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“Maldita sea la tierra por tu causa. (...) Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a confundirte con la tierra de que fuiste formado; puesto que polvo eres, y a ser polvo tornarás”, dice Dios (Génesis, 3:19) con su voz ubicua, en todas partes y en todo al mismo tiempo. Arropa a Adán y Eva con túnicas de piel y, acto seguido, los expulsa del paraíso.
En el cristianismo, la cruz es signo de castigo y de redención. “Un instrumento de la ejecución de Cristo, de excesiva crueldad que, sin embargo, mediante la Resurrección, se convirtió en un símbolo de la vida eterna”, dice Hans Biedermann en su libro Diccionario de Símbolos.
Pero, ¿cómo llegó la cruz hasta las frentes de los creyentes? ¿En qué momento se convirtió en esa práctica conocida que se celebra el comienzo de la Cuaresma?
“Es una tradición que viene del Antiguo Testamento, en la que las personas en señal de penitencia se echaban ceniza sobre su cuerpo, para recordar la brevedad de la existencia”, dice monseñor Jorge Aníbal Rojas Bustamante, párroco de la iglesia El Portal de Jesús, en Envigado.
En efecto, una de las menciones en la Biblia ocurre en el capítulo nueve de la profecía de Ezequiel, donde el Señor dice: “Pasa por medio de la ciudad, por medio de Jerusalén, y señala con la letra Thau las frentes de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella. (...) Herid de muerte a los restantes (...) pero no matéis a ninguno en quien viereis la Thau”.
La thau, también conocida como tau o cruz de San Antonio, es una cruz en forma de “T”, cuyo tramo superior está recortado. Es una de las múltiples formas de cruz del catolicismo, como la de San Andrés apóstol o crux decussata (en “X”), la de San Pedro (invertida) o la de Jerusalén (una cruz rodeada por crucetas).
La ceniza actual “es un signo externo, que quiere manifestar nuestra identidad de cristianos, y el compromiso que esa identidad nos comporta”. Las palabras usadas al ponerla, “polvo eres y en polvo te convertirás” y “conviértete y cree en el evangelio”, provienen de la Biblia.
La marca de la fe recuerda la condición finita de los católicos frente a Dios. Es un signo con el que, en palabras de Abraham, hablan a su Señor “aunque sea yo polvo y ceniza”.