viernes
7 y 9
7 y 9
Al animero de Niquía lo espantaron los combos delincuenciales de hace dos y tres decenios. Hoy ve reforzada su labor, la de ir caminando y rezando por las calles, desde la madrugada, tornando helado el aire a su paso, según la creencia, todo por rendirle homenaje a los muertos en este mes de noviembre. La ve reforzada porque ya los animeros son muchos.
Convocados entre la población por la Corporación Artística Gestos Mnemes, las personas aceptadas son entrenadas en actuación y salen vestidas como tales santones a continuar una tradición, pagana, aunque con
visos religiosos.
Son cien personas escogidas para este performance. Quince de ellas se visten de novias, para evocar a esas a las que la muerte dejó plantadas.
“Sin memoria, un pueblo no puede construir su futuro, ni un actor sus historias”. Giovanny Upegui, director general, explica así parte del nombre de la corporación artística, obviamente, la que corresponde a Mnemes, vocablo griego del que procede la palabra memoria; la otra parte, Gestos, porque ellos, los artistas, transmiten mensajes con los movimientos de su rostro y su cuerpo.
Este grupo, radicado en Bello, lleva quince años brindando una alternativa a niños y jóvenes, distinta a la que les señalan los violentos.
Cuando Giovanny salió del colegio, en 1991, ver matar muchachos en las canchas o en las esquinas era moneda corriente. En 1999 y 2000, él participó, con otros tantos bellanitas, en un performance en el que denunciaban 485 muertos.
En 2001, ya con la corporación, recorrieron las calles de París y otros barrios, llevando ese mensaje de arte contra la guerra.
La labor no cesa: en los colegios del municipio lideran grupos de teatro, danza y literatura, siempre con mensajes de valoración de la diversidad. Y en la sede —que por ahora tienen en arriendo, pero dentro de un año estrenarán la propia— mantienen programación.
Gestos Mnemes es sala concertada con el Municipio de Bello y el Ministerio de Cultura. Según su director, con su labor han contribuido a que la gente entienda que el teatro no es un asunto para los intelectuales, sino para todos. En las obras que montan hay algunas de teatro didáctico, en las que evidencian el maltrato a los menores y otras problemáticas sociales.
“El arte saca de la violencia, de la soledad y de la depresión a los muchachos —dice Giovanny—. El nuestro es un teatro para la paz”.
El arte que abre puertas a los jóvenes, para que no tengan que entrar por la ancha de la violencia, es también el que adelanta una agrupación como Crew Peligrosos, del movimiento del Hip Hop, con su 4 Eskuela, la misma que hace pocos días ganó el premio Womex, en España, la vitrina musical más importante del mundo.
Están situados en la comuna 4, Aranjuez, de la que no se quieren ir ahora que tienen tan grande reconocimiento, porque el “barrio progresa con las propuestas de todos”, dice su líder, Henry Arteaga.
Este artista explica: “En la mente de la mayoría de las personas, la palabra progreso significa conseguir dinero, carro e irse del barrio para otra parte de la ciudad. Para nosotros es cómo le ayudamos a nuestro barrio a desarrollar una mejor calidad. Y no se trata de lo que hacemos nosotros con la 4 Eskuela, sino lo que hacen los chicos del Skate, dirigidos por Daniel González, y otras propuestas en artes o deportes”.
Henry Arteaga percibe como un cliché eso de que los grupos culturales le quiten jóvenes a la violencia.
Tal vez cuando comenzaron, él mismo hablaba en esos términos, reconoce, pero ahora lo plantea de otra manera. Algo así como que las propuestas estéticas, la pintura, las letras, el swing de las canciones, atraen a muchos jóvenes que se encuentran identificados en tales manifestaciones artísticas, como él y sus compañeros se sintieron seducidos hace tiempos.
“Reunirnos para hacer arte, cuando pocos o tal vez nadie hablaba de eso en el barrio, nos ha permitido empoderarnos del progreso del sector, para adelantar procesos que el Estado no hará”.
