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Las novias del viento. Así denomina John Sosa, uno de los poetas surrealistas de Medellín, a las cometas.
Él es uno de los cincuenta cometeros o, mejor, cometófilos permanentes que hay en el Valle de Aburrá, “tal vez siendo un poco exagerados”, como dice otro de los aficionados a este arte milenario, Federico Martínez, marinero en tierra y artesano que vive para esos juguetes del aire.
Los esporádicos, sostiene, esos sí se cuentan por miles. Por ejemplo, “el fin de semana anterior podía haber unas diez mil personas elevando cometa en esta subregión”.
Sin embargo, no faltan personas que tienen la percepción de que los cometeros han disminuido con los años.
Rafael Molina, barranquillero de unos cincuenta años, de los cuales más de la mitad los ha vivido en Medellín, volaba su estrella de colores en los que primaban los de la bandera de su Junior de Barranquilla del alma, rojo y blanco, en una manga del Alto de Las Palmas, el fin de semana último. Mejor dicho, era uno en la expedición de los diez mil de que hablaba el otro. Él es uno de quienes tiene esta percepción, de la disminución de los cometeros en los últimos años.
“Pasé la niñez en Soledad, a veinte minutos de Barranquilla. Los que elevábamos cometas no teníamos contadero. En vacaciones de escuela, tanto en enero como en julio, gastábamos un día en ir a buscar las cañas para hacer el esqueleto; otro, elaborando la cometa con papel de globo que pegábamos con engrudo. Le poníamos cola de trapo y nos esforzábamos por hacerles unos buenos tirantes. Y pasábamos días en un morro, elevándolas. Había veces que uno las veía pequeñitas de lo altas que subían.
”Incluso, recién llegado a Medellín, veía cometas por montones en el cielo. Me ponía a contarlas y podía pasar de veinte. ¿Ah? Pero ya no es igual. Ahora no son tantos los que elevan cometa”.
Dice que él, por supuesto, no puede dedicarle tanto tiempo a su afición como cuando era niño o adolescente, porque esa es una época de la vida, explica, en la que uno es vago y no le dicen nada. “Hasta le luce a uno el ocio”. Pero no falta por lo menos en el mes de agosto a la cita con el viento.
De lo que cuenta Rafael Molina hay un asunto que coincide con el discurso de Federico Martínez: “no hay una sola temporada de vientos en el año, como se cree comúnmente, sino dos. Una va de la última quincena de diciembre hasta la primera de marzo. Otra, desde la segunda quincena de julio, hasta la primera de septiembre. Lo demás es aire en quietud y lluvias”.
Por eso, él eleva cometas todos los sábados y domingos de las dos temporadas de viento, en el Cerro El Volador. Allí coincide con John Sosa y otros jugadores.
Por su parte, Rafael tiene una hipótesis para explicar el fenómeno del decrecimiento de la población cometera:
“A los muchachos de hoy no les gusta jugar en vivo y en directo, como nos tocó a nosotros, sino a través de la realidad virtual. No se untan de nada y ven la vida a través de pantallas del computador o del teléfono celular. Uno también usa estos aparatos, pero no está tan ‘entrampado’ en ellos como la gente de ahora”.
Federico Martínez dice al respecto: “No, no es eso que han disminuido los cometeros. Lo que pasa es que en la ciudad y en el Valle de Aburrá completo, se acabaron las áreas para elevar cometas; todo está construido”.
Residente en Envigado, comienza por inventariar mentalmente los espacios de su municipio: tienen la manga del Parque Débora Arango, donde la gente se reúne a elevarlas, pero en realidad, explica, es un sitio encajonado por edificios alrededor, de modo que el viento acude difícilmente a la parte baja.
“Hay que esperar horas —dice—, para que alguna corriente descienda y alce las cometas. Una vez con ellas arriba, ya los cometeros dejan de sufrir”.
En su municipio ya es difícil hallar amplios terrenos en las Lomas del Barro y del Escobero. Acaso en Las Palmas haya algunas áreas disponibles.
