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El filme que se moldeó a cuatro manos

Epifanía, la última película de Óscar Ruiz Navia y Anna Eborn, lleva entrelazadas las ideas de los dos directores.

  • El filme que se moldeó a cuatro manos
06 de marzo de 2017
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El director y productor de Contravía Films, Óscar Ruiz Navia, recordado por cintas como El vuelco del cangrejo (2009) y Los hongos (2014) presentó en estreno iberoamericano su más reciente largometraje: Epifanía, durante el 57° Festival Internacional de Cine de Cartagena. Una película que codirigió con la realizadora sueca Anna Eborn y en la que los dos entrecruzan sus ideas para darle vida en pantalla a una madre que contiene aspectos y memorias de los dos directores.

El filme de 71 minutos, “es como su título lo sugiere, una inmersión en los misterios de la muerte, el nacimiento y el renacimiento, tanto físicos como espirituales”, dice del filme la sinopsis del Ficci 57.

EL COLOMBIANO habló con Ruiz Navia sobre el proceso que lo llevó al desarrollo de su nueva película y el trabajo a cuatro manos que fue esta producción.

¿Cómo fue el proceso de elaboración de una madre que parece una sola mujer y varias a la vez?

“La película funciona como si fuera un movimiento del que va de la oscuridad a la luz, casi como si fuera una pieza musical. No tiene la intención de ser tan explícita y mostrar si esa madre es la combinación de varias mujeres. Hay gente que piensa ‘es el mismo personaje’ o tal vez dicen ‘son personajes diferentes’. Lo que sí te puedo decir es que la película tiene tres fases y en cada una de ellas sale la misma actriz, siendo una madre y en varias situaciones diferentes, lo que nos podría decir que son tres personajes diferentes o pensarse que es el mismo. Sin embargo, estos son sentidos que la película no ofrece de forma concreta y es el espectador quien la asume como lo desea”.

El largometraje fue codirigido con Anna Eborn, un trabajo a cuatro manos. ¿Cómo fue ese trabajo, cómo llegaron a los acuerdos para realizar el filme?

“El ejercicio de codirigir es un ejercicio de entregar, de desprendimiento, pues entre más quieres aferrarte a una idea, más difícil será la codirección. Tiene que haber una lógica de desprendimiento constante y creo que en la medida de que eso pase, la codirección se hace más fuerte. Y cuando se empieza a permitir que el otro proponga y uno también lo hace con la misma actitud, ahí es cuando florece la armonía”.

¿Cómo fue entonces esa codirección?

“En la parte de guión y de rodaje nos fue muy bien. Nos dividimos las funciones: en el rodaje Anna estaba más en la cámara, mientras yo me enfocaba en las actrices. Hubo una división de roles muy marcada en esa momento de la producción, pero igual era trabajo en conjunto porque después de las labores del día conversábamos. La parte difícil se vio en el montaje y la edición, porque allí con la misma cantidad de imágenes que hicimos se podían hacer múltiples versiones del filme. Ese momento podríamos decir fue difícil pero de antemano sabíamos que la codirección iba a ser un proceso complejo. Supimos manejar esas dificultades”.

¿Ya había codirigido antes?

“Sí, en la época de la universidad hace muchos años con un corto llamado Sunrise y un documental que se llamó Los hijos de la bestia. En los casos que acabo de comentar fue muy agradable y en esta ocasión también lo fue. Aunque la diferencia en esta fue que Anna es de otro país y tiene diferente cultura. Creo que esa distancia hacía que de alguna manera hubiera un respeto y una admiración hacia el otro director”.

¿Se nota en la película qué partes son de Anna y cuáles de Óscar?

“No, está totalmente entrelazada con las ideas del uno y el otro. La película busca eso: la mutación entre las dos miradas. Es una mixtura”.

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