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Como consecuencia del tipo de desarrollo y de los marcos de política e institucionales que han prevalecido en la agricultura colombiana durante las últimas décadas, se han presentado unas transformaciones sociales en los territorios rurales que pueden convertirse en obstáculos para un pleno aprovechamiento de los recursos disponibles en el campo si no se adoptan las medidas adecuadas.
En particular, en días pasados se informaba cómo en ciertas regiones cafeteras del país hay escasez de mano de obra para recoger la cosecha. Igualmente, se ha indicado cómo, con el tiempo, los productores agropecuarios, incluidos los dedicados al cultivo del café, se han venido envejeciendo.
Detrás de estos fenómenos que afectan el desarrollo futuro de la agricultura intensiva en el uso de la mano de obra y la de pequeña propiedad (que son propias de la actividad cafetera) están, entre otras cosas, la falta de generación de oportunidades en el campo, el lento cierre de las brechas sociales frente a los sectores urbanos y el desarrollo de las ciudades pequeñas y medianas que se convierten en poderosos imanes para los jóvenes rurales que encuentran en ellas las posibilidades de vida y progreso que el campo les niega.
De otra parte, la expansión de las actividades mineras en ciertas regiones del país y, más recientemente, el avance de las obras de infraestructura en buena parte de la geografía colombiana, sin duda les significan a los pobladores rurales condiciones de empleo y remuneración muy superiores a las que se obtienen en las actividades agropecuarias.
Por lo anterior, durante las últimas décadas no se ha dado el necesario relevo generacional en los territorios rurales y, por ende, los excesos de mano de obra, que en otros tiempos se registraron y que facilitaron el desarrollo del país, ya no son un fenómeno tan evidente.
Por el contrario, la preocupación de los cafeteros es que no hay mano de obra suficiente para la recolección del grano, lo que termina manifestándose en costos de contratación más altos o en pérdidas de producción.
Esto, en una caficultura de montaña, implica que, de no lograrse avances importantes en materia de mejoramiento de la productividad del trabajo, se irá perdiendo competitividad frente a aquellas caficulturas que utilizan más intensivamente el capital (maquinaria agrícola) o que producen a menores costos.
Igualmente, esta realidad afecta a la pequeña propiedad, pues la falta de relevo generacional y de acceso a los recursos para la producción (como tierra y crédito) le cierran posibilidades para ser cada vez más productiva.
Frente a los desarrollos comerciales en el mercado mundial del café, que, para un país que se caracteriza por su gran diversidad, representan grandes oportunidades, sería irónico que la consolidación de las tendencias antes señaladas terminara ahorcando el aprovechamiento de los mismos.
Para evitar que esto se convierta en una calamitosa realidad, el Gobierno Nacional debería poner en práctica los ajustes institucionales y de política propuestos por la Misión Cafetera y utilizar los medios que tiene a su disposición para que esto se haga de manera eficaz.