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7 y 9
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En el viejo almanaque que tiene en la celda —si la vida de un almanaque es de un año, a los 10 meses ya debe estar viejo—, ella va a marcar, uno a uno, los días que le quedan para salir de prisión a pintar caballos.
52, 51, 50...
Su cara está radiante, tal vez porque pueden contarse fácilmente los días y las noches que la mantengan alejada de este sueño; tal vez porque se acaba de ganar el Concurso Regional de artes, en la modalidad de Pintura, que organiza el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario —Inpec—.
Estas circunstancias, que no son pequeñas, tienen que ver con su alegría, por supuesto. Pero la causa más honda y sustancial es que en los cinco años que ha permanecido encerrada, Magda Liliana Hoyos Prieto se encontró.
Dio con ella misma mientras pintaba.
Eso fue un día en que tomó los pinceles, o mejor, volvió a tomarlos, y al empuñarlos y sentir el contacto con esas varas de madera firme y delgada, el roce de esas cerdas suaves entre los dedos, y al destapar los primeros frascos de pintura y dejar que el ambiente se llenara de ese olor peculiar, se reconoció.
Entonces se dijo: ah, la mujer que pinta... esa sí soy yo. Y desde ese instante en que se halló, prometió no volver a dejarse perder de nuevo.
Está sentada en la primera fila de la gradería de cemento de la capilla de la cárcel de Bellavista, que también es salón de actos, en la velada de premiación. El recinto está casi lleno de espectadores. Dos filas detrás de ella, el Inge...nuo habla con Luis Fernando Ramírez, esperando saber quiénes ganaron en la modalidad de Cuento, en la que ellos participaron. Con otros 22 internos, hacen parte de un taller de escritura que dirige Paulina Gómez, una licenciada en literatura de la Universidad de Antioquia, con quien están preparando un guión para un cortometraje.
Qué experiencia, qué expectativa/ verme entre mis compañeros/ compartiendo esta bestialidad/ llamada literatura, arte y pintura”.
Ha escrito el Inge...nuo en una hoja de cuaderno, y cuenta que tiene muchos textos más, algunos de ellos en “tono irónico”. Su amigo, Luis Fernando, saca un cuaderno de una mochila. Está lleno de escritos. Muestra su último cuento: El maestro (desde el punto de vista de la niña).
A un costado del salón, hay una mesita con toldo y marcada con el letrero «Crearte cautivo», en la que hay algunos libros con el título a la vista: La hojarasca, Noticia de un secuestro, Candelaria... Al lado opuesto, otra mesita igual, marcada con el letrero «Talento Interno», sin libros, pero con un hombre sentado.
Arriba del escenario, que a veces es altar, dos campanas se aburren silenciosas; parecen dormir.
«Magda Liliana Hoyos Prieto». La voz de la maestra de ceremonias se escucha por el altavoz. La artista abandona su lugar para ir al escenario a recibir parte del premio: un diploma, un paquete de productos de aseo personal y un almanaque del Inpec de 2016, que le va a servir no solo para contar los días del año próximo, para entonces con una libertad recién nacida, sino también para que lo guarde por siempre, porque al lado de enero está impresa la obra suya, “Esperanza en mi patria”, en la cual aparecen las figuras de una mujer y un niño con sus miradas puestas adelante, en un punto que solo ellos dos ven, cubiertos por una bandera colombiana, del mismo modo que al pie de cada uno de los demás meses hay otras obras participantes. Estrecha las manos de Imelda López Solórzano, directora Regional del Inpec; Shirley Milena Zuluaga Cosme, directora de Bibliotecas; Luz Marina Henao Hidrón, directiva del Instituto Tecnológico Metropolitano, centro educativo que apoya el concurso en la modalidad de Pintura. El otro regalo del premio, el más atractivo, un televisor, lo recibirá después.
Vuelve a su sitio y escucha las palabras del artista Juan José Saldarriaga, uno de los jurados, especialmente cuando dice:
“Todas las obras merecen el premio. Están hechas con realidad, desde el sentimiento (...). Al ver sus trabajos y estar aquí, con ustedes, ratifico mi decisión de ser artista”.
Ve salir al ganador de la modalidad de Cuento, Margartir II, quien al regresar del escenario revela que su cuento, ¡Ah brazo!, alude a “un tipo que se despierta sintiendo el brazo de su amante en su costado, pero, al amanecer, se da cuenta de que ella no está; solo el brazo...”
“¿Que qué es la patria? —se pregunta Magda—. Para mí, debería ser un lugar en el que cada uno pueda hacer lo que le guste, valorar lo que tiene y querer lo que le gusta”.
Y por esta vía, cuenta que la vez que se extravió era una joven, colmada de inexperiencia, que es el momento cuando, paradójicamente, debemos tomar las decisiones más importantes de la vida. Ella quería ser artista, pero en su casa decidieron que el arte, ese que la había acompañado desde que era una niña y que le dio un premio cuando tenía ocho años, no era para ella. Debía buscar una profesión que le permitiera subsistir con holgura. Y escogió Hotelería y Turismo.
“Sin embargo, como ‘premio de consolación’, mi papá me puso a estudiar con David Manzur y aprendí mucho. Pintábamos la figura humana con modelo, escultura; de todo”.
Entre los temas que prefiere en su pintura también está la de los negros. “Las personas de esa raza poseen una fuerza y una vitalidad que no las tiene ninguna otra”.
Y contó que ella es artista por sus compañeras del penal de Pedregal. Las internas valoran cada obra suya.
“Hago una rayita en un papel y ellas la aprecian y dicen que eso es arte”.
Como si hubiera estudiado una carrera, dice ella, cinco años ha pasado en la cárcel pintando. “Pinto por la mañana, por la tarde y, a veces, por la noche; a todas horas quisiera estar pintando. Soy monitora de pintura. Ese es mi oficio y esa es mi vida”.
Dos cuadros suyos adornan la dirección del penal de mujeres; tres, la biblioteca del mismo centro; dos, la Defensoría del Pueblo; uno, las oficinas de Cedepro, un colegio que promueve procesos de educación con enfoque de género.
“Quiero pintar por los treinta años que he dejado
de hacerlo”.
Emocionada, cuenta que tiene cincuenta y un años y que ya pasó gran parte del tiempo siendo la que era, dedicada a la Hotelería. Que trabajó con petroleras y, bueno, esa etapa ya la cerró.
De ahora en adelante no quiere hacer otra cosa que pintar. Quiere salir el dos de diciembre y correr en busca de caballos para pintarlos y, luego, hacer una exposición, no sabe dónde, con esos cuadros.