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Después de las seis de la tarde, cada 7 y 8 de diciembre, cuando ya se empieza a oscurecer, las familias salen a las aceras y antejardines de sus casas, o al balcón del apartamento. El elemento común son las velas. Algunos usan faroles, otros bolsas de papel y muchos solo pegan la parafina a una tabla de madera. Las encienden, como símbolo de que llegó diciembre. Aunque hay más detrás.
Dentro de la tradición cristiana, desde hace 164 años, el 8 de diciembre se conmemora la proclamación de la virginidad milagrosa de María, según se cuenta en la Biblia. La forma de hacerlo es prendiendo velitas. Los países de hábitos católicos festejan este día, pero solo Colombia y algunas partes de Ecuador y Venezuela, es decir, la anterior República de la Nueva Granada, lo hacen con cirios multicolores.
Es un día festivo y, por costumbre nacional, se festeja desde la víspera, el 7, por lo que el Día de las Velitas (o Noche de las Velitas) es en realidad dos días de ritual para muchas personas. Incluso el 8, que es el de la Virgen, es fecha para primeras comuniones.
El origen de esta práctica se remonta casi a los inicios de la era cristiana. El relato bíblico cuenta que el Niño Jesús nació de una virgen, María. Esto quiere decir que no fue concebido por una relación entre un hombre y una mujer, sino que tuvo la “gracia divina” del Espíritu Santo.
Esta visión ha tenido sus contradictores desde siempre. En el siglo V, Nestorio, patriarca de Constantinopla y líder cristiano de Siria, cuestionó en público esta sagrada Concepción.
La investigadora Adriana Herrera Téllez cuenta en el libro Todo sobre la Navidad que la discusión la quiso cerrar la Iglesia en 1854, cuando el Papa Pío IX declaró el dogma de la Inmaculada Concepción a través de una bula (documento religioso). En ella confirmó la forma en que esto sucedió: “María Madre de Dios no fue tocada por ningún pecado original sino que, desde su concepción, quedó libre de pecado”, cita el documento pontificio expedido el 8 de diciembre de ese entonces y resguardado en la Cancillería Apostólica.
El padre Diego Uribe, miembro de la Academia de Historia Eclesiástica de Colombia y Arte Arquidiocesano, explica que en ese tiempo el Papa Pío IX recordó que en el Concilio de Éfeso, en el año 431, se le pidió al pueblo que opinara sobre la maternidad de María, la madre de Dios.
“Se le dijo a la gente, ‘aquel que crea que María es la madre de Dios, que ponga una luz en su ventana’. El pontífice le reclamó al pueblo ese día, el 8 de diciembre de 1854, que repitiera ese gesto saliendo a marchar con luces y faroles”. Y ahí se popularizó la tradición.
Sin embargo, si bien muchos celebran el Día de la Inmaculada Concepción, parece más popular, incluso desde el nombre, el Día de las Velitas, y con ello se abre, de manera tradicional, la celebración de la Navidad.
Uribe señala que este día se convirtió en una excusa para iluminar la vida: “En un mundo de tinieblas y oscuridades, encender luces se volvió un signo de esperanza”.
En un análisis similar, Claudia Arcila Rojas, profesora de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Medellín, habla de la “inauguración de la luz”, que abre la experiencia navideña a un acto de transformación: “Es pasar de la muerte hacia el renacimiento. Es de algún modo ser conscientes de la oscuridad y de esos momentos de sombra”, y explica que son sentimientos relacionados al miedo, la incertidumbre, la nostalgia o la tristeza.
Este estado emocional y espiritual (sin ligarlo a la religión) es lo que destaca la investigadora: “No es la muerte como una quietud del cuerpo sino como transmutación (cambio) lo que nos permite vernos en el espejo de la vida”.
Claudia afirma que esta lectura fue hecha desde el siglo pasado por el psiquiatra y ensayista suizo Carl Jung (1875-1961) a partir de un texto sobre historia de las religiones. Allí indica que no es el cristianismo el que inicia la festividad sino que son las mismas prácticas de los pueblos paganos que se convierten en narrativas de la humanidad y en las cuales convergen las poblaciones del mundo.
“Las tres grandes religiones monoteístas (islamismo, judaísmo y cristianismo) adaptaron los mitos populares para configurarlos en un ente supremo, como ocurren con los dogmas y cultos”, plantea.
No solo se debe entender esta fecha como un día cristiano sino un momento donde se traen a la memoria colectiva y cultural muchos mitos, precisa ella.
