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Así como a Arancel de Jesús Ramírez los violentos le quitaron su “finquita”, el retorno lo dejó sin sus hijas y la posibilidad de vivir junto a sus nietos. Su familia cambió en los 14 años de exilio que vivió en Medellín después de que el miedo y la estigmatización lo hicieran salir de la vereda San Rita, en San Carlos (Antioquia), donde estaban sus sueños y la certeza de un futuro tranquilo.
Después de amenazas de los grupos armados ilegales, un día cualquiera cogió a su esposa y a sus tres hijos y se fue para la ciudad a buscar cómo ganarse la vida.
Los primeros siete años trabajó como obrero en una fábrica, pero cuenta que siempre añoró la tierra: “soy un hombre de campo y la tierrita jala mucho”. Por eso, tan pronto pudo empezó a trabajar como mayordomo en una finca y allí siempre se preguntaba cómo estaría su tierra y cómo estaría de feliz si pudiera volver.
¿Y volver para qué?
Cuando la situación mejoró y en San Carlos iniciaron los programas de retorno, Arancel Ramírez se encontró en una encrucijada: sus dos hijas mayores no querían volver. “Ellas sentían que en Santa Rita no iban a tener futuro y yo las entiendo, en Medellín pueden estudiar y conseguir buenos trabajos, y es normal que no les guste el campo, nunca han trabajado la tierra, por eso más bien las dejé allá, una de ellas ya cogió responsabilidad y se llevó a la hermanita, yo volví con mi esposa y con los otros hijos, los menores”, recuerda.
María Patricia Giraldo, exalcaldesa de San Carlos, quien estuvo al frente del retorno de casi 14.500 personas de las 20.000 que abandonaron el pueblo por culpa del conflicto, explica que la mayoría de las familias que retornaron, como la de Arancel, “dejaron sus hijos en Medellín porque allí ya tenían una vida asegurada, y algunos volvieron con los hijos pero ellos no se han podido adaptar”.
En estos procesos de retorno siempre hay quienes deciden no volver y Giraldo estima que el 95 % de esas familias no lo hace porque “se estabilizaron económicamente donde están y otras no vuelven todavía porque sus hijos están estudiando y saben que volver a una vereda no les permitirá terminar sus estudios”.
Así mismo, Paola Cadavid, directora de la Unidad de Restitución de Tierras (URT), territorial Antioquia, indica que aunque los adultos que tuvieron que dejar sus tierras tienen una “gran nostalgia por regresar, donde tenemos un poquito más de complejidades es con las segundas generaciones: hijos o nietos”.
Levantar las ruinas
Cuando Arancel llegó a la finca el desconsuelo aumentó pues su casa estaba en ruinas: “estuvo 14 años abandonada, la casita estaba en el piso y la tierra había que arreglarla”, dice. Así que junto a su familia levantó el “ranchito” y sembró “comida y café”. Como la cosecha tardaba tenía que irse a trabajar para tener con qué subsistir: “normalmente comida hay en un año y café en dos”, calcula refiriéndose a la cosecha, así que en ese tiempo “había que jornaliar cuando había donde y hacerle siete nudos a la plata pa’que alcanzara”.
La exalcaldesa recuerda que este era uno de los asuntos más delicados del retorno, “los proyectos productivos no dan de un día para el otro”, por eso cada Administración municipal, dice desde su experiencia, debe buscar soluciones en proyectos productivos en los que puedan apoyarse mientras la tierra da su fruto.
Tampoco había escuela, cuenta Arancel, y eso dificultó la adaptación de sus hijos menores. “Es lógico, nadie vivía aquí, Santa Rita era una vereda fantasma y era muy difícil mantener a los muchachos sin un lugar para estudiar”.
Cuando las familias se fueron toda la infraestructura social se perdió y construirla de nuevo es necesario para que el retorno tenga garantías, relata Giraldo.
En este sentido, Lucía González, exdirectora del Museo Casa de la Memoria e investigadora, afirma que al retorno tiene que ir acompañado de todo un proceso cultural que permita reconstruir tejidos sociales, puntos de encuentro como iglesias, escuelas, casetas de acción comunal... para dignificar la vida de las víctimas.
Han pasado cuatro años desde el retorno, y Arancel y su familia viven en una tierra fértil, como añoraban, pero separados de esa otra parte de la familia que dejaron en la vida citadina .