¿Educación virtual o virtualidad en la educación?

Giovanny Cardona Montoya, julio 19 de 2020.

 

Los modelos de “escuela” han mutado a lo largo de los siglos. La tradición oral, la lectura del texto escrito o la video-conferencia son manifestaciones de forma de la esencia de las instituciones educativas: la preservación de la cultura. Que las nuevas generaciones apropien el acervo cultural de la humanidad -las ciencias, las artes, las técnicas, etc.-, esa es la razón de ser de la escuela.

A pesar de que la coyuntura que viven los sistemas educativos en el mundo, como consecuencia del requerido distanciamiento social, ha revivido el interés por el uso de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en los procesos formativos, la realidad es que la virtualidad lleva más de un cuarto de siglo permeando todos los centros de formación: la escuela técnica, el colegio, la universidad; todos.

Ahora se oyen voces -inclusos voces muy autorizadas- que declaran que la virtualidad nunca sustituirá a la presencialidad; que debemos volver al campus -a los edificios con aulas y bibliotecas- cuando la pandemia lo permita. Pero, ¿acaso nos estamos haciendo la pregunta correcta?

- Nos negamos a abandonar el pasado.

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Quienes vivimos la actual coyuntura somos personas nacidas en el siglo XX o en el XXI. De hecho, más del 90% de la población mundial nació después de la segunda guerra mundial. Por lo tanto, tenemos una idea muy lineal y clásica de lo que es una escuela: un salón, una sillas enfiladas hacia el frente, un tablero. Si bien, hay multiplicidad de alternativas, como los talleres, los laboratorios o las granjas, la realidad es que el aula tradicional sigue siendo el eje principal alrededor del cual giran los imaginarios sobre la educación escolarizada.

Pero, la arquitectura del aula de clases no es un capricho o una moda. El aula de clases es el escenario de interacción entre docentes y estudiantes alrededor del conocimiento; y aquel responde a condiciones socio-económicas,  políticas y culturales de la época.

Y, cuando hablamos de época nos referimos a condiciones temporales características de clusters de generaciones que han vivido bajo un paradigma socio-cultural determinado: tal vez la modernidad y la sociedad industrial (siglos), la explosión demográfica (más de un siglo) o la segunda post-guerra mundial (casi un siglo) puedan servir de hitos para diagramar la época en la que se ha desarrollado el actual sistema educativo.

Pero, cada época es un constructo teórico de cualidades dialécticas que indican que persisten rezagos de épocas anteriores, a la vez que se engendran las células de una posterior. Así que, aunque la modernidad tiene su esencia en el uso de la lógica y la razón, las escuelas públicas conservaron por siglos la enseñanza de la religión como componente de sus currículos.  De igual, manera, la necesidad de ampliar la cobertura educativa -por las crecientes aspiraciones de la mujer y la necesidad de cualificar trabajadores para el sector industrial- y la dificultad para crear escuelas fuera de los grandes centros poblacionales, dieron origen a la “educación a distancia”, la cual fue evolucionando del correo a las mediaciones de radio y televisión, para luego fortalecerse con las oportunidades que emergen de la informática e Internet.

- La Sociedad del Conocimiento: el presente hito.

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Desde hace medio siglo la productividad del conocimiento ha sido el motor del crecimiento económico mundial (Drucker, Castells). Y esta realidad -aceleración y globalización de la producción, acumulación, difusión y uso de la información y del  conocimiento- es uno de los ejes de la nueva época. La hegemonía de las escuelas como escenarios de transmisión de información y conocimiento ha caído. La nueva era reclama de las instituciones educativas y particularmente de sus procesos curriculares y de sus docentes, un repensarse de cara a las nuevas posibilidades que ofrecen las TIC y a las nuevas necesidades que enfrentan las sociedades.

Algunos retos de la nueva escuela son heredados de la época anterior: asegurar la suficiente cobertura educativa, detener el holocausto ambiental y crear posibilidades para que millones de personas marginadas accedan a los medios para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Otros retos se derivan de las nuevas realidades: preparar jóvenes para desempeñarse en red, convivir con diversas culturas, enfrentar la incertidumbre y mitigar la angustia que generan, la velocidad de los cambios y el creciente debate alrededor de paradigmas morales históricamente consolidados.

Por lo tanto, el necesario debate acerca de las instituciones educativas después de la pandemia no se puede enfocar en un supuesto antagonismo entre la virtualidad y la educación denominada “presencial”. En esta sociedad del conocimiento no hay educación de calidad si ésta no incluye dispositivos tecnológicos, acceso a suficiente y permanente  información, comunicación en red y uso de softwares especializados.

- Repensar la institución educativa.

