Andrés, adelante…siempre adelante

Por Gonzalo Medina Pérez*
autogol
El dolor por el autogol fue mayor, tratándose de un defensa que desde los 21 años se ganó la titular en el Atlético Nacional con su juego limpio, con su fluidez para salir con el balón desde el área, con su respeto por las normas y por el contrario, con su madurez para saber disfrutar del triunfo y para aprender a asimilar la derrota; en resumen, Andrés reunía las virtudes propias del ciudadano común y corriente, solo que él recurría a la metáfora del deporte para dar lecciones de buen comportamiento, de respeto a la autoridad, a la vez que divertía a los aficionados.

Andrés Escobar Saldarriaga, “El Calidoso”, se proyectaba a sus 27 años como el líder, aquel que no solo marcha adelante en la fila sino que se adelanta a su tiempo dando ejemplo, en este caso, de civilidad, haciendo del deporte esa “escuela de ciudadanía al aire libre”, tal como lo definió algún autor. Y es de esa manera como el deporte no solo se emparenta con la cultura sino también con la política, pues se constituye en otro referente que ayuda a esclarecer nuestra identidad, nuestra condición de nación, con todo y los cantos agoreros de quienes le rinden culto a la globalización.
En el caso colombiano, la histórica orfandad de referentes nacionales, limitada a los partidos tradicionales, la religión católica, el escudo, el himno y la bandera, ha llevado a que ciertas prácticas hayan ganado fuerza como elementos identitarios convocantes; tal el caso del ciclismo durante las décadas de los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta; de igual manera, el fútbol desde mediados de los ochenta, cuando un equipo como el Atlético Nacional recoge el anhelo de reconocimiento nacional y conquista, por vez primera para nuestro país, la Copa Libertadores de América. Es un triunfo que se produce mientras arrecia la guerra y con ella aumenta la incertidumbre de un país desangrado en cada calle, en cada esquina, en la piel de cada ciudadano.

Andrés Escobar Saldarriaga, consciente de la desazón que produjo la eliminación de la Selección, y en particular de lo ocurrido con el autogol, tuvo la honestidad y la valentía de regresarse de inmediato a su ciudad, rechazando la invitación a quedarse que le hizo su familia, pues, según sus propias palabras, “mi deber es dar la cara”. En esa actitud transparente, sobresale la virtud del dirigente, de aquel que por sus mismas dotes de líder había sido llamado por Francisco Maturana para suceder como capitán a Carlos “El Pibe” Valderrama. Y tal cual sucede casi siempre con los líderes, como es su encuentro prematuro con un destino llamado muerte, Andrés comenzó a dar los pasos inexorables a esa cita, pasos que a su vez lo fueron alejando de su familia, del ambiente mundialista, del entorno fantástico norteamericano, pero que a la vez lo acercaban a su ciudad, a su gente, aquella que aún no se reponía del impacto de la eliminación y del propio autogol. La cita ineludible con el destino, similar a como sucedió con Luis Carlos Galán Sarmiento, hace que Andrés no tenga en cuenta una de las advertencias hechas por los técnicos Francisco Maturana y Hernán Darío Gómez al momento del regreso y que evoca la letra de una canción de Héctor Lavoe: “mucho cuidado, la calle está dura”.

Los tragos consumidos durante una tarde y una noche, la actitud burlesca de un grupo de intolerantes convencidos de que la derrota no existe, y la postura servil de un vigilante que estaba contratado para jugarse la vida, de ser necesario, por sus patrones, comenzaron a enrarecer el ambiente, presagiando el desenlace menos pensado. El dirigente en la cancha y fuera de ella, el hombre sensato, sereno, respetuoso de la ley, consciente de la admiración que despertaba entre sus seguidores; el mismo que durante toda una noche se dejó coronar como rey de burlas, por causa de un accidente llamado autogol, fue sacrificado en cuestión de segundos el dos de julio de 1994, en horas de la madrugada.

*Periodista y profesor de la Universidad de Antioquia

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