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En el tradicional cuento de Los Hermanos Grimm, la hermosa Blanca Nieves cae en un sueño profundo bajo el encanto de una manzana embrujada que pone su madrastra, la reina malvada.
En la adaptación del Matacandelas, el rey es el que muerde la manzana (“que todo lo tuvo, todo lo perdió) y los enanitos solo aparecen al final y crean un entrañable personaje, Ricarda, la nodriza perdida. El relato no se arruga en nada: hay honguisas, sátira, mucha música y picaresca.
El Matacandelas quiere volver a encontrarse con un teatro carnavalesco, popular y festivo. Ahora lo hacen a partir de una historia de la tradicion literaria infantil. Quieren hacer “teatro de variedades”, una nueva línea dramatúrgica con algo más musical que se suele llamar divertimento, vodevil o revista.
“Queríamos recurrir a la tradición: un teatro festivo, alegre, abierto para todos”, comenta Cristóbal Peláez, director del colectivo. Además, cuenta que tratan de recuperar algo intrínseco en su esencia teatral, los muñecos, la música y el festín, un formato perfecto para apropiarse de la nueva sala que tiene la casa.
Para el dramaturgo, la pretensión en esta adaptación no es revaluar o criticar el cuento. Como sucede con sus interpretaciones navideñas, utilizan la tradición narrativa para divertirse y parodiar los relatos a través de guiños locales (por ejemplo, Pinocho, La bella durmiente, La bella y la bestia).
“Son cuentos europeos y occidentales de los que debemos apropiarnos, es parte de la cultura que tenemos y lo que llamaba André Malraux ‘el museo imaginario’”, comenta Peláez (ver recuadro).
Respecto a la adaptación comenta que no es tan infantil como parece: “Blanca Nieves o Caperucita Roja son en realidad historias sobre la maldad y la injusticia”. Precisa que con esto quieren retomar sus obras familiares porque obedecen a su esencia (de hecho, Fiesta es su trabajo más representado).