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¿Por qué no nos controlamos?

Qué es lo que hace que se desate nuestra naturaleza más primitiva. En una contienda, quién gana, ¿la razón o las emociones?

  • ilustración Esteban parís
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    Esteban parís
20 de julio de 2017
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El periodista británico Laurence Rees relata en su libro Auschwitz: Los nazis y la solución final los sentimientos del judío Toivi Blatt, quien sobrevivió al campo de exterminio nazi de Sobibor, en Polonia.

“Nadie se conoce a sí mismo –decía Blatt–. Todos podemos ser buenas o malas personas en diferentes situaciones. A veces, cuando alguien es realmente bueno conmigo, me descubro preguntándome cómo se habría comportado esa misma persona en Sobibor”.

Según Ignacio Morgado, el psicobiólogo español especialista en las emociones y el cerebro , “somos seres biológicos en un entorno natural y social y nuestra mente y comportamiento pueden cambiar drásticamente cuando lo hace ese entorno”.

La eterna pregunta surge: ¿Qué influye más en nuestro comportamiento, la emoción o la razón?

En 2008 un artículo publicado por Nature Review Neuroscience se refería a la dificultad para separar emoción y razón en la mente humana.

Sobre esto, Morgado aclara que “el equilibrio y la coherencia entre lo que pensamos y lo que sentimos es clave para dirigir y estabilizar nuestro comportamiento, pero hay momentos en que las circunstancias ambientales rompen ese equilibrio y alteran el modo ordinario de conducirnos dando casi siempre prioridad a la emoción. Sobre todo porque en los más íntimo de nuestro ser hay un poderoso instinto de supervivencia que tiende a prevalecer sobre los intereses generados por la cultura o la educación”.

Reactividad emocional

Desde nuestros primeros años los niños muestran una determinada reactividad emocional heredada de los padres.

“El ambiente y la educación que recibimos, es decir, el contacto con la familia, los maestros, los amigos, el colegio y el barrio donde nace y vive la persona, van a ser claves para determinar el destino en que se empleará la reactividad emocional que cada uno hereda”, replica Morgado.

¿Sabiendo esto podemos modificarlo o maniobrarlo? Según él, uno puede reemplazar una emoción por otra por medio de la razón: “Remplazar el desamor por un nuevo amor”, por ejemplo.

Sin embargo, Andrés Felipe Marín Cortés, psicólogo y magíster en psicología de la Universidad San Buenaventura e investigador dedicado a las emociones y las redes sociales, explica: “Si hay algo en la vida del hombre en lo que no se impone la voluntad, se encuentra en el aspecto afectivo y emocional. Aunque quisiera, yo no me podría poner contento o enamorado solo por voluntad, pero la intensidad de la emoción sí se puede regular”.

El equilibrio

La moto que se le atravesó porque se pasó el semáforo en rojo, la tarjeta roja que le pareció injusta en el partido de fútbol o un comentario negativo que amenaza su reputación en redes sociales tienen en común ser situaciones estresantes.

Ante estos estímulos “se activan las emociones, estas funciones adaptativas que se encargan de regular el estrés. Y depende del tipo de emoción que se tenga, los humanos tendemos a responder con un comportamiento adaptativo o desadaptativo que va a surgir de la valoración de esa situación”, dice el psicólogo.

Esos estímulos, unos en mayor medida que otros, van a activar entonces pensamientos que generan conductas de autorregulación o que, por el contrario, llevarán a la acción, lo que dependerá de la intensidad con que se viva el momento.

“Algunos sobrevaloran el tiempo en el taco o el mensaje en la red social y eso incrementa la respuesta”.

¿De qué depende que nuestros niveles de estrés se desborden? Según Montoya, “de las estrategias de afrontamiento que las personas tengan. Las adecuadas son, por ejemplo, las autoinstrucciones, hacer una evaluación diferente de la situación y tener presente el debate cognitivo: ¿hasta qué punto esa situación amerita que me ponga en el estado emocional que tengo?”.

Incluso puede hacerse la pregunta, ¿puede hacer algo por terminar el taco? No, seguramente, así que para que preocuparse por aquello que no puede controlar.

A voluntad no se puede dejar de sentir, pero “a través de la reflexión o la reinterpretación sí se puede modificar la emoción con respecto a la experiencia, porque siempre está anclada a algo (ilusiones, acciones, apariciones o desapariciones de personas, etc)”, replica Marín.

Es el constante juego del equilibrio entre la razón y la emoción. Las recomendaciones que deja el psicólogo de la San Buenaventura son “reconocer la emoción y no rechazarla” y, para controlarla, hacer un proceso consciente de resignificación para que no se convierta en un problema”, concluye.

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