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Escribir, la gran aventura de Pilar Quintana

La escritora caleña, autora de La perra y Caperucita se comió al lobo, también ha realizado guiones y libretos para televisión. Esta es su escuela.

  • ilustración Johny Marquez
    ilustración Johny Marquez
26 de diciembre de 2017
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Para Pilar Quintana, la vida es una aventura. También habla así de la escritura: la compara con la faena del pescador que se enfrenta a un gran pez o a un tiburón. “La escritura es una labor ardua y solitaria”, dice.

Sé que lo primero que escribió en la vida fue un poema. ¿De qué? ¿Aún lo tiene?

“Es de un payaso con una sonrisa pintada en la cara, pero que está triste. Es un poema malo, pero habla de las imposturas, tema que sigo tratando”.

¿Sigue escribiendo poesía? Le pregunto, porque en su bibliografía no aparece ningún poemario.

“¡Qué pregunta tan horrible! A nadie le he contado esto; ni a mi esposo. Sí, cometo algunos poemas, pero no para mostrar. Los tengo en una libretica y están muy escondidos”.

Usted ha sido viajera. Ha estado en países de Europa y Asia. ¿Qué le ha aportado esto a su trabajo creativo?

“Sí lo he sido, pero no he escrito mucho sobre otros países. Lo que me ha aportado es la posibilidad de ver a Colombia con cierta distancia. También a ver con distancia el lenguaje. Sé qué parte de este es colombiano y qué otra, del español en general. Por haber crecido en Colombia, naturalizamos algunos aspectos, como la violencia. Les he contado historias a unas personas y cuando me abren los ojos, yo también abro los ojos”.

La aventura es parte de su vida. Ha vivido en la selva del Pacífico, en condiciones duras. ¿Busca acaso alejarse de lo seguro?

“Sí, a pesar de ser casera, me atrae la aventura. La búsqueda de cosas nuevas. Mi esposo es lo contrario. Cuando salimos de viaje, vamos a Providencia y nado muy lejos, le doy la vuelta a Cayo Cangrejo, donde el mar es muy bravo. Viví nueve años en la selva, y mantenía en mi casa como en una oficina, escribiendo y leyendo. Por las tardes iba a sembrar matas y árboles, porque la selva estaba deforestada en los bordes”.

En la selva parió La perra. ¿Cómo fue la creación de esta novela?

Como a los tres meses o no sé cuántos días, porque allá no tenía reloj y no sabía si era lunes, encontré una perra en la mitad de la selva. Ella salió corriendo para un lado y yo, para el lado contrario; nos asustamos. A los días volví a verla. Estaba tirada en el suelo y se movía como convulsionando. Estaba muerta. Eran los gusanos que la movían. Esa fue una imagen impresionante. A los dos días vi que no había quedado de ella más que huesos y pelo. Me dije: ‘tengo que escribir esto’. Creí que haría una historia de literatura negra: allí se podía cometer el crimen perfecto, si en dos días ya no quedaba nada de un cuerpo. Me demoré para darle la vuelta. Tuve que salir de allí y venirme a Bogotá para entender que no sería novela negra, sino que hablaría de una perra”.

Fue guionista de televisión. ¿Cómo fue la experiencia?

“El escritor es un ser solitario. Para escribir una novela se necesitan años. Por ejemplo, con La perra: diez, once o tal vez doce años pasaron desde que la planeé hasta que me sentí lista para escribirla. Creo que los guiones son un escape a la ardua labor de hacer novelas”.

Uno se imagina que el trabajo en televisión le aporta un lenguaje efectivo.

“No soy escritora de academia. Mi hice escritora escribiendo libretos para televisión. Aprendí lo que es contar una buena historia. Cómo se cuenta de manera efectiva. La televisión me enseñó a plantearla, a dar giros y a desarrollarla. Eso lo enseño en mis talleres de escritura creativa”.

Estudiando comunicación social, cerca de la literatura de no ficción, halló que no quería escribir de esta, sino historias inventadas por usted. ¿Cómo sucedió?

“Cuando tenía 14 años, quería ser una escritora como Oriana Fallaci. Me veía con un cigarrillo en la mano entrevistando a príncipes y petroleros árabes. Cuando llegué a Comunicación Social, en la primera clase, dije: ‘no quiero hacer esto. Quiero libertad creativa’. Entendí que el periodismo tiene unos bordes bien definidos. Curiosamente, peleé con el periodismo todos estos años y ahora, después de vieja, a los 45 años, estoy escribiendo relatos de no ficción. La ficción me dio las herramientas para escribir la no ficción”.

¿Cree que las mujeres escritoras son discriminadas?

“Escribí algunos cuentos eróticos en la selva. Cuentos que, si no los contaba, me reventaba. Publiqué, en Chile, un libro con seis relatos unidos por un tema común: la seducción no normada. El sexo, como tema de literatura, me ha interesado siempre. En el sexo estamos desnudos, no solo de cuerpo sino que no tenemos imposturas. En el sexo estamos cerca de la animalidad.

A una mujer que escribe sexo le dicen que quiere provocar, hacerse famosa. Y le ponen la etiqueta: ‘escritora de porno’. Yo creo que uno escribe de sexo como Borges de los espejos. A un autor como Bread Easton Ellis, el de Glamourama y American Psycho, que describe qué chuparon y cómo chuparon, no lo asocian al porno. Dicen: ‘el gran escritor’. Es como si la crítica dijera: ‘la literatura que hacen los hombres es la literatura. Hay también una literatura femenina, otra de negros y otra de gays”.

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