Desde los 10 años, Juan Fernando Peláez Vega comenzaba a perfilar su oscuro futuro. Era apenas un niño y ya el consumo de alucinógenos y los hurtos menores lo alejaban de su familia y lo empujaban a un inevitable final en la cárcel, con las manos manchadas de sangre.
Su torcido camino llegó al punto de no retorno tras el asesinato de su novia de 15 años y su bebé recién nacido en el municipio de Bello, hecho por el cual fue condenado a la máxima pena que otorga la legislación colombiana.