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¿Todos caben en el español o faltan todas?

Más allá de normas gramaticales, el debate por el lenguaje inclusivo es un tema de consciencia de género.

  • La exclusión del género femenino no es el único que se presenta en el lenguaje. Foto: Jaime Pérez.
    La exclusión del género femenino no es el único que se presenta en el lenguaje. Foto: Jaime Pérez.
¿Todos caben en el español o faltan todas?
16 de febrero de 2019
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La lengua, ese sistema de comunicación que permite la comprensión del lugar que se habita, de sus costumbres, de su cultura y de su gente, es amplia, cambiante y compleja. Es un bien común que dota de identidad a un grupo de personas y que se va pasando de una generación a otra, como cuenta Bogdan Piotrowski, decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana y Miembro de Número de la Academia Colombiana de la Lengua.

“Toda lengua es una clasificación del mundo”, cuenta la profesora de Literatura de la Universidad de Los Andes, María Mercedes Andrade. “Por esa razón, de una lengua a otra hay ciertos conceptos que no necesariamente son sinónimos. Cada idioma pone su propia clasificación del mundo y en esa medida incluye ciertas cosas y no otras”.

Sin embargo, es posible sentir que eso tan propio que se usa para plasmar ideas, pueda percibirse ajeno, injusto o incluso hostil. No solo por la forma en como se dice, sino por la carga de significado que contiene.

A pesar de que la lengua española ha tenido siglos de construcción, desde que la mujer empezó a salir de ciertas imposiciones sociales se han abierto preguntas sobre ese extenso engranaje de palabras que usa para designar su realidad. ¿Es posible que la forma en la que nos expresamos pueda ser excluyente con ciertas porciones de la sociedad? ¿El español es excluyente?

“Hoy se plantean este tipo de cosas, lenguaje incluyente, lenguaje excluyente, pero cuando la gente empezó a hablar español en los siglos IX y X, nadie se planteaba lo que ahora nos planteamos”, dice Fernando Ávila, director de la Fundación Redacción.

El idioma es un instrumento para comunicarse, surge de esa necesidad y va tomando forma y evolucionando según esa misma necesidad – añade Ávila – No es un sistema de comunicación creado por alguien que estaba en plan de imponer al hombre por encima de la mujer, sino que el mundo era de esa manera.

Por el contrario, el doctor en Ciencias de la Información Jairo Valderrama, profesor de la Universidad de La Sabana, señala que “la lengua española particularmente, como casi toda la historia de la humanidad, es machista. Las normas de la lengua nacieron en un ámbito eminentemente machista. Es decir, de entrada las mujeres ya estaban excluidas de las acciones mínimas. Por eso se hablaba de los hombres que iban a la guerra y ellas no. Desde un comienzo empezaron a discriminar, a excluir a la mujer”.

“La visión patriarcal que ha caracterizado a la sociedad en la que vivimos constituye un factor determinante para que hayan resultado los usos que se identifican hoy como sexistas y, por tanto, excluyentes. Y la mayor parte de las lenguas presentan este tipo de expresiones en las que ha predominado un género sobre el otro; por lo general el masculino sobre el femenino”, precisa Gloria Esperanza Duarte Huertas, lingüista e investigadora del Instituto Caro y Cuervo.

Así fue como las formas de expresión en la lengua se fueron acuñando en las normas que dictan su uso. Por un lado está la más visible de ellas: usar el género gramatical masculino como no marcado para indicar neutralidad. Eso quiere decir que es la forma en la que se abarca tanto a hombres como a mujeres en el español y que palabras como “todos” o “ellos” incluyan a ambos grupos.

Cuando se habla de un género en la gramática es importante diferenciarlo del sexo desde su sentido biológico. “La silla no es femenina en sí misma, solo está designada bajo el artículo “la” y sucede de la misma forma en el caso masculino”, explica Alexander Sánchez, investigador lingüístico y coordinador del Centro de Lectura y Escritura de Eafit.

Por otra parte, no existían palabras para hablar de la mujer desempeñando roles que antes habían ocupado solo hombres. Casos como edila, obispa o jueza no estaban integrados a la lengua porque las mujeres simplemente no habían ocupado esos cargos antes del siglo XX. Fue hasta ese momento que las palabras mutaron.

“En Colombia, hace 50 años, hubo una primera senadora, Esmeralda Arboleda, y hace 9 años hubo una contralora, por primera vez. Antes de eso, no se usaban las palabras senadora ni contralora. Hoy en día no tiene sentido no hacerlo”, concluye Ávila.

¿Todos y todas?

Quizá uno de los casos más sonados con relación a la exigencia de que exista un lenguaje con un mayor grado de inclusión fue precisamente el del eslogan “Bogotá, mejor para todos”, que aún hoy identifica a la alcaldía de Enrique Peñalosa.

En julio de 2017, un grupo de ciudadanos, cuyo vocero fue el representante a la cámara Alirio Uribe, le pidió a la alcaldía de la capital que su eslogan fuera más incluyente y se transformara en “Bogotá, mejor para todos y todas”.

