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Durante cuatro años Natalia Orozco intentó ganarse la confianza de las Farc y del Gobierno Nacional, al tiempo que las dos partes negociaban en La Habana el Acuerdo de Paz.
Ella, periodista y documentalista, quería contarle al mundo a través de su documental El silencio de los fusiles, su mirada sobre aquel momento histórico para Colombia y el mundo. Un filme que tuvo altibajos, con lágrimas, frustraciones y rabia, y también satisfacciones de dejar un trabajo que ell espera se convierta en parte del archivo histórico del conflicto armado del país.
Natalia habló con EL COLOMBIANO sobre el proceso de convertir más de 300 horas de grabación y entrevistas en un filme, que ella describe como “honesto y transparente”.
“Fue un proceso largo en el que incluso hasta el final hubo descofianza hacia mí. Duré los dos primeros años buscando respuestas que fueran más allá de las políticamente correctas o los discursos dogmáticos que no correspondían a ese relato íntimo y humano que yo buscaba. Fui a La Habana en varias ocasiones y hubo momentos en que regresé sin nada o con material que no servía. Hay que tener presente que inicié el documental cuando las Farc todavía movía sus tropas y el gobierno realizaba ofensivas contraguerrilla, entonces era fácil pensar que podría filtrar información de unos o de los otros o ser una espía. Sin embargo, después de dos años los personajes empezaron a salir un poco de ese caparazón de comandantes guerrilleros y de funcionarios del gobierno y dejaron entrever visos de humanidad que me permitieron entender que detrás de esos hombres y mujeres hay seres humanos con las contradiccciones que la humanidad trae”.
“Comenzó en noviembre de 2012 y finalizó a principios de 2017, es decir, cuatro años y un poco más. Nada salió como lo teníamos planeado. No podía comprometerme con ningún productor hasta no estar segura de tener el material, por eso al principio viajaba a punta de tarjeta de crédito, llevándome camarógrafos y esperando a que nos atendieran, cosa que a veces nunca pasaba y volvía a Colombia desanimada. Tomaba impulso de nuevo, persistí”.
“Le cuento que el 90 % del material recogido se quedó por fuera del filme. El montaje lo hice con Etienne Boussac, a quien le debo un gran crédito pues llegué a él con todas esas horas de grabación y un salpicón en la cabeza que con su ayuda lo convertimos en conversaciones para mirar qué historia podíamos sacar.
Al principio pensamos en crear algo sorprendente, empezar con el momento del apretón de manos entre Santos y Timoleón Jiménez y hacer en ese momento un flashback, pero sentimos que no funcionaba. Entre conversación y conversación en la sala de montajes pensé en contar la historia como se la estoy contando a usted, desde mi experiencia. Metimos el material en una línea de tiempo y la historia fue cogiendo una dimensión narrativa que dijimos ‘por aquí es’. Después de ello llegó otro debate porque teníamos que decidir si usábamos unas imágenes bonitas que grabamos de lado y lado o dejar solo a los personajes hablando y usar otras. En ese momento Etienne me preguntó si quería hacer una gran película o una honesta, y mi respuesta fue lo segundo. Así creamos un documental sin adornos, sin ruido ni manipulación”.
“No, pero le cuento que al principio las Farc no quería hacer el documental, y a pesar de que nunca lo admitieron, yo se que Pablo Catatumbo fue quien los convenció de que se hiciera. Las dos partes fueron muy valientes porque se sentaron frente a la cámara sabiendo que no había concesiones. A veces estuvieron incómodos por las preguntas que hice y a pesar de ello respondían. Les agradezco”.
“Creo que puede ser un documento que le quede a las próximas generaciones de cómo se llegó hasta aquí, y será histórico pero cuando se le sumen otros esfuerzos que en el momento realizan varios documentalistas. Hay que hacer el esfuerzo de reunir aquellos trabajos para entregarle al país, a los colegios y a las bibliotecas una serie de documentos audiovisuales que tengan diferentes puntos de vista”.