Así escribimos en El Taller 2018

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Escribir para entender la ciudad, para recordar, para establecer relaciones, pero, sobre todo, escribir para no perder la esperanza. Este, en palabras de Clara Tamayo, coordinadora de Prensa Escuela, es el propósito de El Taller: “seguiremos generando motivos de esperanza para muchos jóvenes que necesitan reivindicar la vida, la solidaridad, la intimidad, la honestidad, el aprecio por el bien común. Ellos mismos son referentes de esos valores y hoy tienen más elementos para contarnos quiénes son, para compartir nuevas lecturas, para escribir con un propósito y para conversar con argumentos y compasión”.

Estos son algunos de los textos que integrantes de El Taller 2018 prepararon para la publicación anual que se desarrolla como parte de su proceso de formación. Aunque esta selección no hace parte del impreso, la compartimos en este espacio por su calidad:

  • De camino al seminario (Danilo Gómez Ríos, grado undécimo -Biblioteca Villa Guadalupe, Fundación Ratón de Biblioteca)

“El 22 de diciembre del 2001, nace, según su registro civil, Emmanuel Joaquín* quien, a los pocos días es bautizado en rituales cristianos que siguen tanto su padre como su madre.

Ese día todos estaban en la catedral Santa Beatriz de Silvia donde llevaban a cabo el bautismo. A pesar de haber sido un día lluvioso y frío, había mucha calentura a las afueras de la iglesia. Un fuego cruzado interrumpió el rito aquella tarde. Aquel acto, punible ante los ojos de Dios, fue el comienzo de una serie de acontecimientos que alentaron involuntariamente al proyecto de vida de quien, en repetidas ocasiones, casi la pierde”.

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  • Ver la ciudad, fuera de sus muros (Erley Alejandro Pérez Colorado, grado décimo – Institución Educativa Ángela Restrepo Moreno)

“Eran las 2:30 de la tarde, un domingo. El sol brillaba en el cielo, no había muchas nubes que pudiesen opacar su luz. Tenía mi vestimenta negra como de costumbre: camiseta, jean roto a la altura de las rodillas, y mis botas ya gastadas de tanto uso. Realmente me gusta usar botas. Salí de casa entusiasmado con una botella de agua en la mano y mi teléfono móvil en la otra, ya que la música no puede faltar en mi vida para acompañar mis momentos. Comencé a subir por la carretera, dando ocasionalmente pequeños saltos rítmicos para acompañar la música.

Unas cuantas cuadras arriba, estaba la entrada a mi destino. Llegué y me paré enfrente del inicio de la calle, que se inclinaba imponente hacia arriba, parecía que quería irse encima de uno. Subí por la calle, que a pesar de estar tan cerca de mi casa, nunca había recorrido. Me parecía interesante la cantidad de personas que vivían en ese lugar que, desde fuera, parece estar poblado por una o dos casas. La calle cada vez se empinaba más, pero yo continuaba subiendo”.

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  • Ramón, un panadero que intenta salir adelante (Felipe Giraldo Zapata, grado octavo – Escuela Normal Superior de Medellín)

“Ramón Giraldo es panadero hace 14 años, él siempre estuvo motivado a ejercer este oficio, pues tuvo una niñez muy dura, pero logró salir adelante. Solo una persona lo ayudó: Jaime Duque. Él “crio” a don Ramón desde los 15 años, le dio trabajo, techo y lo hizo una persona autosuficiente.

Cuando empezó en la panadería todo lo aprendió a hacer de forma empírica y esto para él fue muy difícil, porque si cometía un error, debía volver al inicio. Gracias a ello, hoy es un gran panadero, que quisiera haber tenido la posibilidad de estudiar, pero no la tuvo”.

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  • Un santuario hecho a pedazos (Jorge Mario Montoya Barrera, filósofo de la Universidad de Antioquia)

“Ese día, un 28 de octubre de 1998, madrugué al colegio como de costumbre; sin embargo, fue muy distinto a cualquier día de la rutina escolar, empezando porque  fui elegido para tocar la campana que anunciaba el tan esperado descanso. Todos en mi grupo esperábamos ese premio. Toqué la campana rápido: una, dos tres, cuatro veces: tilín, tilín, tilín, tilín. Aunque no se trataba de helado, yo anunciaba que saldríamos por fin a recreo.

Cuando anuncié los campanazos nadie se imaginó que, por muchos años, este día sería verdaderamente especial e inclusive reviviría nuestra historia como comunidad”.

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  • Una mujer sin ocaso (Marlon Miguel Miranda Medina, grado décimo – Colegio de la UPB)

“Alba Luz Medina Madrigal se levanta entre las 6:30 y 7:00 a.m., hace una oración para comenzar el día con alegría, sumándole a esto el empuje que le produce un buen café a tempranas horas. Luego de esta rutina sagrada, usualmente decide tomar un baño para revitalizar ese pelo castaño que la caracteriza y esos ojos color miel que, con solo verlos, permiten adentrarse en su blanca piel para encontrar que en su corazón guarda un gran sentido de empatía y amor por el prójimo, sentimientos que a su vez hacen que se asomen tímidas lágrimas por la conmoción de alguna noticia impactante presentada en el noticiero local”.

Lee el texto completo: Una mujer sin ocaso


  • El Pasado sí perdona (Sara Carolina Durango Morales, grado noveno – Biblioteca Villa Guadalupe, Fundación Ratón de Biblioteca)

“Todo empieza con una pequeña historia familiar, aquella que destruye todo su núcleo. En la época de Pablo Escobar en la ciudad de Medellín, habitada por 135 mil personas, en el barrio de Aranjuez vivía un joven de 15 años llamado Cristian, de pelo oscuro, liso y muy engominado, las cejas juntas y despeinadas, con piel morena; cada vez que hablaba, alzaba las cejas y movía las manos de un lado para otro. Él vivía junto a su padre, que era un luchador y trabajaba por mantener a sus hijos lejos de lo malo, y su madre mujer débil, carente de afecto, de unos padres rigurosos, desesperada por el entierro de sus dos hijos, de 23 y 24 años de edad,  y del tercero de 15 años que parecía buscar el mismo camino de la muerte”.

Lee el texto completo: El pasado sí perdona


  • ¡Qué rápido pasa el tiempo! (Sara Giraldo Cadavid, grado octavo – Centro Educativo Autónomo)

“Mencionan los conocidos de Celia Sierra Valencia,  que trajo al mundo 10 hijos, que su muerte es el más duro acontecimiento que han vivido. Fue un 13 de Julio de 1999, a los 70 años, debido a un infarto. Partió Celia, dejando en su familia un vacío difícil de llenar.

Morelia Cadavid Sierra, actualmente con 52 años y la hija menor de Celia, recuerda con nostalgia las palabras que decía su madre y los momentos que compartieron con ella, antes de morir. Menciona que su madre era muy devota y que algunas veces no dejaba de parlotear sobre las ganas que tenía de conocerlo, pero que sentía nostalgia y tristeza de solo imaginarse dejar a sus hijos”.

Lee el texto completo: ¡Qué rápido pasa el tiempo!

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