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Una propuesta curricular es un sistema consciente de relaciones entre profesores y estudiantes alrededor de las necesidades de aprendizaje, los contenidos, las metodologías y la evaluación de resultados. Por lo tanto, el aula de clases es sólo un componente, un ambiente que facilita la experiencia curricular. El aula ideal de clases (el salón en una escuela, la plataforma zoom, la granja agrícola, la sala de cirugías, etc.) depende de los componentes señalados (objetivos, contenidos, métodos) y de las particularidades y condiciones socio-económicas y culturales de los participantes del proceso de formación.

La educación de calidad debe llegar a jóvenes cuya actividad principal es el estudio, pero también debe atender a los campesinos, a las personas que trabajan en el día y deben estudiar en la noche, a las personas con limitaciones físicas (de movilidad, auditivas, de la vista, etc.). Frente a necesidades tan diversas, las mediaciones virtuales son una excelente herramienta que complementa (siempre) o sustituye (en muchos casos) a la educación que se puede realizar en encuentros presenciales.

Si bien, hay actividades de aprendizaje que deben llevarse a cabo en escenarios especializados (el hospital, la granja, la obra de construcción), también es verdad que la virtualidad no se reduce a una comunicación en línea entre estudiantes y profesores (la video-conferencia). La virtualidad en la educación tiene que ver con el acceso y uso de información pertinente producida por toda la humanidad (bases de datos, virtualtecas); el uso de softwares y simuladores especializados para diferentes actividades sociales y económicas; y la co-creación de conocimiento en red (comunidades de conocimiento).

Con seguridad los encuentros en el campus físico de una universidad tienen un sinnúmero de bondades para el aprendizaje y la co-creación de conocimiento, entre otras, gracias a los efectos emocionales que puede tener el contacto personal y la comunicación face to face. Pero, eso no significa que los encuentros en línea, al igual que la comunicación asincrónica, no puedan ofrecer otras ventajas en el proceso de formación. La comunicación en red tiene una mayor cobertura (estudiantes con dificultades de movilidad), acerca al diálogo a profesores extranjeros (calidad sin costos de desplazamiento) y a estudiantes de otras regiones y países (interculturalidad).

En síntesis, las fortalezas de la virtualidad o de los campus universitarios en los procesos educativos no son fuente de antagonismos. La educación de calidad en la actualidad debe asegurar que el acervo de conocimiento de la humanidad se preserve y ello incluye las capacidades desempeñarse en red y convivir en un mundo multicultural.

Las particularidades de los saberes especializados (las ciencias puras, las ciencias sociales, las tecnologías, las técnicas, las humanidades, la estética), las condiciones socio-económicas de los estudiantes, el desarrollo de las didácticas por parte de los pedagogos y los retos de futuro, deben ser los factores que determinen la combinación ideal de mediaciones (presenciales y virtuales) para asegurar una amplia cobertura educativa con calidad.

En cambio, estamos en mora de revisar los calendarios rígidos, los contenidos excesivamente estandarizados que desconocen las particularidades del estudiante, las metodologías tradicionales y unidireccionales que aún acostumbran muchos docentes y las evaluaciones “enciclopedistas” que verifican la asimilación de contenidos pero no las capacidades o competencias que deben desarrollar los estudiantes para vivir en esta compleja sociedad del conocimiento: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a preguntar, aprender a debatir, aprender a conocer y respetar la diferencia, aprender a descubrir, aprender a co-crear…

 

 

 

 

 

¿Instituciones educativas del siglo XIX para una sociedad del siglo XXI?

Se ha vuelto frecuente cuestionar al profesor que, recurriendo a la metodología de reproducción de conocimiento, “dicta clase” en un formato magistral para, posteriormente, verificar lo que sus estudiantes aprendieron.

Flaco favor se le hace a la educación cuando las metodologías son cuestionadas sin mayores análisis.

La palabra pedagogía tiene su sentido etimológico en el griego (paida -niño- y gogos -acompañante, guía-), que hace referencia a la persona que llevaba al niño. La pedagogía es la ciencia que se ocupa de estudiar todos los procesos de aprendizaje de las personas, ya sean estos en escenarios escolarizados (didáctica escolar) o no escolarizados (la casa, por ejemplo). En este contexto, somos maestros (educadores, acompañantes) todos aquellos que tenemos como labor facilitar, el aprendizaje del prójimo.

El maestro en la sociedad industrial.

Desde hace medio siglo, aproximadamente, la sociedad ha venido viviendo una seria transformación en la gestión de la cadena datos-información-conocimiento; dicho cambio está afectando todas las facetas de la vida de las personas: la económica, la social, la cultural, la política, etc. Las manifestaciones concretas de este cambio se traducen en:

– la cantidad de datos e información que se ponen a nuestra disposición crece exponencialmente y a una gran velocidad;

- cualquier individuo puede ser autor y llegar con sus contenidos a receptores en cualquier lugar del planeta en tiempo real;

– casi han desaparecido las barreras de tiempo (7/24) o distancia para acceder a contenidos o para transmitirlos.

