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La artista Susana Mejía organizó talleres de tejido en la cárcel de mujeres de Medellín a finales de la década pasada, en los cuales el acto repetitivo de tejer, parecido a un ritual, incentivaba la conversación, constituyéndose en un momento de catarsis. Mejía tejió una gran cantidad de fique en este trabajo con las internas, que fue guardando como catalizador de la experiencia de diálogo.
Formada en artes plásticas, Susana ha estado interesada en el color, pero también en la función social del arte. En este tipo de trabajos ella no presenta un resultado a través de un cuadro o un objeto, sino que crea una experiencia y, en parte, por eso, se vincula con el arte no objetual.
El trabajo de Susana sirve de introducción para hablar del segundo Coloquio Latinoamericano de Arte No Objetual y Arte Rural, que adelanta el Museo de Arte Moderno de Medellín, entre hoy y mañana.
¿Qué es el arte no objetual?
La primera clave que se debe brindar para entenderlo está relacionada con su nombre: no objetual quiere decir sin objetos. O como lo expresa el curador del Museo de Arte Moderno Emiliano Valdés: “es el arte que no tiene el objeto en el centro de la representación o que en su práctica lo más importante no es el objeto sino el proceso creativo”.
Surgió en Estados Unidos después de la segunda Guerra Mundial, explica el curador Óscar Roldán, porque allí confluyeron numerosos artistas de diversas partes de Europa, escenario de esa confrontación bélica, en busca de protección para su vida.
No pocos de esos artistas llegados a Norteamérica propusieron, desde diversos puntos de vista, rupturas con el arte moderno, ese movimiento en el que los artistas no se conformaron con la imitación de la naturaleza o su representación literal, sino que experimentaron y llegaron incluso a la abstracción.
En ese moderno, las formas son importantes. El volumen define la escultura; los cuadros con pinturas, dibujos o grabados se pueden descolgar y volver a colgar. “Los artistas empezaron a revisar estos asuntos”, dice Óscar.
Y no solo revisaron la forma sino el fondo: los contenidos e incluso las reflexiones alrededor del mismo comenzaron a hacer parte del arte. Ahí viene lo de la función social del arte, de la que se preocupa Susana Mejía.
De acuerdo con Lucrecia Piedrahita, estas acciones cambiaron la mirada política del arte. Hasta la modernidad, este era resultado de procesos individuales. Un artista conseguía expresar sus ideas o sentimientos en una obra.
“El arte no objetual plantea una relación del artista con el espectador. Por eso, el arte se involucra con los temas sociales contemporáneos. Asuntos que mueven la opinión pública, como en los últimos días, las manifestaciones de rechazo a las políticas migratorias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Los artistas hacen evidentes las micropolíticas que afectan a grandes minorías”.
Y todo porque, como ella lo señala, la manifestación del arte no objetual es el performance. El cuerpo del artista en relación con objetos o con otros cuerpos. El performance, obviamente, tiene que ver con el teatro y con el rito. En esta representación, en gran medida histriónica, Lucrecia menciona una segunda manifestación importante: el happening. Este se define como la experiencia que parte de la ecuación: provocación-participación-improvisación y se originó en los años cincuenta del siglo veinte.
“Estas maneras del arte —dice Lucrecia— desatan pasiones en los espectadores, porque se encuentran con ellas de manera impensada”.
Añade que el performance tiene una duración más prolongada que el happening y posee, a diferencia de este, un guion predeterminado.
En América Latina se vivía también, por ese tiempo, una desmaterialización del arte. Óscar Roldán se atreve a mencionar que un movimiento artístico como el Nadaísmo, en el que aparentemente prevalece la literatura con obras de poesía y narrativa, tiene que ver con esto, porque para Gonzalo Arango y sus seguidores no solamente era importante escribir y leer sus poemas o relatos, sino el escándalo que causaran a una sociedad que ellos consideraban pacata y pretendían despertar o sacudir del letargo de los tradicionalismos. Según expresaron en su Manifiesto, querían “No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”.
