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A los títeres los persigue una fama que no les sirve. Algunos creen que son aburridos, otros que son solo para niños, que son fáciles de hacer, que es ponerse un guante o halar unos hilos.
—Hay mala fama, creada por los mismos recreacionistas, y cuando uno habla con clientes que no han visto títeres, te dicen: “¡no!, yo una vez vi unos títeres y era una cosa horrible!”. Creo que falta que la gente conozca. Incluso este año abrieron becas de creación y fue muy loco porque unieron títeres con magia y somos dos personas que hacemos magia, pero distinta— dice Jorge Libreros, director de Jabrú Títeres.
Hacer títeres no es fácil. Labor quijotesca, la llama Liliana Palacio, directora de Manicomio de Muñecos. Hay detalles desconocidos, que no se han visto, pero se dan por hechos.
—¿Qué tan fácil es hacer títeres en Medellín?
—Tuvimos una discusión con algunos titiriteros y hablábamos de eso, ¿por qué se acaban los títeres en Medellín, por qué no quedan sino unos cuantos grupos dedicados a hacer títeres para fiestas infantiles y no de manera profesional? Creo yo que es este batallar, este círculo vicioso en el que se convierte la vida: hacemos títeres para vivir, pero no alcanzamos a vivir con lo que hacemos y toca hacer otras cosas —explica ella.
Lo primero, parece ser, es el concepto. El otro día Jorge y su compañera de Jabrú, Natalia Duque, se ganaron un premio de circulación que los llevó a Argentina con sus maletas —que siempre van llenas de títeres y no porque ellos se anden paseando, como creían los vecinos—. Allá, que existe escuela, sí que se sintieron titiriteros.
—¡Ahh, son titiriteros, qué tan bacano! La gente allá tiene más referentes sobre quién es un titiritero. Ahora con el internet uno mira que hay tantas propuestas a nivel mundial, que uno dice ¡wow! Propuestas desde lo teatral, lo plástico, lo musical... ¿por qué en Medellín no? Aquí todavía se ignora bastante quién es un titiritero.
— ¿Quién es?
—Es el que se conecta directamente con el mundo de la fantasía, el que hace ver cómo eso imposible se vuelve posible. Un ser que tiene una conexión con los objetos inanimados.
Uno de los problemas del desconocimiento es la profesionalización. Dedicarse a los títeres tiene que ver con estudiarlos, si bien en el país, dicen ellos, no hay escuela de títeres.
— Ojalá en Colombia se pudiera estudiar. Para ser un buen titiritero se requiere de una muy buena escuela de títeres, que te enseñen todo lo que hay que saber, que pasa por la dramaturgia, la dirección, la puesta en escena. Los que nos hemos formado aquí ha sido de forma autodidacta, aprendiendo con el oficio, los viajes, los festivales —cuenta Liliana.
—También está ese imaginario que son solo para niños...
—Yo me atrevo a retar a muchos para que vengan y aprendan que no es tan simple, que se pueden hacer obras para adultos, aunque para nosotros son muy importantes los niños, porque son un público crítico, que nunca te miente.
Hacer títeres lleva trabajo. Pensar en los nuevos lenguajes, en la estética, en las historias. Hay muchas técnicas, desde títeres de sombras, hasta de varillas, de hilo. Un arte que confronta, que sorprende.
—Las obras que se crean son historias inventadas por el mismo dramaturgo. No había un conocimiento previo sino que se fue llegando a través de la experiencia. Crear en cualquier área requiere de talento, vocación y recursos. Ha sido difícil, sin embargo no imposible.
No es una queja. Ellos son felices siendo titiriteros y haciendo y pensando cómo seguir. Lo que pasa es que falta conocimiento, incluso más que el dinero, que también falta. Hay que dejarse sorprender