Hago la anterior aclaración para señalar uno de los problemas del sistema educativo actual y, así, recoger el debate con el que comenzamos este artículo. Durante el siglo XIX y hasta la década de 1980, transmitir información o actualizar en contenidos temáticos era una de las principales funciones del docente. Las limitaciones de acceso al conocimiento, especialmente científico y tecnológico, -libros impresos y costosos, bibliotecas de horario limitado, producción en otra lengua, etc.- implicaban que alguien cumpliera las veces de “transmisor” para lograr masificar el acercamiento al acervo de la humanidad.

En consecuencia, la clase magistral o conferencia a un grupo amplio de estudiantes era una de las mejores herramientas que tenía el maestro para acompañar en el aprendizaje a sus pupilos. Difícilmente en la sociedad industrial se hubiera podido pensar en otro camino didáctico para llegar a masas crecientes de estudiantes que necesitaban formarse para trabajar en procesos productivos estandarizados. Así era el siglo pasado: aprendias tareas, te preparabas para cumplir funciones y vivias en un mundo mecanizado -aplicar el manual de funciones en la oficina, leer el periódico los domingos en la mañana, trabajar de 8 a.m. a 6p.m., tomar el bus de las 7 a.m., etc.-

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Pero el mundo ha cambiado.

La informática, Internet, las tecnologías del transporte y las migraciones masivas han transformado al mundo. No sólo ha cambiado el mundo productivo, sino que la cultura en su más alta expresión se transforma, a la vez que se derrumban las fronteras locales, haciéndonos cada vez más globales: dominamos una segunda lengua, tenemos contactos por todo el planeta (amigos, socios, colegas, familiares, clientes, proveedores) e intercambiamos en tiempo real conocimientos y valores sobre la vida y la convivencia, afectándose permanentemente nuestra cosmovisión.

En consecuencia, la docencia de los siglos pasados se ha quedado anacrónica. La nueva realidad reta a los docentes porque:

– nuestros estudiantes se deben preparar para ser productivos y felices en un mundo cambiante y globalizado;

– el futuro de las sociedades, los territorios y las empresas, estará marcado por la capacidad de innovar de las personas, o sea, de tomar el conocimiento científico y de aplicarlo en la solución de problemas y retos inesperados pero permanentes.

Es aquí donde se evidencia que el sistema educativo requiere de una revolución.

EDUCACION ANTICUADA

¿Qué aprender? ¿Cómo hacerlo?

La vida se transforma de manera acelerada desde todas sus dimensiones. La familia cambia (hogares unipersonales, divorcios, parejas interculturales, etc.); la tecnología evoluciona acelaradamente (los dispositivos que hoy utilizamos serán obsoletos en pocos años); las culturas se mezclan (idiomas, valores, costumbres, religiones); las empresas mutan (cadenas globales de producción, teletrabajo, auge del comercio de servicios), la naturaleza se deteriora (picos climáticos, estaciones inesperadas, pérdida de bosques, etc.)

Estos ejemplos son cambios que se ven desde hoy; pero ¿y las transformaciones que vendrán y que aún no conocemos?

Por lo tanto, es necesario que las personas que lideran el sistema educativo hagan una lectura prospectiva de los retos que enfrentarán nuestros jóvenes en las próximas décadas. La formación en conocimientos, en habilidades y en valores debe ser consecuente con el mundo cambiante y con las necesidades de las futuras generaciones.

Los conocimientos deben ser más universales, mejor fundamentados, más transversales y más interdisciplinarios. Se necesita formar en conocimientos que puedan conversar con los de otros “terrícolas” formados en otras culturas, venidos de otras latitudes del planeta.

Las habilidades que necesitan nuestros estudiantes, son de pensamiento: capacidad de análisis, de síntesis, de abstracción, de comunicación, de interacción, de adaptación. de lectura del entorno, de construcción de conocimiento. Son estas habilidades las que le permitirán al estudiante enfrentar la incertidumbre, trabajar con la información existente e innovar para resolver los retos que vivira.

Los valores que debe apropiar el estudiante deben ser los más universales, los que partan del reconocimiento de la diferencia y de la valoración del planeta como una “casa común” para muchas culturas, incluso, para muchas especies. Se necesita una ética que parta de la humildad, esto es, la ética de un ser que se reconoce a sí mismo como inacabado pero perfectible.

Para lograr este nuevo cometido, es necesario repensar la forma como se desarrolla el proceso de enseñanza y aprendizaje. El debate debe sustituir a la magistralidad “ilustradora”y el experimento se tiene que convertir en la principal tarea de los estudiantes: probar, revisar, corregir y volver a intentarlo. En consecuencia las aulas de cuatro paredes tienen que rediseñarse, los pupitres habrá que moverlos, el tablero debe estar libre para el uso de todos -no sólo del profesor-, los grupos deben estar compuestos de mentes que conversan entre ellas y que, a la vez, lo hacen con las de otros grupos.

El conocimiento se construirá de manera colectiva, reconociendo los particulares intereses, motivaciones y capacidades de cada uno de los estudiantes.

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