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Los clásicos infantiles jamás envejecen

La literatura infantil se escribe desde muy antiguo y no pasa de moda.
Es apta para todas las edades.

Los clásicos infantiles jamás envejecen
20 de marzo de 2017
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Aunque algunos creen que los niños son unos “pesados” que manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas, los pequeños son un público importante de la literatura y, por supuesto, para los escritores.

Quien habla así de esas ¡pequeñas amenazas! es Karl Konrad Koreander, dueño de Libros de Ocasión, la librería donde se da la primera escena de unos de libros infantiles que, a pesar de ser joven, puede decirse que va entrando en la selecta lista de los clásicos: La historia interminable, de Michel Ende. Es la escena que sucede en el prólogo de esta obra publicada en 1979.

Es un público deseable por exigente. Un niño es cruel o, más que cruel, de una llaneza tal que no le importa decir “no me gusta” si su emoción no se mueve un milímetro o las sensaciones no le hacen cambiar ni un grado el color de sus mejillas. Y si es un niño pequeño, con el llanto lo dice.

La historia de la literatura infantil hunde sus raíces muy hondo en el tiempo. Basta recordar a los fabulistas, como el esclavo griego Esopo, que vivió en el siglo VI antes de nuestra era. Unos historiadores mencionan que sus obras formaron la cartilla de lectura inicial, hasta el siglo V de esta.

Cuando se piensa en literatura infantil se enfilan en la mente sin permiso ciertos personajes como Caperucita, Blanca Nieves, Hansel, Gretel, Barba Azul, Gulliver, Alicia, Peter Pan, brujas, hadas, duendes... y unos autores se pasean orondos detrás de ellos, como si vigilaran de cerca sus criaturas: Hans Christian Andersen, Jonathan Swift, Lewis Carroll, Charles Perrault, los Hermanos Green...

Esos “clásicos infantiles siguen vigentes, cómo no. Los grandes y los niños seguimos buscándolos, porque están escritos con imágenes definidas y fuertes que van directo a la imaginación”, dice el escritor Memo Ánjel. Esos relatos, dice, tienen la particularidad de habitar la fantasía universal.

Luis Fernando Macías, en su libro El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes, sostiene que la vigencia del clásico Hans Christian, autor de El soldadito de plomo, El traje nuevo del emperador, La sirenita, El patito feo, se debe a varias claves: “Era esencialmente un poeta”. (...) Las facultades que hacen de Andersen un auténtico poeta son: la inteligencia, la inocencia, el amor, la visión y la capacidad de penetrar en el espíritu de lo sensible”.

Andersen cuenta así: “Había una vez una niña muy pequeña y gentil que tenía que ir en el verano con los pies descalzos, porque era muy pobre, y en invierno con zuecos de madera que hacían mucho daño”.

Niños de todas las edades

¿Quién no ha conocido a los personajes mencionados? Como le decía John Gay, el fabulista inglés a Jonathan Swift en una carta de 1726, un año después de la primera edición de Los viajes de Gulliver: “Es universalmente leído, desde el Gabinete del Consejo hasta la guardería”; a partir de entonces, nunca ha dejado de imprimirse. Y eso que no sospechaba lo que podemos decir hoy, casi tres siglos después: esa historia sigue asombrando. Es un clásico infantil, pero también de la literatura universal para grandes y chicos. Una sátira a la naturaleza humana.

Aficionado a los viajes, Gulliver parte de Bristol como cirujano de a bordo en el Antílope, en 1699. Cerca de la Tierra de van Diemen (actual Tasmania) el navío naufraga y él llega a la costa después de nadar, cae en la playa y se queda dormido. Al despertar, descubre que ha sido hecho prisionero por una raza de personas de un tamaño doce veces menor que un ser humano: los habitantes de Liliput. Después emprendería otros viajes a otros lugares maravillosos.

Entre nosotros, La Fanfarria, teatro de títeres, lo ha llevado a escena.

Con los viajes de Gulliver se entiende que la literatura infantil es un género amplio y complejo. Se considera una sátira a la naturaleza humana. O sea que estas obras pueden tener muchas maneras de disfrute. Unos, tal vez entre estos los niños, pueden gozar con las aventuras propiamente dichas; los grandes, hallándoles esos niveles de significación más profundos...

Aquí habría que mencionar otra vez las obras de Michel Ende, como Momo, subtitulada Los hombres de gris, publicada en 1973. Se gozan las aventuras de Momo, la niña huérfana que sabe escuchar y tiene amigos como un barrendero y un guía turístico, y se enfrenta a los hombres grises que se roban el tiempo de la gente con sus cigarrillos interminables. Y también como una crítica al consumismo y al uso del tiempo en la sociedad contemporánea.

O El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, con la divertida aventura del piloto que se pierde en el desierto del Sahara al dañarse su avión y se encuentra con un príncipe de otro planeta. Algunos más la leen como una crítica a los adultos que miran con extrañeza lo natural, o como un ejemplo de respeto por las diferencias.

Por eso, María Pilar Núñez Delgado dice en el ensayo Literatura infantil: aproximación al concepto, a sus límites y a sus posibilidades, publicado en la revista Enunciación, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, de Bogotá: “A partir de mediados del siglo XX (...) se ha ido evolucionando hacia una mayor amplitud de experiencias y de contenidos, constatada sobre todo en las dos últimas décadas, en las que se ha producido una clara evolución temática y una mayor apertura ideológica”.

Alude a que la literatura infantil no es una sola. Depende del cambio en el tiempo de la idea de infancia.

Si miramos bien, también depende de los cambios mentales de los niños de distintas edades. Unos, los más chicos, se sorprenden —como debe ser—, con la salida del Sol que los grandes, por confiados, la dan por segura; otros requieren que les enreden un poco más los asuntos. Ahí vienen los cuentos fantásticos o maravillosos y, luego, los de aventuras en los que emocionan las acciones de un pirata como Sandokán y asombran las aventuras del excéntrico Phileas Fogg, que le da la vuelta al mundo en 80 días.

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