y de la soberbia antropocéntrica de siglos pasados. Esta no es una arquitectura adecuada para el siglo XXI; sus principios no se derivan de los retos compartidos de la humanidad y del planeta.