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Estos días de fin de año encontraron a Lisandro Euclides Jaramillo, un indígena Ye´pá mha´sã, al lado del Papurí, en el Vaupés, exprimiendo la fruta de la memoria de sus parientes, para que suelten el jugo de las historias de su pueblo. Los mitos, las creencias, los saberes, las canciones...
A punto de graduarse de Licenciado en Ciencias Sociales en la Universidad de Antioquia, recibió una propuesta para dictar su lengua en el alma máter a partir del año próximo y, por eso, está recopilando ese material, para hacer sus clases agradables, lúdicas, colmadas de cuentos, poesías y canciones.
Su pueblo tiene su raíz en Brasil —comenta—, aunque las fronteras administrativas, los límites, son creaciones modernas y las culturas no están separadas de la misma manera. Con el tiempo, se fueron desplazando hacia el Occidente y ocuparon las riberas de los ríos Vaupés y, como en el caso de la comunidad de Lisandro, Papurí.
A principios del siglo veinte llegó la evangelización de los misioneros monfortianos. Ellos fueron quienes cambiaron los nombres a los indígenas y les pusieron apellidos de colonizadores.
Su bisabuelo, por ejemplo, debió tener uno que estuviera relacionado con un animal, una planta o algún elemento de la Naturaleza, escogido, no por sus padres, sino por los “sabedores” de la tribu, durante un ritual lleno de rezos en el cual descubrían las características del recién nacido.
Su bisabuelo olvidó ese nombre que poco oyó. Y la comunidad también. Pudieron llamarlo, por ejemplo, Toe Ñamú —una expresión alusiva a árbol—, pero “fue conocido como Joaquín Jaramillo”.
En este viaje para pescar historias y reencontrarse con ese mundo ancestral, luego de varios años sin ir a visitarlo, Lisandro dio con un tío, Francisco Ortiz, residente en Mitú. Un agricultor que tan pronto supo los planes de sus sobrino, se entusiasmó con la idea y comenzó a contarle los cuentos que constituyen su realidad.
“Nuestros ancestros, no me refiero a los seres humanos, sino a los espíritus, eran peces que vivían en las aguas del Río Negro, cerca a Yavaraté. Una Anaconda era la líder y hacía también de canoa grande que iba llevando los peces y los iba dejando en distintos sitios de las riberas de los ríos”.
Lisandro también ha estado reforzando temas como las artesanías y la gastronomía.
Está visitando a los hombres que elaboran los matafríos, unos artefactos tubulares con los que extraen el líquido venenoso de la yuca brava, de la que sacan la fariña, o los tiestos en que asan el casabe.
Y está visitando también a las mujeres en sus casas, porque ellas son las que se encargan de hacer la fariña y de preparar los alimentos...
Él sabe cocinar las comidas típicas de su tierra, cómo no, “he visto a las mujeres hacerlo toda la vida”. En Medellín, cuando se cansa de la comida paisa, de fríjoles sobre todo, se da gusto preparando una muñica, el plato tradicional de los Ye´pá mha´sã, y lo acompaña con casabe. Y cuando va al Vaupés, no para de comer pescado.
Muñica es un plato de pescado cocido en caldo y el casabe es la arepa de la selva, hecha de yuca.
No quiere dejar nada sin mirar. Espera grabarlo todo, fotografiarlo todo, filmarlo todo. Como con afán de traer la esencia de su territorio en su maletín y en su cabeza, para enseñarlo a sus estudiantes en el 2017.
Estos asuntos son importantes para la enseñanza de la lengua, porque, como explica Selnich Vivas, escritor y Licenciado en Literatura, con la lengua se enseñan los saberes, la noción de territorio, la visión del mundo.
Selnich, al lado de Alexánder Yarza, coordina la propuesta de la enseñanza de seis lenguas ancestrales colombianas, entre ellas, la de Lisandro, en el programa Multilingua, adscrito a la Rectoría y a la Escuela de Idiomas de la Universidad de Antioquia.
Esas lenguas son wayuunaiki (de los Wayúu, de la Guajira), Embera Chamí (de grupos que habitan zonas de Risaralda, Caldas, Chocó y Antioquia), Ye´pá mha´sã (del Vaupés), Guna Dule (de Panamá y Golfo de Urabá), Kriol (de comunidades raizales de San Andrés y Nicaragua) y Minika (del Amazonas).
Más que gramática, sintaxis, ortografía, explica Selnich, en los cursos se enseñará la cultura. Esos cantos y esos cuentos, esas creencias y esa sabiduría...
