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Por John Saldarriaga
¡Adiós! Así termina la última columna Deshora, de Juan José Hoyos Naranjo, publicada el pasado domingo. Y los lectores sienten nostalgia anticipada por su ausencia en las páginas de este diario.
Esa decisión llega, no por su gusto, sino porque la enfermedad del insomnio, la cual estuvo apagada por meses, volvió a activarse hasta la desesperación.
Este mal, en su familia, es hereditario. Lo sufre desde niño. Sus ojos se quedan abiertos por varios días y noches, cada vez que en su vida hay pérdidas o situaciones tristes. Como si el asombro no se los dejara cerrar.
“A los seis años tuve la primera crisis, tras la muerte de una hermana”, cuenta el escritor, quien menciona a continuación otras situaciones semejantes, como la muerte de su madre y dos hermanas alrededor del 2000, que despertaron a su maldito compañero, el insomnio.
La decisión de colgar la columna llegó dos semanas después de que perdiera y hallara un computador en el que habita una novela.
Te dicen que es jueves
En la columna del domingo pasado, describe de manera bella —aunque aterradora—, la enfermedad:
“¿Qué se siente cuando uno no duerme por largo tiempo? La primera noche... Bueno, podría hasta decirse que es agradable. Se puede leer un buen libro (...). La segunda noche se percibe con más agudeza el silencio. Uno siente cuando se apagan los ruidos cotidianos (...). Después del quinto o sexto día ya no se encuentra diferencia entre el día y la noche. Todo se vuelve un eterno presente. De pronto te dicen que es jueves (...).
”Pues bien, esto es lo que me ha sucedido durante las últimas semanas (...). Por eso quiero decirles adiós por un tiempo, mientras los médicos hacen su trabajo”.
En estos días, regresaba en bus con Martha, su esposa, a su casa en Cisneros, luego de consultarle el asunto al médico. Después de días sin pegar los ojos, al fin se quedó dormido. De pronto, despertó aterrado en una situación confusa de policías, con un arma muy cerca de su humanidad. Alarmado, gritó: “¿Qué pasa!”. Su esposa le explicó que se trataba de una requisa de rutina en un retén de policía, y al agente, que Juan José llevaba varios días sin dormir, atacado por el insomnio y que él lo había despertado.
El uniformado se deshizo en disculpas, y en palabras para tranquilizarlo y entre estas explicaciones y las otras, se quedó mirando un momento al escritor y, al cabo de un breve silencio, le preguntó : “¿Ah, usted fue al que se le perdió un computador en estos días?”.