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La música doma las fieras. Lo sabe sor Ayda Orobio Granja, la madre superiora de las Lauritas, en el santuario de Belencito. Y lo comprobó Santa Laura en medio de las selvas de Dabeiba.
Las atravesaba a lomo de la mula Flores, en su misión de evangelizar a los indígenas. En esas travesías, ella viajaba y cargaba otros animales con el equipaje, en el que incluía un gramófono.
Este artefacto se parece a un tocadiscos. Al activarlo con cuerda de manivela, hace girar un disco de hojalata perforado en muchas partes y produce el sonido de campanas de las cajas de música.
El gramófono es el objeto central de la nueva Sala de Música del Museo de la Madre Laura.
El guión museográfico de este espacio, diseñado por el artista Alejandro Castillo Bautista, es una línea de tiempo que comprende más de cien años de historia. Se ocupa de esta faceta de la religiosa canonizada en 2013, la musical, con la que acompañaba su labor de evangelización.
Ella decía que tenía “voz de tarro”, según lo que ha leído Alejandro, pero poseía actitud poética: escribió canciones, o, mejor, como precisa la madre Ayda, poemas movidos por su amor a Dios, a los indígenas y la Naturaleza, o por acontecimientos importantes.
La línea de tiempo inicia en 1914, año de fundación de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. En el primer despertar en la selva, Laura no oyó campanas de catedral sino canto de pájaros:
Miren, la naturaleza canta al amanecer, los pájaros, como por instinto, alaban a Dios, a la luz del nuevo día. Pues, nosotras, no por instinto, sino por razón y amor, alabémosle cada día al son del canto de las aves, ya que con ellas hemos de vivir siempre en los montes, cantando unos salmos de alabanza al vestirnos cada día.
Fue en ese primer viaje a Dabeiba, después de un recorrido en mula desde Medellín que tomó 15 días, cuando llevó el gramófono que ahora preside el salón con su tapa levantada para dejar ver su marca, Mira, y el disco girando.
En otras fechas se observa, en imágenes, la ceremonia de bautizo de los primeros indígenas que aceptaron el Evangelio. Y el himno que ella escribió para ese ritual. Hijo soy de la ira, las tinieblas/ mi proscrita raza se marchita...
El libro de poesía Destellos, instrumentos musicales, fotografías y los trabajos musicales de las Lauritas con estos cantos conforman la muestra.
Los instrumentos musicales nunca han faltado en la comunidad. Entre estos, dos armonios, uno marca Santa Cecilia, que trajeron de Bogotá, y, otro que trajeron de Cotopaxi, Ecuador, en 1942.
Este instrumento, familiar del órgano, lo ponían en los corredores de los conventos para que las hermanas practicaran los cantos. Una maraca africana, un tambor cubano, una guasá del Pacífico, una flauta dulce, un acordeón vallenato, una lira y una guitarra complementan la colección de instrumentos de la muestra.
Y algo curioso: la lira, donada por la hermana Mariela González, es la misma que aparece en una fotografía en manos del obispo Miguel Ángel Builes, rodeado por varias Lauritas en la casa de la congregación en Roma.
Curioso, porque Builes atacó a la madre Laura en sus tiempos de misionera con comentarios que ella consignó en su autobiografía. Decía que sus métodos educativos eran tomados de “la francmasonería y contra ellos hemos de estrellarnos”. Y criticó que hubiera padres que confiaran a ella sus hijas.
La madre Ayda no cultiva rencores. Explica que es preciso entender que las personas cometen errores. Entonces dice: “la música es poderosa”.