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Víctor de Currea-Lugo, analista de temas internacionales, médico y docente dedicado a temas humanitarios en distintos conflictos del mundo, comparte en “De otras guerras y otras paces” las enseñanzas de conflictos como el de Siria, Afganistán, Sudán, y el árabe-israelí, y los aterriza en el contexto colombiano. Su objetivo: debatir sobre qué tenemos que aprender y qué nos dice de nosotros lo que ha acontecido en las contiendas al otro lado del planeta.
Usted dice que el libro no es sobre Colombia pero habla de este país en cada página. ¿Por qué?
“Porque estamos en un momento de la historia colombiana profundamente tensa, de la que intentamos salir indemnes. Tampoco es fácil de asimilar para muchos. Yo entendí eso cuando volví al país, en 2009 -porque yo llevaba 12 años viviendo por fuera-, y encontré una sociedad profundamente polarizada. Era más fácil por entonces hablar con un hincha acérrimo de Real Madrid o Boca Juniors que con algunos colombianos.
“Yo ante eso me distancié y empecé a buscar qué enseñanzas dejan a Colombia las distintas guerras del mundo. El libro trata eso, mientras enumera los elementos en común que tiene el conflicto colombiano con las luchas que hay en otros países. Porque algo que se necesita, y muy importante, es que se debe renunciar a la idea de que la guerra en Colombia es única e irrepetible. Desmiento ese concepto que se repite tanto en este país, porque hay muchos elementos en común”.
¿Cuáles de ellos nos podría enumerar?
“Uno de ellos es el dolor de las víctimas, no hay diferencia en eso. Ante el narcotráfico, Afganistán es otro país donde ese negocio es un motor del conflicto. Ante los paramilitares, en Darfur se veía todos los días cómo este tipo de milicias asesinaban civiles. Ante el hecho que la guerra evoluciona en medio de procesos electorales, esto ocurre en Colombia como en Nigeria, en Palestina, en Siria. Y seguimos poniendo todas las demás categorías como excusas para creer que el conflicto en este país es distinto a otros, pero no es así”.
¿Qué experiencias resalta como observador directo de las guerras en el mundo?
“Discutí en Gaza con militantes de Hamas, el año pasado estuve una semana documentando y observando a Hezbollah, también logré hablar con sus enemigos, el Ejército Libre Sirio, hace tres meses estuve con los peshmerga (combatientes kurdos), estuve cerca de los talibanes; en todos esos lugares uno va recopilando voces de esas guerras. Ahí me vi en desacuerdo con muchos académicos que tienen una sola finalidad: convencernos de que los que tienen un fusil en el mundo están todos locos. Discrepo.
Puede ser que uno no comparta los métodos, pero no se puede decir que la resistencia palestina y los que se defienden del extremismo del Estado Islámico no tienen agenda. Creo que hay un afán de satanizar a quienes usan las armas. Y eso no justifica la violencia. Pero desde una perspectiva histórica existen razones y no todos los actores armados carecen de ideas”.
¿Podría ser aplicada la misma perspectiva para una visión de distinguir a buenos y malos en los conflictos sin ningún matiz?
“Es correcto. Pareciera que, en el mundo, y en especial como ocurre en Colombia, los conflictos los queremos dividir en dos caras de una moneda. Pero olvidamos que son mucho más complejos y no se pueden explicar tan fácilmente, con una separación entre buenos y malos. Ningún ejemplo podría ser más esclarecedor que los bandos del conflicto actual en Siria e Irak. Están los kurdos, los del PKK, los chiíes de Al Sadr, los chiíes de Al Sistani, el Estado Islámico, el Ejército iraquí, la Coalición Nacional Siria (Cnfros), el régimen de Al Asad, Al Qaeda, Frente Al Nusra, la Coalición internacional liderada por E.U., y los turcos. Aquí es cuando uno se pregunta quiénes son los buenos y los malos, y aunque se pueden distinguir, sí existen muchos matices.
