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Como muchos grupos de teatro de Medellín, el TPM surgió como una iniciativa de amigos, sin formación de por medio. Para los primeros montajes usaban máscaras en papel maché, reciclaban trajes, para el humo usaban hielo seco y pólvora, el telón de boca –de hasta 90 metros cuadrados– era hecho en lona costeña, que luego pintaban con ambientes de los primeros cuentos, y la utilería era confeccionada por la mamá de uno de los actores: tronos, ventanas, coronas, espadas, capas y botas.
“Hacer teatro. Hacerlo contra viento y marea”, era el lema de los fundadores. Los primeros lugares donde se presentó el Teatro Popular de Medellín fue en el Museo de Zea (actual Casa del Encuentro), el Museo El Castillo, y la primera sede fue una casa ubicada en la esquina de la carrera Pascasio Uribe con la calle Pichincha.
No había aficionados para ir a teatro por lo que la urgencia en 1979 era cultivar el público infantil, una preocupación que todavía se mantiene. Acaba de salir de cartelera La cenicienta, una obra dirigida por Rodrigo Toro, que cumple 36 años en escena, con algunos cambios en la estructura, dirigida al mismo público para el que fue creado.
“Para nosotros, el niño no es un adulto pequeño ni un pequeño adulto, es simplemente niño, el espectador más difícil que hay porque es el más sincero. No se aguanta si no le gusta”, explica Iván Zapata, su actual director.
El Teatro Popular de Medellín ha tenido varios dramaturgos y de creación colectiva. Han hecho montajes naturalistas, experimentales, absurdo, comedias, obras de autor, adaptaciones y propias. Además de las infantiles, el segundo frente de trabajo fueron las comedias para adultos. “Con ellas podíamos capturar público”, explica Iván.
En el libro Teatro Popular de Medellín, 40 años, lanzado a finales de septiembre pasado, se cuenta que las obras para adultos llevaron al grupo a explorar el teatro social, montajes psicológicos intimistas y a la comedia satírica.
En El hombre de la media noche (1985) ya no se usó telones de fondo pintados. En su lugar recreaban escenas de suspenso psicológico con escenografías de papel de colgadura. “Cuando comenzamos éramos aficionados, solo se hacía a ciertas horas a la semana o trabajábamos los fines de semanas. Pero ahora hay personas de tiempo completo y uno ve que se ha profesionalizado el oficio”, recuerda Rodrigo Toro, uno de esos primeros integrantes del grupo.
Su más reciente montaje, San Antoñito (2019) es una comedia satírica basada en un cuento original de Tomás Carrasquilla, un autor que retrató la idiosincracia antioqueña en toda su obra con temas generalmente costumbristas.
Basados en esta pieza, el TPM hizo un montaje crítico del clásico paisa. “Nuestro deber no es representar la realidad, sino interpretarla y ofrecerle al espectador puntos de reflexión y de crítica”, señala Iván Zapata.
El próximo estreno, El amargo sabor de las mandarinas, justamente tiene que ver con el deber del artista, una preocupación que ha tenido el colectivo desde hace 40 años. Esta propuesta, que se lanzará a finales de noviembre, tiene que ver con el papel de la mujer en el conflicto actual colombiano.