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Por sus venas corre el río Atrato

Para Maryury, guardiana del río, su protección es una tarea con raíces profundas y dolorosas.

  • Maryury Mosquera, una de las guardianas del río, relata las bondades del Atrato y lo que significa para los chocanos. FOTO Waosolo
    Maryury Mosquera, una de las guardianas del río, relata las bondades del Atrato y lo que significa para los chocanos. FOTO Waosolo
05 de septiembre de 2018
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La casa de los abuelos era el sitio preferido para las vacaciones de la escuela. Cuando terminaban las clases, Maryury Mosquera, entonces de cuatro años, partía de la casa de su padre en Doña Josefa, un pequeño corregimiento al que se llega en media hora en lancha hacia el sur de Quibdó, para adentrarse en la selva y llegar al hogar de don Américo y doña Cruz, en toda la orilla del río Atrato.

“Ese es el primer recuerdo que tengo... y el más bonito”, dice sin ocultar la alegría que le produce recordar que “el río pasaba por el frente de la casa. Cuando me iba de vacaciones, lo primero que hacía al levantarme, era tirarme al río con mis primos; acompañar a la abuela a lavar los platos y mirar el cauce, sentadas allí. Luego nos bañábamos e íbamos a compartir con los amiguitos y llevábamos para comer algo en la orilla; en la tarde, me quedaba sentada en alguna canoa viendo pescar”.

Años después, esa comunión especial con este brazo fluvial que recorre al Chocó de cabo a rabo, a lo largo de 650 kilómetros, moldearía a Maryury para convertirse en lo que es hoy, una de las guardianas del río Atrato.

Ella, quien hace parte del Consejo Comunitario del Alto Atrato y lleva ocho años trabajando con las comunidades, se esfuerza por explicar claramente por qué el Atrato es más que solo un caudal, que es parte misma de la vida y eso para los chocoanos es más preciado que el oro.

“Ustedes ven un río y ¿qué ven?, pues agua”, explica al notar que su interlocutor procede de tierras andinas, “¿sabe qué ve alguien de aquí? ve su baño, su cocina, su nevera, su autopista y su sustento”.

Son pocas las comunidades que no han nacido en torno a las aguas. Cuando no es el Atrato, es el San Juan o el Baudó, y como el índice de necesidades básicas insatisfechas llega al 79,1% de la población (el más alto del país según el Dane), pues encuentran en la corriente un modo de poder salir adelante.

Sin embargo, Maryury no se autocompadece. Por el contrario, cree que es una “dinámica muy bonita”.

“Ve al Chocó y sal a la calle a las 5 o 6 de la mañana y verás la madre lavando los platos en el río, porque no hay acueducto; a los niños bañándose para ir a la escuela, porque no hay duchas y a los hombres sacando las canoas para ir a pescar su sustento o para ir a otra población, porque no hay carreteras”, cuenta.

Raíz profunda

El río siempre ha sido agradecido y no es superstición o agüero. Los libros de geografía colombiana enseñan que el Atrato es el más caudaloso de Colombia, pero también el tercero más navegable, por efecto de grandes extensiones de cauce profundo, pero lento que han facilitado la vida.

Así lo describió el geógrafo Alexander von Humboldt que se refirió a este como una “larga laguna en movimiento”.

Pero esa personalidad no siempre les fue benévola. Por esa autopista de agua entró la Conquista Española por el Golfo de Urabá, en una expedición liderada por el explorador español Vasco Núñez de Balboa, que a su paso dejó en las orillas cadáveres indígenas y poblaciones de esclavos traídos de África. Hoy, los cálculos de diversas ONG reportan que hay unas 400.000 personas vecinas de la ribera, en 12 municipios.

No pasó mucho para que los españoles notaran que en el río había oro y con la codicia llegó el mayor enemigo histórico del río: la minería. Los libros de historia relatan que a fines del siglo XVIII, Chocó producía más oro que todos los demás distritos mineros de la Nueva Granada, y en consecuencia, se convirtió en el principal productor de los virreinatos continentales.

El abandono estatal nació allí mismo. Tras la independencia, nunca se trató a la región de forma vinculante, sino con un sentido puramente extractivo, lo cual germinó una corrupción con profundas raíces históricas, que llega hasta estos días, y tuvo su punto más grave a fines de los noventa, cuando se vivió una explosión minera que nunca repercutió en la calidad de vida de la comunidad.

Estos conceptos los expone la Corte Constitucional en la sentencia del 10 de noviembre de 2016, en la que reconoce al Atrato como un sujeto de derechos y conminó al Gobierno a ejecutar planes para su protección y preservación.

Un compromiso mayor

Este dolor histórico lo sienten todos los chocoanos y así lo explica Maryury, quien aunque tuvo su cuna en Juradó, a las orillas del mar Pacífico, dice sentir el mismo dolor que todos sus coterráneos al ver las aguas contaminadas. “Los que pasamos por una universidad cometemos el error de pensar que tenemos la última palabra. No puedo yo, siendo agrónoma de profesión, llegar a decirle a un agricultor que lleva 40 años cultivando que la forma cómo hace las cosas no es así. Ese es el problema con el Estado, que diseñan planes desde un escritorio” dice con amargura, pero agrega con convencimiento: “Las comunidades étnicas tenemos nuestra propia cosmovisión de desarrollo. Si unes eso con lo técnico, los resultados van a ser más efectivos”.

El 28 de mayo pasado, con la firma de la resolución que conforma la Comisión de Guardianes del río Atrato y en cuya lista se encontraba, Maryury reafirmó una convicción que tiene raíces más hondas que su propia certidumbre. “Es más que un río”, insiste y pregunta, un poco más para sí misma, “imagínate que el río no estuviera, ¿qué haría la comunidad?”.

Aún así, está segura que así tuvieran las condiciones de vida de Londres, no dejarían de lado esa conexión.

Lejos en el tiempo quedan aquellas épocas sin preocupaciones de las vacaciones en la orilla, pero el sentimiento está allí y revive cada que escucha el murmullo de la corriente o cuando, viendo el agua correr, siente como esta se lleva el estrés y cualquier carga. En ese punto, cargado de simplicidad, es cuando renueva sus votos: “Que el río esté protegido garantiza la supervivencia de toda una población. Cuando empecemos a ver que hay una forma diferente de ver el mundo, la cosa va a funcionar”, concluye optimista.

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