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El Pequeño Teatro actúa
sin Rodrigo Saldarriaga
Rodrigo Saldarriaga se sentaba en uno de los corredores del Pequeño Teatro, prendía un cigarrillo, y al ritmo de un tinto casi eterno, contaba historias. El tiempo no era importante y entonces recordaba los orígenes del Pequeño, que en 2015 cumplió 40 años, hablaba de obras e, incluso, explicaba la propuesta que al teatro le funcionó desde hace tiempo para llenar las sillas: lo de entrada libre y aporte voluntario. Al final habían muchos cigarrillos en el cenicero.
Rodrigo se fue el 22 de junio de 2014. Un cáncer linfático, que no le dejó muchos días más ni para el teatro ni para la política.
Por esos días, en el teatro se estaban preparando para la ausencia del director, que llevaba 39 años en el teatro. Se iba para Bogotá, a ser representante a la cámara por el Polo Democrático. Era tiempo de un cambio generacional, y estaban listos para asumir lo aprendido con él, que fue buen director y administrador, señala Catalina Murillo, actriz, en este momento también gerente.
Se fue, no obstante, como no se lo imaginaban, y entonces asumieron, con el amor por el teatro, y por él, “esta herencia que nos dejaron”.
La base que dio Rodrigo estaba. La intención, ahora, es elevar el nivel de lo aprendido y aplicarlo. Crearon una junta directiva, con seis miembros de la institución. Con Rodrigo ya funcionaban como una asociación, y pensaban juntos, pero al final las decisiones eran de él. Ahora es más democrático, son de todos.
Hay una idea que el dramaturgo repetía, y que está incluso en una de las paredes: teatro del pueblo y para el pueblo. Un teatro para todos, no para élites. Con esa intención siguen. El aporte voluntario es una de las características del Pequeño, en la que creen, y uno de los lineamientos es abrirse más a la comunidad. Ya lograron, por ejemplo, una rampa para personas en situación de discapacidad.
Rodrigo logró tejer, comenta Mauricio Turriago, comunicador, un grupo de personas apasionado por la casa y por la institución, que van a salir del teatro el día en que se mueran. Eso da continuidad.
Ha sido, además, un reto. Hacer las cosas a su manera. No hay un hombre para escudarse, ahora hay que pensar y hacer, por ellos.
Hay cosas que han cambiado. Reconciliarse con los compañeros de teatro, con otras compañías de la ciudad. Las obras del Pequeño, por ejemplo, se han visto en el Matacandelas, y las del Matacandelas en el Pequeño. Eso no se daba hace tiempo.
Entendieron, precisa la actriz, que no hay que pensar igual, que todos van siguiendo una misma causa, la del teatro.
Las disputas de hace tiempo quedaron atrás para ellos, porque no sabían ni siquiera por qué eran, y las sentían ajenas. “No nos tenemos que querer, pero sí respetar. Se ha logrado cariño, también respeto”.
La propuesta que siguen ahora es proyectarse hacia afuera, salir más. Catalina comenta que, finalmente, hay a quién dejarle la casa: a grupos de la ciudad que quieren montarse a su escenario.
También les interesa ser una casa que sea referente cultural del Centro. Si bien el teatro es lo suyo, desde hace mucho le han abierto la puerta a la música, prestado las paredes a la plástica, y a veces la danza baila en sus tablas.
No hay límites de sueños.
Las cifras de 2015, el primer año sin el director, los hacen sonreír: 512 eventos, 50 artistas invitados, 60 mil espectadores. Son 25 personas en la parte artística, 35 el equipo completo.
La casa parece igual, si bien no es la misma. Le han hecho, los llama ella, cariñitos. Porque el espacio es otro reto, un patrimonio que necesita de cuidado, detalles, mejoras.
Hay más fotos de Rodrigo, por supuesto, que mira desde alguna pared, que los acompaña en su esencia, en las enseñanzas, y en las frases que se leen en el Pequeño: “Y yo estaré ahí, porque al cerrar los ojos el mundo no desaparecerá”. También porque, dice Catalina, todavía hay quién cuente historias.