En Crew Peligrosos no trabajan con un proyecto, sino con un proceso. La Eskuela es, para ellos, según dice, un lugar sagrado. “Mi barrio es el más chimba de todos porque hay una cantidad de gente haciéndolo progresar”.
Entre 250 y 400 personas acuden cada semana a 4 Esckuela, no solamente para aprender rap, grafiti, dance, sino también fotografía, video e historia.
Los de Gestos Mnemes creen que parte importante de la educación de las personas la cumplen las madres comunitarias. Por eso también a este público le han llegado con sus programas. Uno de ellos es un diplomado en literatura artes, que han estudiado 200 de ellas.
“El arte es un poderoso ejercicio de memoria y la lectura también despierta las mentes y crea la verdadera revolución”, considera Arteaga.
Por esa misma onda van otros representantes del arte urbano, que en la comuna 13 parece una religión: los de Son Batá y los de Casa Kolacho.
John Jaime Sánchez, del primero de estos grupos, cree que en esa casa que también es escuela, les han enseñado a los niños y jóvenes de esa comuna que “sí es posible luchar por los sueños de vida. Más que ser artista, rapear o tocar algún instrumento, les enseñamos principios básicos de convivencia y el compromiso con la comunidad”.
Son Batá, lo mismo que numerosos grupos artísticos e incluso el mismo movimiento del Hip Hop son resultado del posconflicto.
La Operación Orión, aquella acción militar realizada hace 13 años en el 80 por ciento del territorio de la Comuna 13, dejó una sociedad frágil y atemorizada y de ahí emergieron grupos artísticos.
La guerra era una espiral que parecía sin fin. Los muchachos encontraban, a la salida de los colegios, a los guerreros esperándolos para reclutarlos. Pocos terminaban bachillerato y ninguno pensaba en ir a la universidad.
“Entendimos que la violencia no era la vía. Por eso nació Son Batá: para romper ese círculo de dolor y muerte”.
Cuando era niño, él no oía a nadie hablar de artes. No había redes de Hip Hop ni de nada. “Al principio, hace once años, había apatía —explica John Jaime—. Con el arte y la cultura luchamos para que algo tan atroz como la Operación Orión no se repita jamás”.
Por su parte, Jayko, de Casa Kolacho —institución que integran grupos como Hip Hop C15 y Camaleón Producciones—, está de acuerdo con la idea de que el arte, si bien no debe entenderse como alternativa contra los violentos ni contra nadie, sí cumple una labor de prevención.
“Cuando yo iba a la escuela —dice este artista— veía a hombres vestidos de camuflados, calzados con botas, armados de fusil, patrullando las calles. Unos de ellos legales; otros, no. Los ‘paras’ sacaron a la guerrilla; después, los ‘paras’ se desmovilizaron... Siguieron las pandillas y las bandas... Hoy tengo un hijo de once años y creo que todavía no hay paz”.
Sin embargo, Jayko reconoce que hoy las condiciones son muy favorables, en comparación con las de hace más de una década.
“Divertirnos, contar historias, hacer ejercicios de memoria para no repetir la historia de violencia del barrio. Eso es lo que hacemos nosotros y los muchachos de nuestra escuela con el arte”, explica él.
“Tal vez no vamos a acabar la violencia —continúa diciendo—. Puede que los grupos armados sean fuertes, pero nosotros también, cada vez estamos más fuertes”.
Unos 400 niños se benefician en Casa Kolacho. Les dictan talleres gratuitos de fotografía, grafiti, música y les entregan gratis los materiales.
Arte para la paz
En estos testimonios hay una idea común, aunque dicha con distintas palabras:
Si bien el objetivo de estas iniciativas artísticas no es directamente quitarles guerreros al conflicto armado, sí se ofrecen como alternativas de vida para niños y jóvenes que se van tras ellas cautivados por la plasticidad de los movimientos, la expresión de los cantos o la magia de los colores.
Las manifestaciones artísticas se constituyen en experiencias de resistencia y, en ellas, las comunidades encuentran un punto de apoyo y de esperanza para sobrevivir en sociedades violentas o, en tiempos de posconflicto, para darles oportunidad a sus sueños de creación y de desarrollo.