<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
x
language COL arrow_drop_down

El museo que tenía un directivo de Interbolsa en su casa en Bogotá

  • FOTO COLPRENSA
    FOTO COLPRENSA
  • El museo que tenía un directivo de Interbolsa en su casa en Bogotá
  • El museo que tenía un directivo de Interbolsa en su casa en Bogotá
  • El museo que tenía un directivo de Interbolsa en su casa en Bogotá
09 de diciembre de 2018
bookmark

Dos ocarinas de la cultura Nariño usadas en tiempos prehispánicos, posiblemente elaboradas para imitar el canto de las aves en ritos ceremoniales o de diversión, reposaban en un apartamento del barrio Rosales, en el norte de Bogotá. Al otro costado del lujoso predio, en el comedor principal, los comensales disfrutaban sus comidas admirando cinco urnas funerarias con figuras geométricas de la misma cultura. Un excéntrico gusto que data del año 500 a.C. y del cual se vanagloriaba Tomás Jaramillo, administrador del fondo Premium de Interbolsa.

Las urnas y las ocarinas hacen parte de un lote de 80 piezas de la era prehispánica que Jaramillo tenía en el inmueble, que en realidad era la unión de los apartamentos 401 y 402 de una torre ubicada en la transversal primera con calle 83, en el nororiente de Bogotá. Allí estaba esta especie de museo clandestino en el que también se hallaron elementos de las culturas Quimbaya, Tayrona, Calima, San Agustín, Caribe y Tumaco, cuyo valor es incalculable.

Los dos apartamentos fueron unidos tras derribar la pared que los separaba, por lo que quedó de un área aproximada de 400 metros cuadrados en los que se exhibían las piezas.

“En el expediente del descalabro del fondo Premium se ordenó una extinción de dominio a las propiedades de los socios de esta firma – explica Luis Miguel Martínez, de la Dirección de investigaciones financieras de la Fiscalía –. Cuando llegamos a este predio, nos encontramos con estas figuras, por lo que solicitamos el apoyo del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH)”.

Si bien los investigadores sospechaban que Jaramillo era un amante y coleccionista compulsivo de obras de arte contemporáneas y rupestres, por su mente no pasó la gigantesca colección que tenían frente a sus ojos. Por cada metro que avanzaban veían una pieza diferente.

En el pasillo principal, por ejemplo, figuras antropomorfas de la cultura Quimbaya moldeadas en una vasija. Silbatos elaborados por los tayronas de hace dos mil años y copas de la cultura Caribe también fueron hallados en el opulento inmueble.

La inspección se inició a las 9:00 a.m. y terminó casi cuatro horas después, lapso en el que los investigadores y agentes del CTI, con ayuda del ICANH, inventariaron el mini museo de Jaramillo.

Pese al hallazgo, el profesor Fernando Montejo, coordinador de Patrimonio antropológico y arqueológico del ICANH, se lamenta. “Se perdió una parte importante de información y eso sucede con frecuencia cuando hay guaquería, porque esos contextos desaparecen, porque los intervienen de manera inadecuada, destruyen una cantidad de información vital y, por ende, hay una pérdida de información valiosa que nos hubiera permitido empezar a hablar de fechas, tipo de población que vivió en esos lugares, para qué servían ese tipo de vasijas o esas piezas, si eran para actividades domésticas, rituales, de enterramiento, una cantidad de actividades del pasado que desde la arqueología podemos investigar”.

Museo de Tomás Jaramillo, directivo de Interbolsa

Uno de los ejemplos en los que se puede aplicar el planteamiento de Montejo es con las urnas funerarias. Algunas culturas prehispánicas realizaban lo que se conoce como entierro secundario, que no es otra cosa que una exhumación. Los prehispánicos enterraban a sus parientes y al cabo de un tiempo, sacaban sus restos y los depositaban en urnas como las halladas en el apartamento de Jaramillo.

“Era evidente que al lado o dentro de las urnas funerarias había huesos o cráneos, con los que se podían elaborar perfiles genéticos, descubrir enfermedades y otros datos valiosos, es decir se perdió la riqueza”, señala el arqueólogo y profesor de la Universidad del Rosario, Fernando Ruiz.

Las urnas varían en sus características de acuerdo a la cultura a la que pertenecen. Así, por ejemplo, las tayrona son de gran tamaño y generalmente tienen un cuello recto, con representaciones antropomorfas.

Ángela Escobar es la antropóloga del grupo de Patrimonio del ICANH que estuvo presente en la diligencia y agrega que es notoria la diferencia con las urnas Calima que son cilíndricas y con tapa.

“Con ver ese tipo de representación se ven las características tan diferentes en que cada cultura manifiesta su simbología funeraria. Tienen pastas diferentes y vale la pena seguir investigando y revisar los antecedentes de investigación arqueológica funeraria para conocer más de la gente que vivió en esos territorios”, asevera la experta.

Museo de Tomás Jaramillo, directivo de Interbolsa

Sin pistas

Las obras de arte que le han decomisado al cerebro del fondo Premium sí pueden ser objeto de extinción de dominio, junto con propiedades como los apartamentos y los yates. El fiscal Luis Miguel Martínez asegura que “en el rastreo financiero realizado por el descalabro del Fondo Premium de Interbolsa, la Fiscalía detectó propiedades avaluadas en algo más de 38 mil millones de pesos”.