El político presentó una acción de cumplimiento, ya que más que solicitar algo nuevo, lo que se estaba pidiendo era que se acatara lo que se pactó en el Acuerdo 381 de 2009. Allí se establecía que las entidades del distrito debían hacer uso del lenguaje incluyente en sus documentos oficiales.

A pesar de que el juez 22 administrativo del circuito judicial de Bogotá ordenó que la Alcaldía cumpliera el acuerdo, en febrero de 2018 ese fallo fue revocado por el Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca. El eslogan, por consiguiente, no fue modificado y sigue siendo el mismo.

Diferenciar a hombres y mujeres en una frase ha sido una de las opciones para hacerle campo a la inclusión, como en el caso anterior. “Todos y todas”, “ellos y ellas” o “niños y niñas”. Sin embargo, es un concepto que ha tenido oposición.

Recientemente, el filólogo Carlos García Gual, quien dentro de poco pertenecerá a la Real Academia Española (Rae), le dijo a la agencia Europa Press que “duplicar innecesariamente las palabras” en aras del lenguaje incluyente “era una tontada”.

De acuerdo con instituciones como la Rae, la actual tendencia a lo que llaman “el desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina” va contra el principio de economía del lenguaje y dice que eso se fundamenta en razones extralingüísticas. Según ellos, hay que evitar esas repeticiones, pues podrían ponerle trabas a la concordancia, redacción y lectura de los textos.

Muchas de las propuestas de la supuesta inclusión son contrarias a su objetivo y hasta más que arbitrarias, dice el decano Piotrowski. “Se discute acerca del machismo y del patriarcado, pero también podría hablarse del feminismo y del matriarcado. No olvidemos que realmente el concepto de ‘el hombre’ es abarcante, incluye tanto al varón como a la mujer, igual que los términos ‘la gente’, ‘la persona’ o ‘la humanidad’”.

“El lenguaje es nuestro sistema de comunicación y en ese sentido tiene una altísima relevancia”, afirma la profesora de la Escuela de Género de la Universidad Nacional, Natalia Moreno. “Hay idiomas en los que el lenguaje es sexuado, y otros en que no, y el español por supuesto que lo es”.

Ella se pregunta: ¿qué pasaría si se feminizara por completo la lengua? “Este es un lenguaje en el que todo lo que se generaliza es en masculino y creo que hay que cuestionar si eso realmente es neutro o no lo es”.

Las mujeres se han acostumbrado a estos usos en los cuales no son nombradas y, en consecuencia, han sido invisibilizadas – afirma Duarte, la investigadora del Instituto Caro y Cuervo – se ha ejercido sobre ellas una violencia simbólica de la cual no se han concientizado plenamente.

“No necesariamente porque uno utilice el lenguaje para designar una idea, significa que esa idea existe o, por el contrario, no porque se omita una idea significa que la idea desaparece”, cuenta el profesor Valderrama.

Según él, el lenguaje hay que entenderlo como un recurso de comunicación y es en la manera de pronunciar las palabras en la que puede percibirse exclusión. Pero invalidar a alguien se da en la práctica cuando se le impide a las demás personas tener acceso a los mismos derechos o a los mismos deberes.

Aclarar en femenino cada término puede no ser la única solución que se plantea. También se ha acudido al uso de la E y la X para denominar sustantivos: todes, niñxs o ell@s. No es muy usual todavía, pero ya es posible que se tope con algunas de esas expresiones, al menos en redes sociales.

La profesora Moreno plantea que se puede hacer un uso frecuente y más consciente de palabras neutras, tanto para aquellas que han sido cargadas de significado al ser categorizadas dentro de lo masculino como en lo femenino. La propuesta es usar términos como auxiliares de vuelo en vez de azafatas, por ejemplo, para que la expresión no englobe solo a un grupo de personas.

Exclusión más allá

El habla es fundamental para entender cómo se relaciona la realidad, pero está lejos de ser la única forma de exclusión o desigualdad.

Además, a esto se le suma que hablar solamente de exclusión en el lenguaje a raíz de un tema de género es quedarse corto. Está el caso de las lenguas indígenas, la comunicación con señas y el lenguaje gitano, como comenta la investigadora Duarte Huertas.

“La exclusión no solo se da solamente en términos de femenino o masculino, también se da en el contexto de personas con escasa alfabetización académica o que quizá no acabaron el bachillerato”, cuenta el investigador Alexander Sánchez. “Si yo escribo en un estilo absolutamente técnico o jurídico voy a excluir al público que debe comprender esa información, por ejemplo”.

Así que a medida que una sociedad evoluciona es inevitable que su lengua también lo haga. Y una institución académica no es la única llamada a validar una palabra, ya que la dinámica del uso de esta es más determinante para lograr su aprobación social y permanencia en el tiempo. Por lo tanto, a futuro es posible que aparezcan expresiones inimaginables hoy

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