¿Por qué ser “Occidental” frena el Desarrollo Sostenible?

Cuando recuerdo que en el aula de clase me enseñaban el mundo, los profesores hablaban de Occidente y Oriente. Con cierto orgullo, consensuábamos con los docentes que nosotros los colombianos éramos occidentales, porque con Occidente se relacionan el Estado de Derecho, los Derechos Humanos, la Racionalidad y el Enciclopedismo. Hoy me genera sospecha esa afirmación.

¿Qué es ser Occidental en el presente?

El planeta se está agotando: tala de bosques, se reduce el oxígeno de calidad, escasez de agua potable, deterioro del clima (cada vez menos  predecible y con temperaturas extremas) y hambrunas son, tal vez, las principales características de esta crisis.

Una de las principales razones de esta crisis es el comportamiento de la especie humana, con un protagonismo no desdeñable de nosotros “los occidentales”. ¿Por qué esta afirmación? Porque algo que caracteriza a “los occidentales” del último siglo es que nos gusta poseer y consumir ilimitadamente. He ahí el problema si se le entiende desde la perspectiva cultural e individual.

Poseer, ¿sinónimo de bienestar?

Vivimos en una sociedad donde medimos el éxito, la felicidad e, incluso, el bienestar con base en el valor de las posesiones. Poseer más significa más riqueza, más satisfacción, más estatus, más felicidad…más bienestar. Así nos sentimos y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana.

Pero la crisis que vive el planeta conlleva repensar esta forma de medir el desarrollo de las personas y las familias. Y no se trata de abandonar lo mejor de la cultura occidental, todo lo contrario, lo mejor es apoyarse en su humanismo y su racionalidad para cuestionar el comportamiento nocivo que hemos asumido como consumidores.

El bienestar es una categoría económica que plantea la posibilidad de optimizar producción, intercambio y consumo, logrando la mayor satisfacción (valor) con el menor esfuerzo (costo) posible.

Si comenzamos por el esfuerzo, entonces, reconozcamos algo: estamos pagando el mayor costo por lo que poseemos. Para consumir como lo estamos haciendo en la actualidad estamos acabando con el planeta; estamos sembrando hambrunas y estamos condenando el bienestar de futuras generaciones. En otras palabras, queda perfectamente argumentado desde la racionalidad y el humanismo “occidental” que no estamos logrando mayor bienestar, puesto que estamos pagando el mayor costo: sacrificando el futuro del planeta y condenando a las generaciones futuras.

Ahora, si hablamos de valor (beneficios, satisfacciones) entonces, también tenemos argumentos muy “occidentales” para cuestionar el supuesto bienestar:

  • Poseer un vehículo particular (por persona, ni siquiera por familia). ¿Cuánto tiempo gastamos en llegar al trabajo o al hogar debido a los problemas de movilidad? ¿con quién compartimos el “trancón”?
  • ¿Cuánto dedicamos de nuestros ingresos al pago de deudas asociadas al consumo –renovar el celular, comprar ropa de marca, reponer productos desechados que no son reutilizados porque ya “no están de moda”?
  • ¿Cuánto dedicamos de nuestros ingresos al uso de medicamentos y tratamientos que buscan compensar nuestro distanciamiento de lo natural –aire puro, comida sana, agua potable, actividad física-? Vamos al gimnasio después de la jornada laboral porque no montamos en bici para ir a la oficina, tomamos vitaminas y otros nutrientes en frascos, para compensar la no ingesta de frutas o verduras y otros alimentos naturales.

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Es evidente que no podemos cambiar de la noche a la mañana ciertas costumbres, pero es claro que algunos beneficios tienen más que ver con la aceptación social y el estatus, que con el placer que puedan percibir los sentidos: aromas, colores, sabores, texturas; o con las emociones que puedan emanar del alma –serenidad, compañía, alegría, etc.-

En síntesis: estamos pagando un alto costo por ciertos placeres que a veces son “relativos”. En cambio, un estilo de vida más solidario y más saludable (usar el metro o la bicicleta) podría regresarnos a ciertos hábitos que eran “ambientalmente” más VALIOSOS, con un menor COSTO social: lo hacemos por nosotros, por el prójimo y por las generaciones futuras.

No hay que ser budista o taoísta para entender que dedicar más al ser que al poseer es un “buen negocio” para nosotros, para el planeta y para nuestros descendientes.

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