Por: Chepe

Foto: Edwin Bustamante. Dorlan Pabón le dio el triunfo a Nacional ante el Cúcuta con su gol agónico a los 94 minutos.

Él, con sus canas expuestas, con el silencio de sus labios y con sus manos trajinadas no puede esconder la tristeza que lleva dentro. Frente al televisor y con un vaso de agua al lado esperaba impaciente que la imagen de Hugo Horacio Lóndero o quizá de César Cueto apareciera en escena y le llenara de felicidad la retina.

Fue un viacrucis interno que padeció durante 100 minutos que duró la batalla que, sin muchos guerreros honorables, logró salir invicta para una camisa verde. Verlo al lado era acompañarlo en un dolor del cual me sentía cómplice, por representar la nueva generación de fieles adeptos, más que a un sentimiento, a un sufrimiento que se llama Atlético Nacional.

Bastaron un par de llegadas al arco para que el viejo se ilusionara, sin embargo, él sabía muy bien que eran espejismos  de un fútbol conformista al cual hemos sabido acostumbrarnos. Minuto a minuto arrugaba su frente en señal de impotencia, pero a su vez, de esperanza. Yo, a unos metros de su agonía, oraba a cuanto santo recordaba para que el “milagrito” se hiciera posible. Era una tortura ver a mi acompañante como quien no quiere exteriorizar el dolor.

Un postazo y  brincaba; una contra y apretaba sus puños, todo era síntoma de una impotencia ya natural para los hinchas verdolagas. Trámite y más trámite, lo que en otrora lo hacía feliz en tardes de gloria, hoy lo dejaba con la desazón a flor de piel. Interpretaba en su mirada la idea de salir corriendo y arrancarse de su pecho una pasión de fútbol y goles que lo han acompañado por más de 40 años, pero mi viejo es incapaz; como buen hombre que ha sorteado la vida, sabe que la paciencia hace al ser humano más consciente de sus actos.

Una tarjeta roja se elevó en el aire y sentí pena ajena. Uno de nuestros “guerreros” era expulsado de un terreno al cual poco le había aportado y del cual se iba por no controlar la impaciencia, esa misma que mi viejo reflejaba al frente del televisor, pero que no hacía pública.
Hoy, por petición expresa de mi padre me quedé a padecer el sufrimiento desde casa ¡Vaya que gran agonía! Sufro por él, sufro por mí, sufro por la hinchada y sufro por lo que hoy en día es Nacional.

De repente, como si la santísima trinidad hubiera escuchado mis plegarias y la de cientos más que a esa hora oraban por un gol, se presentó el éxtasis de una agonía crónica: goooool de Nacional.  El taco que con silencio había sabido alimentar mi viejo, salió volando y se diluyó en el aire. No era precisamente el moño de una gran demostración de fútbol, pero para lo conformistas que nos volvimos es gloria,  dicha y  emoción.

Al final con la alegría exteriorizada, pero con muchas incertidumbres internas, escuché su conclusión al final de un padecimiento que duró una hora y cuarenta minutos. “Nacional ya no me sorprende, cada día es más fácil interpretar  que es más de lo mismo”  “Viejo tenés la razón”, le respondí.

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