La dignidad no se acrecienta con cada acción que realizamos, con cada título que alcanzamos, con cada año que acumulamos, ni con cada palabra que pronunciamos. Pero sí decidimos sobre una vida con dignidad, y la potencializamos cuando pensamos y hacemos nuestra, realmente nuestra, una premisa que parece indiscutible, que cada niño y niña tenga la posibilidad cierta de recibir el mejor comienzo en la vida o una vida con un buen comienzo.
El apremio va más allá de persuadir a alguien de la urgencia y la importancia de atender la primera infancia, ¡todos estamos convencidos! Se trata, más bien, de asegurar aquello que mejore las condiciones de posibilidad para hacer efectivo el derecho a tener un buen comienzo. Así, la imagen de niñas y niños sanos y sonrientes produce una sensación de deleite, de paz y de regocijo, con la misma intensidad que retuerce las entrañas verlos desatendidos, sometidos a privaciones de todo orden, muriendo de hambre y soledad.
El bienestar de la infancia es fundamental para el progreso humano y es un indicador preciso del grado de desarrollo y calidad de vida que exhiben las naciones; son sus valores y principios rectores, que trascienden el solo cumplimiento formal y retórico los que tornan como exigibles los derechos de la infancia y los convierten en una apuesta por las decisiones económicas que trazan un camino más seguro.
Toda la historia de la infancia, desde el siglo XVIII hasta nuestros días, está constituida por una diversa dosificación de ternura y de severidad, varios trabajos, Lloyd de Mause, Phillip Ariés, dejan al descubierto que las concepciones de la infancia no han sido estables sino, más bien, variables en dependencia con las distintas condiciones sociohistóricas. Además de este consenso sobre la importancia de la atención y de un buen comienzo, nos interroga el cómo, cuándo y cuánto, esas respuestas habrán de ser congruentes con las posibilidades y límites de nuestras realidades.
Son muchos los colectivos que han de participar, yo abogo por los más cercanos, por preguntas institucionales que en una espiral de acuerdos y compromisos nos permitan poner a rodar el proceso; ya pasamos de suplir únicamente las necesidades infantiles que reclamaban atención y satisfacción a través de actos concretos, a situarnos ahora en una perspectiva de derechos que exige políticas, planes y proyectos ambiciosos. Así, por ejemplo, no se trata de satisfacer solo su necesidad alimentaria, es preciso un plan de salud que incluya la nutrición como un elemento de base.
La atención a los niños y a las niñas menores de cinco años se dibuja en un escenario complejo, que demanda un eje articulador, una mirada integradora que vincule el problema teórico que supone el enlace de perspectivas que si bien responden a buenos principios, requieren un diapasón que los haga sonar al unísono, logrando la melodía que queremos, niños y niñas con políticas educativas, sociales, sanitarias y culturales que los acojan y los hagan ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho.
Para ello es preciso convocar el conjunto de redes sociales con incidencia en la comunidad, para poner en marcha una estrategia socioeducativa amplia, mediante la cual cada quien despliegue lo mejor de sus experiencias y potencialidades en una propuesta innovadora de tejido social.
De acuerdo con lo anterior, la metáfora Buen Comienzo implica convocar las voluntades y las acciones de un conjunto de entidades y personas, para que se constituyan conscientemente en ese Otro social que nutre, preserva la vida e inserta al pequeño ser humano en la cultura. Así pues, apoyar desde el Estado y las redes sociales este imperativo, es reconocer que la vida del infante es una responsabilidad de todos.