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Hace poco asistí en Otraparte a una conferencia sobre educación cívica, programada por el Grupo Sofos en el marco del seminario Problemas colombianos contemporáneos y su mirada a nuestro sistema educativo: una oportunidad para reflexionar, pensar y criticar la realidad de la educación colombiana.
La exposición estuvo a cargo de mi amigo Luis Fernando Múnera López, un experto y ejemplo viviente en materias como ética, cívica y urbanidad, que abordó la ponencia desde cuatro puntos esenciales: La inequidad social, la productividad, la corrupción y el proceso de paz en el país. Ahora, con su permiso, retomo el hilo y lo extiendo hasta el día a día en plena calle.
Civismo es “celo por las instituciones e intereses de la patria. Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”, según el Drae.
“Urbanidad es el conjunto de reglas que hay que cumplir para comunicar dignidad, decoro y elegancia en nuestras acciones y palabras”, según don Antonio Carreño.
Dos definiciones distintas pero parecidas que llevan a una conclusión de Perogrullo: el no acatamiento de las normas es, sin duda, una prueba de mala educación que da tajada gruesa en nuestra sociedad. Responder el siguiente cuestionario con honestidad permitirá que cada quien se mida el aceite de su civismo y urbanidad:
¿Se preocupa por el trato a los demás, la higiene, la presentación personal, el uso del lenguaje, las buenas maneras, el respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos públicos?
¿“Se brinca” las normas de tránsito? ¿Infringe “solo” algunas? ¿Al ser pillado, saca un billete para comprar al guarda? ¿Y usted, señor guarda, tiene código de barras?
¿Se cree muy cívico porque recoge el popó de su perro en una bolsa pero luego la tira a un antejardín ajeno?
¿Practica normas tan elementales como saludar, sonreír, ser amable, pedir el favor y dar las gracias?
¿Fuma en la calle y tira la cusca al suelo? ¿Al menos la pisa para evitar un eventual incendio? ¿Arroja basuras a la calle por la ventanilla del carro?
¿Respeta las diferencias de opinión o le dan ganas de matar y comer del muerto frente a un opositor?
¿Sus contenidos en redes sociales edifican? ¿Practica el terrorismo mediático?
¿Entiende la diferencia entre tolerar debilidades y acolitar faltas? ¿Sabe que lo segundo es complicidad?
¿De la serie “Usted no sabe quién soy yo”, ha dicho alguna vez “Sí, me equivoqué pero de aquí no me muevo”? ¿No pide perdón ni a bala? ¿Y tampoco perdona?
¿Debate con argumentos los asuntos públicos o hace eco de los que insultan a los gobernantes porque sí y porque no?
¿Perturba la convivencia pacífica, armónica y amable en su entorno? ¿Abusa del volumen de la música en sus fiestas? ¿Practica los principios de buen vecino? ¿Se entromete en la vida privada del otro?
¿Reniega en la fila? ¿Pita en el taco? ¿Aprovecha el papayazo cada vez que puede?
¿Frente a una “clave Alfa” (suicidio) en el Metro, lo único que le preocupa como usuario es que llegará tarde a su destino? ¿Se conmueve por aquella persona que ya no llegará a ninguna parte?
Al momento de poner punto final a este artículo me llega una frase que copio a manera de última pregunta: ¿Comparte que “el problema de lo público es que los ciudadanos creen que es gratis, y los políticos, que es suyo”?
De nuestra voluntad de cambio depende que renazca una esperanza, que sigamos en las mismas o que tendamos a empeorar. Una de tres.