Sigue con Medellín. Recuerda que los cometeros visitaban en masa y con asiduidad la zona de La Asomadera, pero ahora, lo que no está construido está rodeado de altos eucaliptos y cables de alta tensión, que estorban para el ejercicio.
En Bello, sigue hablando, estaban los llanos de Niquía, pero ahora están colmados de unidades residenciales.
“Casi podría decirse que solo queda el Cerro El Volador, centro de la rosa de los vientos del Valle de Aburrá, con sus limitaciones, como la falta de servicios sanitarios y el cierre a las seis de la tarde, por razones de seguridad”.
Por ser ecoparque o parque natural, no se permite la existencia de construcciones civiles en la parte alta. Y aunque tiene carretera hasta la cima, está prohibida la subida de autos. A partir de esta hora solo quedan allí los policías y los celadores, pero no puede hacerse vuelos nocturnos, con cometas a las que les añadimos materiales fosforescentes o instalaciones luminosas”.
Muchos de los supuestos ovnis que la gente observa son tales juguetes iluminados.
“El parque El Volador es patrimonio histórico, cultural y natural de la Nación —recuerda Federico—, debido a su riqueza arqueológica y ambiental. Hace unos años existía una carpa, bajo la cual había una vitrina con muestras arqueológicas, pero eso, hoy está abandonado.
Debería ser más utilizado por la comunidad, con los respectivos cuidados.
Raúl Andrade es un hombre de la región cafetera. Pasa una temporada en Medellín. Cometero desde chiquito —hace unos veinticinco años—, no le ha pasado por la cabeza la idea de abandonar su pasión en su visita a la capital antioqueña.
“Recuerdo que, de niño, hacía dos cometas: una delta bien elaborada, con un tambor de pita, para salir a una manga; otra, un papagayo más pequeño para elevarlo en la terraza de mi casa, cualquier tarde, después del colegio”.
Andrade cree que el calentamiento global ha tenido qué ver en todo esto. Cree que, por ejemplo, este agosto ha tenido días espléndidos, sí, pero también otros con tanta lluvia que y sin un leve soplo de viento, que quien ande desprevenido cree que estamos en octubre.
Federico Martínez, quien no solo por cometero sino por haber sido marinero, sabe de viento, dice que con el calentamiento global, el viento ha aumentado.
“¿Qué es el viento? —Se pregunta—. Es el movimiento del aire. Se produce por la rotación de la Tierra, por el aumento de la temperatura y por otros factores como los aguaceros: cuando llueve, el agua desplaza aire hacia el exterior del área de lluvia, como la piedra que entra en un lago y forma ondas”.
Existen los Alisios y los Monzones, que envuelven la Tierra, no en sentido norte-sur ni viceversa, sino suroeste- nordeste y al contrario. También hay vientos regionales y locales. Y añade: “Aunque no nos enteramos, las tormentas o explosiones solares inciden en la formación de vientos en nuestro planeta o producen variaciones en ellos”.
En este momento, Martínez vuelve a decir: “no es la Tierra, no es el viento, no son los cambios naturales los que debilitan la pasión por las cometas: es la falta de áreas para elevarlas”.
Además de que las constructoras, con la aquiescencia de las autoridades, están construyendo en todas partes, también sucede que los encargados de planear las ciudades, de elaborar sus Planes de Ordenamiento Territorial, creen que la única recreación que existe es la activa. Que brindar espacios barriales para el juego debe limitarse a construir placas polideportivas, para que los vecinos jueguen baloncesto, fútbol, voleibol... O pequeños gimnasios con barras y pasamanos para hacer ejercicios.
“Se olvidan de la recreación pasiva. De que hay personas que no buscamos esos espacios para el sudor y la agitación muscular, sino que nos solazamos elevando cometas, leyendo libros, señalando estrellas, observando pájaros e insectos, tirados de espaldas en la hierba, descifrando las formas de las nubes y conversando”.