Muere el último ícono del socialismo del siglo pasado.

Este 25 de noviembre no sólo murió el líder de la revolución cubana, también lo hizo el último representante del socialismo tal y como lo entendieron Lenin y sus seguidores en 1917. Con la muerte de Fidel Castro también se aproxima el final del centenario modelo bolchevique de revolución socialista.

Aunque países como China o Vietnam son regidos por partidos comunistas, es evidente que éstos hace rato renunciaron al socialismo como modelo de desarrollo político y económico: la economía de mercado y el auge de la propiedad privada en estos países así lo evidencian. Corea del Norte es un caso aparte, ya que éste es un país regido por una monarquía autoproclamada, vestida con los ropajes de un partido, los cuales no logran camuflar su verdadera naturaleza.

El socialismo: de la teoría a la práctica.

La idea de una sociedad más justa y equitativa no es nueva. Owen en Inglaterra y Saint-Simon en Francia, señalaron una primera propuesta estructurada, la cual ha sido reconocida académicamente como la del socialismo utópico. Su heredero natural fue Karl Marx quien dio un tono riguroso, desde el método de la ciencia, a un salto de la sociedad a una etapa superior, la del comunismo, luego de resolverse las contradicciones entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el carácter explotador de las relaciones de producción de la sociedad capitalista.

Hasta aquí todo es conceptual. Los bolcheviques rusos, en 1917, trataron de darle vida a la idea de una sociedad sin clases sociales, apoyados en los postulados teóricos que dejó Marx. Sin embargo, y esto es fundamental, el pensador alemán dejó más que todo un método de análisis (materialismo histórico), ya que no logró develar el secreto prospectivo de la, hasta entonces desconocida, sociedad sin clases sociales. O sea, lo que la humanidad ha logrado ver o vivir durante los últimos 99 años son las diversas interpretaciones de una teoría inconclusa.

El socialismo que conocí, el socialismo como lo entiendo.

Tuve la oportunidad de conocer el socialismo real desde adentro, monitoreándolo desde la Ucrania Soviética y luego a través de esporádicas visitas académicas a la mayor de Las Antillas. Sin embargo, fue la experiencia en Kiev la que mayores claridades me dió. Ahora, más que el lugar, fue la época la que marcó mi visión de los hechos: vivi el final del supuesto “socialismo desarrollado” de Brezhnev y el devenir de la Perestroika de Gorbachov. Fue esta última un hervidero de discusiones al interior del sistema, algo nunca visto por los soviéiticos a lo largo de décadas en la URSS, especialmente desde el gobierno de Stalin.

A grosso modo, y a riesgo de ser simplista, puedo señalar que existen dos pilares fundamentales que los líderes del “socialismo real” debían asegurar: la existencia de democracia con un único partido político y la justa distribución de la riqueza a partir de una sociedad sin propiedad privada. Utilizando estos dos hitos como lienzo para delinear mis ideas, puedo indicar que desde la renuncia a los mismos se comenzó a destruir la idea de una sociedad sin clases sociales, justa y democrática.

Se destruyó la economía de mercado, eso sí; se creó el partido de los trabajadores, esto también. Pero la democracia originaria se iba diluyendo en la medida que los “revolucionarios” se institucionalizaban. De igual modo, en la medida que el partido comunista fue dejando su rol de líder de la revolución para convertirse en estructura burocrática, la distribución de la riqueza fue haciéndose proporcional a la cercanía que los individuos tuvieran de las esferas del poder.

En otras palabras, en Europa del Este y la URSS, al igual que en otras naciones que se inspiraron en el modelo soviético (Cuba, los países de Indochina y Mongolia), el partido comunista se “aburguesó”, asumió una posición de élite que segregaba a quienes disentian de las posiciones oficiales, lo que fue minando el reto mayor de garantizar una verdadera democracia con un solo partido político. El supuesto de que existiera una sola clase social -la de los trabajadores- no fue garantía para que un único partido pudiera representar los intereses de toda la sociedad. No, no fue así. En contravía se gestó una élite burocrática que se adueñó del discurso revolucionario y de los excedentes del trabajo, aunque no ejerciera propiedad jurídica sobre los medios de producción.

En síntesis, deseo señalar que creo que la utopía de Saint-Simon, Owen, y del mismo Marx, siguen vigentes. Sin embargo, me parece evidente que los padres del socialismo real (Lenin,  Mao, Fidel y muchos más) estuvieron, en sus orígenes, más inspirados por la ilusión de los primeros que por el rigor científico del último. Marx es uno de los autores más respetados del siglo XIX y sus escritos siguen siendo fuente de debate en los escenarios de ciencia. Sin embargo, su aporte, tal y como se planteó al inicio de este artículo, tiene más que ver con el método para estudiar la historia de la humanidad que con sus postulados para construir una nueva sociedad.

El socialismo del siglo XX (URSS, Europa del Este, Cuba, Vietnam, Mongolia, China) no pudo superar las debilidades que la raza humana ha evidenciado a lo largo de miles de años: amor por el poder y una sostenida búsqueda del lucro individual, aún por encima de los intereses colectivos. Tanto en la URSS como en Cuba o Europa del Este se desmontó la estructura de poder burgués y el modelo económico centrado en el mercado; sin embargo, la ausencia de una propiedad privada no garantizó que hubiera democracia (todos los trabajadores somos iguales), ni que la distribución de la riqueza fuera equitativa (la propiedad es colectiva).

Para cerrar.

Fue Allende quien abrió el debate sobre un nuevo camino: construir socialismo en un sistema donde la propiedad privada no sería derrotada por decreto sino en la arena de la lucha entre la economía de mercado y la propiedad socialista. Sin embargo, la burguesía chilena demostró que no renunciaría tan fácil a la propiedad de los medios de producción y al control del Estado. Ahora, todo parece indicar que los líderes del llamado socialismo del siglo XXI (con Chavez a la cabeza) no aprendieron mucho ni del fracaso del viejo socialismo, ni de la experiencia de Allende en Chile.

La utopía sigue viva, pero el camino a ella está más oscuro que nunca. Se ha perdido un siglo en el que el socialismo real obnuviló tanto a soñadores como a usurpadores del poder.

La economía de mercado, a lo largo del planeta, desde hace una década está viviendo una de sus mayores y más largas crisis. Sin embargo, los pensadores que ven al capitalismo sólo como una etapa más del desarrollo de la humanidad tienen que ser más rigurosos que sus antecesores para buscar el hilo conductor que pueda llevar a esta última a una sociedad verdaderamente democrática: en la que el voto sea inteligente (mayoría de edad diría Kant) y donde el estómago vacío no perpetúe en el poder a quienes se quedan con el pan y reparten las migajas.

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