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Fueron cinco veces las que Orlando Echeverri escribió Criacuervo. En la quinta la envió a Angosta sin ninguna expectativa –ya la había llevado a otras editoriales y no la habían ni leído– y a ellos les gustó y se volvió una novela publicada entre dos carátulas anaranjadas, escrita en cuatro partes (Los hijos del bosque, Gritar bajo el agua, El desierto de Klausa y La voz de nadie) y una muerte al principio.
Es de Cartagena, es escritor y es periodista. Criacuervo es su segunda novela. La primera se llamó Sin freno por la senda equivocada.
El tono de Criacuervo es muy rápido
“La novela me llevó un año escribirla y tenía un problema entre la forma y el contenido, yo sabía cuál era la historia, pero me costaba trabajo la forma, así que la reescribí más de cinco veces: en primera persona, en segunda, en tercera. La escribí de mil maneras y al final me pareció que el mejor vehículo era ser muy concreto, frases cortas e ir narrando rápido, veloz”.
¿Qué no le convencía?
“Había intentado escribirla en primera persona, por ejemplo, con cada personaje, pero era muy inverosímil, así que decidí hacerlo toda en tercera, así fuera en cuatro bloques, conectados. La tercera me permitía una cierta distancia de los personajes y al mismo tiempo me daba esa facultad del arquitecto para diseñar los rasgos de cada personaje sin involucrarme”.
¿Por qué los protagonistas son extranjeros?
“No lo sabría decir. Me he dado cuenta de que a través de un extranjero uno puede revitalizar la mirada. El desierto de La Guajira (un escenario de la historia) yo ya lo conocía, y para un colombiano la sorpresa es menor que la que puede tener un extranjero. Entonces lo que está ahí, el desierto, la fauna, la flora, serían más apreciados por una mirada nueva, que por la de un local. Esa mirada enrarecida de un extranjero me permitía ser más descriptivo”.
Tendrá que ver con que es un viajero. Ha vivido aquí y allá
“Me convertí en eso, pero fue algo que está más determinado por mi esposa que es bióloga. Ella viaja mucho por el trabajo y yo siempre la sigo. No es algo que haya decidido”.
La Guajira y Alemania...
“No fue algo deliberado, así surgió la idea. Está el desierto, el calor, una atmósfera árida, solitaria, y en contraste Berlín, una ciudad cosmopolita, mucha gente, invierno. Me parecía que ese juego de contraste le hacía bien. Dividir los capítulos y situar los personajes en atmósferas que se contrastaban me parecía chévere”.
Y la investigación sobre Alemania, ¿cómo fue?
“Esa novela la escribí en Buenos Aires. Allí vivía, fue un momento porque había perdido el trabajo, no sabía qué iba a hacer con mi vida, me encerré a escribir y fue para mí una especie de delirio. No pensaba en nada sino en la novela. Cuando creí que la terminé, me gané un premio de Idartes con mi primer libro y con esa plata me fui a Alemania. Viví en Berlín unos meses, me fui a sus calles, tomé la parte atmosférica de Berlín. Cuando la tuve lista se la mandé a Angosta”.
Antes de ir a Alemania ya la había escrito
“Sí, pero la Alemania que tenía en mente era más que todo una influencia literaria. Yo leía en esa época mucho a autores que me encantan, por ejemplo un poeta que se llama Gottfried Benn y eran como lecturas que me desarrollaban cierto imaginario del país. Esa novela es como un delirio. Hay una que escribió Kafka, América, y él nunca fue a Estados Unidos, y toda está llena de imprecisiones geográficas e históricas y eso le da precisamente algo único”.
De La Guajira no se escribe mucho, y usted toca algunas problemáticas, sin ahondar mucho. ¿Era un guiño?
“Claro, y ten en cuenta que aparece al final y en un bloque muy pequeño, pero La Guajira como espacio para contar historias es un nicho poco explotado. Hay cosas, pero se puede escribir mucho más”.