¿Qué lecciones de los conflictos mundiales podríamos aplicar para intentar darle fin al de Colombia?
“Más que los conflictos, deberíamos escuchar qué nos enseñan las paces en el mundo. Por ejemplo, el que no se va a desmovilizar el 100 por ciento de los que hacen la guerra en Colombia. ¡En ningún conflicto armado se ha desmovilizado la totalidad de los combatientes! Pero en caso de que se dé la paz en el país, se van a escuchar esas aseveraciones: “¿Sí ve? no se desmovilizó el 100 por ciento. ¡Fracasamos!”, van a decir.
Lo mismo ocurre con las armas. No se van a entregar todas. En Nepal, por ejemplo, los guerrilleros se quedaron con los fusiles por seis años, pero se logró la paz. En Nigeria hubo una gran desmovilización, de 20.000 hombres, y entregaron 2.700 armas. Pero estas no se disparan solas.
En todo caso esto nos lleva a una última reflexión. En todo proceso de paz, y esto duele decirlo, hay una cuota de impunidad. Hay casos muy dicientes de esto, como lo son la implementación de justicia transicional en Ruanda y Sudáfrica, puestos como modelos en el mundo.
Es curioso que los académicos que contradicen mi postura en este sentido ponen como ejemplo dichos procesos. Los únicos que hablan realmente mal de lo que se hizo en Sudáfrica y Ruanda son los sudafricanos y ruandeses. Es muy interesante observar los errores que se cometieron en dichos procesos, no para satanizarlos, sino para entender esas experiencias y su lógica.
Asimismo, en ningún proceso de paz se ha implementado el 100 por ciento de los acuerdos que se han firmado. En este caso, los críticos del proceso van a levantar la voz a decir “¡pero vea! el punto J de este numeral no se ha implementado”. Eso lo sabemos. El problema radica en lograr una paz realista”.
¿Qué ejemplos hay ahora en el mundo de una búsqueda no realista de la paz?
“Palestina es el más claro. Uno se pregunta ¿cuál es el principal fracaso del caso palestino? Es que la agenda para una paz, que hay sobre la mesa hoy día, no tiene nada que ver con las causas reales del conflicto: La ocupación y asentamientos ilegales de Israel, el Estatuto de Jerusalén, los refugiados del 48, y las fronteras de 1967. Esos puntos centrales no son tenidos en cuenta en los tantos procesos de paz que se intentan allí.
La pregunta es, ¿se puede hacer una paz con agendas que no miran la realidad de un país? Esto lleva a otro debate, que es el de la implementación de la paz por zonas. Colombia es un país de regiones, y seguimos creyendo en una paz nacional como si ese modelo pudiera aplicar igual en el Catatumbo que en Arauca o en Putumayo”.
Esto nos lleva a hablar del postconflicto, y si considera que existen, en caso de que tenga lugar, lecciones que aprender del plano mundial
“Creo que es errado el excesivo optimismo de gran parte del sector que quiere la paz, de que con la firma de la misma ya se van a acabar todos los problemas del país. Hay una sobreestimación peligrosa, porque el nivel de frustración tras una posible paz va a ser muy alto. Creo que debemos aprender muchas cosas. Por ejemplo, en el primer año de un hipotético postacuerdo, va a aumentar la violencia urbana. Eso es una tendencia que se ha presentado tras todas las guerras. ¿Cómo estamos como sociedad para soportar eso? ¿Cómo va la pedagogía de la paz y el acompañamiento de la sociedad? Las víctimas nunca aparecieron en El Salvador ni en Guatemala. A duras penas en Ruanda y en Sudáfrica. Ni hablar del asunto en Sri Lanka o en Indonesia. Aquí aparecieron, y han ido tres o cuatro grupos ya a La Habana. Eso no es cualquier cosa. Desde el punto de vista de lo ideal es posible que sea muy débil, pero desde el punto de vista de lo real podría ser histórico”.