Las costumbres de fin de año tuvieron su origen en la narrativa cristiana. Al 7 y al 8 de diciembre les siguen los pesebres y novenas, en los que se cantan villancicos en anticipación a la Navidad, día en que nace el Niño Dios. También es costumbre la celebración de Año Nuevo y la venida de los Reyes Magos.
En la novela Los días azules, el escritor antioqueño Fernando Vallejo describe el calor y la nostalgia de diciembre: “Es la última noche de la novena y mañana será Navidad. El cielo se cubrirá de globos y estallarán por millares voladores; vendrá el Niño Jesús con sus regalos y no habrá noche más hermosa para mí”.
El Día de las Velitas es una de esas tradiciones que se mantienen en casi todas las regiones del país, pero que no es ajena a la modificación y a que algunos la dejen de seguir, como ha sucedido con otras prácticas.
Era habitual en familias o barrios, por ejemplo, “armar cadenetas”, es decir, unir tiras de papel de colores diferentes, colgadas como banderines para colorear las calles.
Algunos usos cambian con los años, los moldean las nuevas generaciones o desaparecen con el tiempo. EL COLOMBIANO les preguntó a sus usuarios de Facebook y Twitter cuáles son las costumbres navideñas que se han perdido.
Dar la vuelta a la manzana con las maletas el 31 de diciembre para desear viajes en el año venidero, compartir el plato de comida con el vecino, ver a los niños saliendo en la madrugada del 25 con el “traído del Niño Dios” son algunas de las que mencionaron.
Varios usuarios indicaron que extrañaban prácticas ahora tipificadas en el Código de Policía, pero que fueron populares en el pasado: tirar pólvora, elevar globos, matar un marrano en medio de la calle (marranada) o cerrar un espacio para hacer sancocho en medio de la cuadra con los vecinos. La mayoría son eventos para compartir.
Otros aludieron a los valores originales de este periodo: “Lo que se ha perdido es el espíritu fraternal de compartir con los demás”, comentó Ludys del Carmen Palencia Cabrales, en Facebook.
Porque el tiempo trae hechos nuevos. No es raro ver en Medellín carros con cuernos de reno o con pestañas en los faros, y las casas vestidas de felpa roja y verde, el color de esta temporada. Cada vez más, incluso, entra a la iconografía de esta fecha otro personaje: el grinch, ese que odia diciembre.
Para el médico y pesebrista Gabriel Ripoll, muchas de estas tradiciones se perdieron por la influencia europea y norteamericana que “taladró” la Navidad en el país. “Nosotros en el Trópico no conocemos la nieve, pero algunos centros comerciales traen elementos nórdicos totalmente alejados de nosotros”, explica.
Toma como ejemplo el árbol blanco que se usa en algunos hogares en lugar del pino verde o el abeto. “Uno se extraña de ver en los antejardines de las casas unos renos iluminados o un Papá Noel encaramado en una chimenea artificial”.
Desde hace años llegó a la cultura latinoamericana el viejo bonachón de barbas blancas y traje rojo aterciopelado, arrastrado por un trineo bajo una estela de estrellas. Se le ve dentro de las casas, en los centros comerciales y en los avisos publicitarios con sonrojados pómulos. Incluso llega a compartir lecho con el Niño Dios en el pesebre, en los que hay mulas, caballos y renos cornudos. Al mismo tiempo.
Ahora bien, no parece ser una época en decadencia. La encuesta de diciembre de 2017 de la Federación Nacional de Comerciantes, Fenalco, sobre las actividades y gastos navideños en el país, confirma que para este mes las personas destinan una importante cantidad de dinero a gastos de temporada: “Pese a la difícil situación económica, los colombianos invertirán más de 600.000 pesos en regalos de Navidad”, dice el informe.
La firma de comportamientos económicos Raddar precisó que los colombianos han invertido históricamente en estas fechas entre el 20 % y el 24 % del gasto de diciembre, aunque el año pasado subió a un 26 %.
Lo que sí no ha cambiado es la culinaria. El sabor de la Navidad parece mantenerse: “La natilla de maíz pilao o maicena, el manjar blanco, los buñuelos, las hojuelas o la cena de Navidad”, comenta Ripoll, y añade que la razón es que es una herencia de las abuelas y los ancestros.
Diciembre sigue siendo esencial para los colombianos. En cuanto a sus bolsillos, también es un rubro esencial (ver informe).
Aunque algunas tradiciones cambien, este seguirá siendo un mes para compartir o renovarse, así les ponga los cuernos del reno