Como en esos pueblos son importantes las canciones, la poesía, los tejidos, las danzas... Los estudiantes aprenderán cantando, bailando...
Diana Quinchía, jefa de la Sección de Servicios y Extensión de la Escuela de Idiomas, entre los cuales está Multilingua, agrega, en este punto, que las clases no serán convencionales, ni serán rigurosamente impartidas en salones. Los participantes saldrán de las aulas y caminarán por el campo de la Universidad para sentir la tierra, mientras los profesores evocan las enseñanzas de los abuelos.
“Al final del curso, los estudiantes harán lo posible por visitar las comunidades y compartir con quienes tienen por lengua materna esa que aprendieron”, dice Diana.
De acuerdo con Selnich, estos cursos son una rama de un árbol más grande sobre pensamientos ancestrales, indígenas y afrocolombianos, en el que también hay derechos humanos.
La sociedad colombiana ha privilegiado el pensamiento y la forma de ver el mundo de un grupo humano mayoritario —indica— y ha mantenido al margen a otras comunidades que también son colombianas. Teniéndolas en cuenta, respetando y valorando la diversidad, nos encaminaríamos a una convivencia más armónica.
Destaca que las lenguas colombianas con las que comenzará este programa de difusión de los idiomas nacionales representan sitios muy diversos del mapa: regiones Caribe, Amazonia, Andina.
Los cursos de Multilingua, hasta ahora, han sido de idiomas extranjeros: alemán, chino mandarín, francés, inglés, italiano, japonés, portugués y turco. Se dictan en cinco niveles. Esta es la primera vez que se toman lenguas colombianas, que son casi 70, para los programas univesitarios.
“Es el primer paso para conseguir que la universidad considere como segundas lenguas, las colombianas, y para que, más adelante, cada una de estas pueda constituirse en un programa académico como hoy lo son el inglés, el francés, el italiano y los otros idiomas de la Escuela de Idiomas de la institución.
Se dictarán, para comenzar, en dos niveles, cada uno de seis meses.
Los profesores son estudiantes de otros programas de la de Antioquia, naturales de esas comunidades, que están en capacidad de dictarla. No solamente porque conocen la lengua —en ella nacieron y crecieron, y la hablan fluidamente—, sino porque, como advierte Diana, muchos tienen formación en licenciatura y, por tanto, conocen de pedagogías. Y, además, estos profesores tienen el acompañamiento de la Facultad de Educación.
En los 20 años de Multilingua, los beneficiados con los cursos son buenos estudiantes a quienes la universidad les brinda un estímulo, aceptándolos en ellos, de forma gratuita.
En este aspecto, como la idea de los cursos es enseñar visiones del mundo, por así decirlo, están dirigidos a estudiantes de diversas carreras que estén interesados en los conocimientos ancestrales.
Estudiantes que tengan proyectos de investigación alusivos a estos, como nutrición, gastronomía, medicina a partir de plantas, matemáticas.
“No nos interesan alumnos que ingresen por exotismo, por moda o por ir mirando a ver si le gusta, sino aquellos que estén comprometidos con temas indígenas y afrocolombianos”, dice Selnich.
Por eso, a los 500 aspirantes que se han anotado, les harán entrevistas en los primeros días de 2017, para conocer sus intereses y poder escoger 120, el total de los seis cursos.
El coordinador cree que estos programas académicos también ayudarán a las comunidades indígenas y afrocolombiana que serán estudiadas, porque está comprobado que los hablantes de esas lenguas dejan de usarlas, porque están inmersos en una sociedad que las subvalora y ellos, especialmente los niños y los jóvenes, pueden llegar hasta a sentir vergüenza de hablarlas.
Pero si ven que otros jóvenes las están practicando y están encontrando en ellas unos saberes invaluables, van a volver a sentirse orgullosos de ellas y de sus culturas.
Ese es el caso de uno de los idiomas incluidos en este plan, el Embera Chamí. Los niños y los jóvenes del resguardo de Cristianía no la hablan con la fluidez de los mayores, por estar insertos en una sociedad campesina, de Jardín y Andes, que habla español en el colegio, en los bares, en la plaza, en los negocios, y desdeñan sus cantos y tradiciones.
“Vine al Vaupés a reforzar mis saberes culturales y de la lengua —dice Lisandro Euclides Jaramillo—. A fortalecer mi identidad. A que me cuenten cómo era nuestra vida hace más de cien años, antes del tiempo de las misiones”.