Pero las piezas precolombinas no se pueden tasar por su valor histórico y patrimonial, conforme lo establece la Ley General de Cultura y la misma Constitución que en su artículo 72 establece que el patrimonio cultural de la Nación es propiedad del Estado y sus bienes son “inalienables, inembargables e imprescriptibles”.

Tampoco es posible determinar de dónde las obtuvo ni cuánto pagó por ellas. El mercado ilegal es el escenario ideal para conseguir estas piezas no solo de las culturas prehispánicas colombianas sino las que pertenecen a grupos ancestrales de otros continentes.

El entramado criminal que se teje alrededor de este negocio es muy difícil de rastrear por parte de las autoridades. Sin embargo, la Interpol tiene una base de datos compuesta por 25 categorías de objetos patrimoniales de culturas ancestrales que están fichados y que sirven para hacer un seguimiento a estos elementos.

“Si bien es imposible conocer el número exacto de objetos blanco de los ataques o el coste exacto del tráfico de bienes culturales, se estima que varios cientos de miles de piezas antiguas ya han sido extraídos de excavaciones por parte de organizaciones delictivas y grupos terroristas”, advierte un documento de la entidad.

Figuras

Tal parece que las figuras antropomorfas y zoomorfas eran muy apreciadas por Jaramillo. Figuras Quimbayas, Tumaco y Tayrona hacen parte de los bienes inventariados. Sobre la cultura Tumaco, el profesor Montejo explica que ellos “eran como los retratistas de la era prehispánica”.

Las investigaciones han llevado a determinar que esas representaciones estaban relacionadas con ciertos rituales y no eran piezas que se usaran de manera doméstica. Actualmente, los expertos del ICANH trabajan para establecer qué tipo de animales plasmaron los ancestros en esas figuras ya que a simple vista no es fácil identificar.

Una de las piezas que más llamó la atención es la número 19. Muestra una figura bípeda con los brazos abiertos, de piernas cortas, con la boca abierta de la que se sobresalen sendos colmillos. También tiene ojos saltones y rasgados. Su actitud es de fiereza, de acuerdo a la posición de lo que parecen ser las cejas.

El profesor Fernando Ruiz advierte que las comunidades ancestrales tendían a desarrollar los hechos que les llamaban la atención, lo más extraño. Además, se sentían atraídos por algunas deformaciones que padecían sus integrantes como labio leporino o enfermedad de Morquio que se caracteriza por estatura corta y facciones faciales toscas.

En su planteamiento, Ruiz va más allá y asegura que quizá por el consumo de sicotrópicos o el ancestral yagé los que elaboraban estas piezas “confundían la realidad con la fantasía y en un momento dado reproducían un murciélago con forma de fruta”.

Museo de Tomás Jaramillo, directivo de Interbolsa

Autoridades laxas

Los investigadores del ICANH que tienen en custodia las piezas aseguran que no hay duda que pertenecen al patrimonio arqueológico de la Nación por las características de forma, tratamiento de superficie, decoración y tipos de arcillas empleadas para su elaboración a lo que se suma que corresponden a varias zonas del país que son de importancia arqueológica: la Sierra Nevada, el Bajo Magdalena, Valle del Cauca y suroccidente de Colombia.

Tras el embalaje, la Fiscalía constató que no existen certificados ni permisos legales de tenencia del material precolombino entre los que se destacan seis hachas cuyo origen está por determinarse ya que, como explica la profesora Ángela, “a diferencia de la cerámica, es más complicado con estas herramientas, porque se usaron en casi todo el territorio colombiano en tiempos prehispánicos y eran usadas en el despeje de zonas boscosas y áreas con vegetación y esas hachas pueden ser encontradas en el norte del país, en el centro, en los Andes, en el Amazonas”.

También se estableció que algunas piezas fueron objeto de restauración, por lo que no se confirma que aparte de Jaramillo y sus frecuentes invitados, alguien más sabía de la existencia de ese museo y no acudió a las autoridades a denunciar el ilícito.

“Eso nunca puede convertirse en propiedad privada. Tenerla de manera clandestina, subrepticia, ilegal como la tenían estos señores, realmente se está atentando contra la identidad nacional”, levanta su voz el director de Patrimonio Cultural e Histórico de la Universidad del Rosario, Luis Enrique Nieto.

En su concepto, más que una ley laxa, son las mismas autoridades y la sociedad la que es laxa en este tema. La primera al no perseguir efectivamente y llevar un control permanente sobre las denuncias. Y la ciudadanía porque en vez de alabar a quien posee estos bienes, se debería poner en evidencia ante la justicia.

“Cuántas personas no visitaron y alabaron y se admiraron de la colección de estos señores, falta conciencia en toda la sociedad”, concluye el profesor.

Su queja tiene razón, pues en Rosales, el exclusivo sector de Bogotá, vive gente que está pendiente de quién entra y quién sale de los edificios. Así por lo menos lo ha señalado el fiscal Néstor Humberto Martínez.

Te puede interesar

El empleo que busca está a un clic

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD