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En el país leemos más, pero no mejor ¿Entendió el título?

Después de la euforia y tras revisar los datos de la Encuesta Nacional de Lectura: aún falta camino por andar.

  • ilustración Elena ospina
    ilustración Elena ospina
En el país leemos más, pero no mejor ¿Entendió el título?
27 de abril de 2018
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¿Es Colombia realmente un país lector? Las cifras de la Encuesta Nacional de Lectura (Enlec), presentadas hace tres semanas, crearon cierto júbilo entre el Gobierno, el Ministerio y las instituciones encargadas de fomentar y promover la lectura en el país.

Las cifras señalaron, en un primer momento, que los colombianos mayores de 5 años leen, en promedio, 5.1 libros al año, un número que ubica al país por encima de otros de los que se sabe que tienen una mayor población lectora y un promedio de lectura históricamente más alto que el de Colombia.

Sin embargo, una segunda lectura de la estadística presentada deja claro que esa cantidad de libros leídos excluye a las personas mayores de 12 años que no saben leer y escribir. Es como medir cuánta gente come carne en Colombia sin tener en cuenta a los vegetarianos o a quienes les queda imposible comprarla, por ejemplo.

El dato total, teniendo en cuenta lectores y no lectores, cabeceras municipales y zonas rurales, es que los colombianos leemos, en promedio, 2.9 libros por año, que en todo caso es una cifra alentadora y mayor que lo que señalaban las mediciones anteriores, que estaban en 1.9 libros cada 365 días.

Según las estadísticas disponibles en la página web del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), los promedios de libros leídos al año en la población total son: en Argentina, 2.9 (2013); en Brasil, 4.7 (2015); en Chile, 5.1 (2014); en México, 1.7 (2016); y en Venezuela, 2 (2012).

Eso sí, hay que saber que cada encuesta tiene preguntas, diseño muestral y hasta un rango etáreo diferentes.

Cinco libros al año

La Encuesta Nacional de Lectura se aplicó en 108.383 personas de 33.995 hogares.

De ese universo, el 54.2% de las personas mayores de 5 años leyó libros en los últimos 12 meses. Ellos son quienes leen 5.1 libros al año.

“Eso nos pone por encima de muchos países latinoamericanos en población lectora”, aseguró la ministra de Cultura, Mariana Garcés, el pasado 9 de abril durante la presentación de los datos.

La directora de la Biblioteca Nacional, Consuelo Gaitán, fue más lejos: “Con estas cifras, Colombia queda como el primer país lector en América Latina”.

¿Están exagerando? Es cierto que en el país tenemos una tendencia a engrandecer ciertos logros, pero los resultados de la Enlec son la prueba de que algo se está haciendo bien.

“Claro, las cifras son importantes para nosotros. Son supremamente alentadoras. Pero era esperable que fueran así de buenas cuando este gobierno ha tenido una política sostenida y muy clara de dotación y construcción de nuevasde bibliotecas y de capacitación de bibliotecarios. Tan sistemática y sostenida que tampoco nos debería asombrar tanto que las cifras sean buenas”, opina la directora del Cerlalc, Marianne Ponsford.

“A este Gobierno hay que reconocerle su tarea de fortalecer la dotación de la red de bibliotecas públicas. Es una verdad que se entregaron 30 millones de libros y que se ha hecho un trabajo con los editores para que esos libros sean de alta calidad”, agrega Diana Rey, directora de Fundalectura.

Incluso pasar de 1.9 a 2.9 libros leídos por la población general no es un dato menor, sobre todo en procesos tan complejos de impactar como la creación del hábito lector.

“Que suba el índice lector, en un país como el nuestro, donde la lectura siempre ha parecido estar relegada, es importante”, dice el director de los eventos del libro de Medellín, Diego Aristizábal.

Han dado resultado las inversiones en bibliotecas públicas, en formación y capacitación de bibliotecarios, que entendieron que su labor no es ser cuidadores de textos, sino promotores de su uso y disfrute.

“No bastan las campañas de lectura. Se necesitan bibliotecas y bibliotecarios formados”, había dicho la ministra de Cultura. Y así se hizo.

Para la coordinadora de la Maestría en Educación, modalidad profundización de la U. de A, Elvia Adriana Arroyave, sin embargo, “no basta con que haya bibliotecas. Estas deben estar abiertas al público. Y no basta con que las personas vayan a las bibliotecas, sino que les permitan acceder a los libros, en especial a los niños. Que se los dejen coger, oler, manosear, babear los libros. En la medida en que ellos pueden acercarse a ellos van a pedir leer. Si los dejamos acercarse a los libros, en algún momento de la vida leerán”.

Porque, además, una de las conclusiones que se pueden sacar con las cifras que se conocen hasta ahora de la Encuesta —deduce Francisco Thaine, subdirector técnico del Cerlalc— es que una vez que se crea un hábito de lectura en un niño, a medida que crece, mantiene un nivel de lectura sistemáticamente alto, en realidad.

“Uno puede ver que los niños de 5 a 12 años, en las cabeceras, están leyendo 5,1 libros años. De 12 a 25, 5.6; de 26 26 a 40, 5.8 años... Esa diferenciación de las cifras permitiría identificar líneas de trabajo para el fomento a la lectura”.

Es decir, las cifras son importantes, son buenas, pero como en cualquier área del desarrollo social o económico, siempre se puede mejorar “y en Colombia hay muchísimo espacio para hacerlo”, agrega Marianne Ponsford.

Lo que se viene

El camino encontrado por el Ministerio de Cultura y sus aliados para contagiar las ganas de leer parece ser el correcto, pero aún falta mucho en ese recorrido.

“Sería un gran error si, a raíz de estos resultados, pensamos que ya está bien así y se le quita presupuesto a los planes de lectura. Estos datos demuestran que encontramos un camino que empieza a dar resultados. Hay países como Finlandia cuyo índice de lectura es de 47 libros al año, o en el contexto iberoamericano, el de España, que es de 10. Y aún estamos lejos de eso”, precisa Aristizábal.

Y quien esté demasiado satisfecho, que se contenga. “Todo lo que uno haga por la lectura es poco. No porque esta encuesta sea alentadora y se hayan elevado los índices de lectura, quiere decir que la tarea está hecha. Los procesos de crear lectores son una siembra permanente”, recuerda Diana Rey.

La idea la refuerza Luis Bernardo Yepes, jefe del Departamento de Bibliotecas de Comfenalco Antioquia: “Esto tiene que ser un trabajo continuo, permanente, como la gota de agua que cae en la baldosa y abre hueco. No es posible parar”.

Y cuenta que en Envigado, por ejemplo, hay un programa que le entrega, a todo recién nacido, un bolso con un libro de literatura, un libro de canciones de cuna y su primer carné de las bibliotecas públicas del municipio. “Eso ayuda a creer que están pasando cosas buenas”.

En palabras más claras: los resultados de la Enlec, pese a confirmar que se cumplió la meta fijada por el Gobierno, no son el lugar de llegada, ni siquiera una meta volante, sino un nuevo punto de partida, pues reveló con mayor certeza el estado de los lectores y no lectores del país.

“Esta encuesta nos permitirá hacer mediciones y comparaciones. No teníamos información sobre lo que estaba pasando en la ruralidad, por ejemplo. No es una varita mágica, pero si nos empieza a mostrar un camino”, opina Diana Rey, de Fundalectura.

Y esa es la mejor manera de usar estos resultados, como una hoja de ruta y una cantidad de información y herramientas para organizar y dirigir la política pública de fomento de la lectura. “Este tipo de encuestas no son solo para mirar resultados, son también para construir política pública hacia el futuro”, apunta la directora del Cerlalc.

Incluso, los candidatos presidenciales deberían estar mirado con detalle este tema, para que no decaiga el esfuerzo porque la lectura sea un hábito cada vez mayor en Colombia.

¿Y la calidad?

Lo que quedan planteados son una serie de retos: cómo llegar con material de lectura a las poblaciones que están alejadas de las cabeceras municipales o cómo llevar a otras localidades experiencias exitosas como las de Medellín, por ejemplo. Pero también hay asuntos pendientes en la cualificación de los lectores.

Sí, hay 30 millones de libros circulando. Sí, mejoró el índice de lectura, pero es necesario empezar a trabajar en otras prácticas para que ese lector crítico sea una realidad.

Porque ese es otro problema que enfrenta Colombia: la calidad de sus lectores. Un estudio adelantado por la facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de la Sabana y presentado por la Red de Lectura y Escritura de la Educación Superior en 2016, calificaba los procesos de escritura y lectura de los universitarios primíparos como “pobre y mediocre” y, aunque en los últimos resultados de las pruebas Pisa, Colombia mejoró sus resultados en comprensión lectora (pasando de 403 a 425), aún se encuentra rezagado comparado con el promedio general de los países de la Ocde (493), ese club de los países desarrollados al que tanto quiere pertenecer Colombia.

Sin embargo, la docente e investigadora Elvia Adriana Arroyave encontró en su investigación para la maestría en Educación que los estudiantes universitarios sí leían y escribían, pero no lo que el profesor esperaba que leyeran y escribieran”.

Aunque, claro, no es posible que la Encuesta Nacional de Lectura revele la capacidad de comprensión de los lectores.

Dale tiempo al tiempo, canta Fito Páez (y otros tantos más). Y eso mismo dice Ponsford: “Uno de los asuntos más alentadores de esta encuesta es la lectura en niños. Lo que demuestra es que se está cultivando el futuro. Habrá mejores lectores dentro de 10 años. Eso sí, mientras haya una política sostenida de promoción y más audaz en lo que respecta a bibliotecas escolares”.

Formar ese tipo de lector es la tarea de Fundalectura. “Para nosotros es una revolución silenciosa que está apuntando a la ciudadanía crítica y esto tiene sus aliados y sus detractores. Quienes quieren una sociedad que piense, que exija, que se defienda, pues están de acuerdo; y quienes quieren una sociedad sometida para seguir gobernando de la manera en que se viene haciendo, pues no”, cuenta su directora.

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