Por eso, los nadaístas recurrieron a manifestaciones con discursos escritos en papel higiénico, quemas simbólicas para incendiar la literatura colombiana, sacrilegio con hostias en la Basílica de Medellín, entre otros escándalos que llamaron la atención, movieron las iras de unos y las simpatías de otros.
“Pero ellos no lo llamaron arte no objetual —observa Óscar—. Ni le pusieron nombre a esos actos. La denominación arte no objetual tampoco tuvo mucho éxito. Triunfó, más bien, la de arte conceptual”.
Emiliano Valdés menciona que los brasileños han explorado con mayor atención que otros latinoamericanos estas manifestaciones artísticas.
Organizado por el Museo de Arte Moderno de Medellín cuando apenas tenía tres años de fundación y con un edificio recién abierto en el sector de Carlos E. Restrepo, el primer Coloquio de Arte No objetual y Arte Urbano venía en la onda de las Bienales de Coltejer, importantes en la historia de la creación local y nacional.
Sin embargo, esa primera edición del Coloquio “fue una contrabienal —sostiene Óscar— porque es una afrenta contra el arte moderno, que fue el centro de las Bienales de Coltejer”.
Ese evento, organizado por el curador Alberto Sierra, se considera uno de los grandes aportes, no solo del Museo sino de la ciudad, al arte del continente.
Causó furor. Unos dijeron: “eso es arte”; otros: “no, ni riesgos, eso no es arte”. Se agitó el ambiente creativo. Fue un suceso rompedor.
“Pudo ser más rompedor el de 1981 que este que haremos hoy y mañana, claro, porque fue oportuno, había más discusión sobre la naturaleza del arte que ahora”, dice Emiliano.
A partir de ese momento, en nuestro medio se apreciaron más obras de performance en los museos y fuera de ellos, especialmente en universidades y parques.
Óscar destaca, en esas jornadas de hace 36 años, los trabajos del maestro antioqueño Adolfo Bernal, muerto en 2008: Señales y Fin. Bernal lanzó una señal como de auxilio hacia el espectro electromagnético, señales en clave morse que decían MDE, las letras que identifican mundialmente a Medellín, como una especie de advertencia de lo que estaba sucediendo entre nosotros y de lo que vendría: la violencia, tal vez. El surgimiento de las guerras del narcotráfico, que por esos días no se consideraba nefasto, sino la actividad lucrativa de unos “vivos”, entre ellos integrantes de familias respetables.
Después del evento de 1981 se comenzó a hablar de arte olfativo y de instalación, manifestaciones que antes no se apreciaban por estos lados. Y ni siquiera había tomado fuerza la figura del curador.
Lucrecia no cree que en nuestro medio se viva hoy un especial momento del arte no objetual, porque no tenemos grandes performistas. Idea que comparte Óscar, quien manifiesta que el pico más alto de este movimiento, ese “cuando los delirios de algunos los hacía decir que el aire es arte o que la caca es arte, ya están superados. Fue un momento fugaz y de graciosa recordación”.
Lucrecia trae a la memoria los trabajos de Luz Mery Alzate y su grupo de la Universidad de Antioquia, en los años noventa. Ese grupo estuvo seleccionado para el Salón Nacional de Arte Joven.
“Las ideas y las poéticas del arte se han popularizado y difundido —expresa Emiliano Valdés—. Esta segunda edición busca que nos demos cuenta de los cambios que ha habido en este tema y si sigue siendo una propuesta válida. También, recuperar nuestra iniciativa de fomentar espacios de reflexión artística. Habrá una estrecha relación de los artistas con la comunidad”.
Carlos Arturo Fernández Uribe, en el libro Arte en Colombia 1981-2006, editado por la Universidad de Antioquia, para referirse a las Bienales y el primer Coloquio, retoma una expresión de Arthur Danto, teórico estadounidense:
“Eran manifestaciones artísticas absolutamente desconcertantes (...) los artistas se liberaron de la carga de la historia y fueron libres para hacer arte en cualquier sentido que desearan o sin ningún propósito. Esta es la marca del arte contemporáneo”.