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Martín, dos puntos, es el cronista Caparrós

El escritor conversa de su libro Lacrónica, que recoge su trabajo por casi 40 años. Escribe sobre el oficio.

  • Martín Caparrós, EscritorFOTOS COLPRENSA
    Martín Caparrós, Escritor
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28 de agosto de 2016
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Martín Caparrós fue hasta la imprenta a recoger su primer libro. Era 1984 y en la carátula decía Ansay o los infortunios de la gloria. Fue la segunda novela que escribió, pero la primera que publicó. Era una tarde de noviembre, en Buenos Aires, y se fue hasta allá para que le dieran un ejemplar. Al frente de la imprenta había una plaza. Allá se sentó a tocar y a mirar su primer libro impreso. Todavía lo recuerda.

–Me da cierta nostalgia –dice al otro lado de un teléfono en Bogotá, 32 años después. Ahora una de las cosas de las que me quejo es que llega un libro y no sé qué hacer con él. No importa mucho. Así como me importa mucho escribirlo y pensarlo, verlo impreso después me da igual.

Al fin y al cabo tiene nueve libros de ficción y 15 de no ficción, según Wikipedia, aunque no está el más reciente, Lacrónica, que es, lo ha dicho él, la crónica de su vida profesional y tiene textos de hace 25 años, como el primero de ese volumen de 539 páginas, Bolivia. Los ejércitos de la coca, de 1991. Antes de cada crónica hay un texto de Caparrós sobre su oficio, el cómo lo hace él.

Entonces empieza, en el número 1, página 17: “Nunca pensé que sería periodista: sucedió”.

–Martín, ¿este libro no es como contar el truco del mago? –le pregunto, también al otro lado de un teléfono, aunque en Medellín.

–Para eso tendría que ser un mago, con conejos y todas esas cosas, y palomas –responde. No. Para empezar no pienso que sean tantos trucos. Son relatos sobre muchos años de periodismo que ojalá le sirvieran a alguien para pensar sobre lo que hace y cómo lo hace. No creo que le diga cómo sacar conejos, de ninguna manera. Pero sí que es cierto que muchas de estas cosas las pensé por la Fundación de García Márquez, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (Fnpi), que me propuso ser maestro. Eso fue muy útil para pensar mi práctica y lo que uno hace y hace y hace y no siempre se para a reflexionar. Comunicárselo a otros me obligó a esa reflexión.

–¿Releer no es muy raro? ¿Se encontró con un Caparrós muy distinto?

–Es muy raro releer. De hecho yo casi nunca me releo, a menos que no tenga más remedio como una cosa de estas. Ver textos que fueron escritos hace más de 35 años, ver cómo fue de algún modo cambiando mi estilo. Me llamó mucho la atención que hubo gente que comentó el libro y nadie ha dicho nada sobre eso. A mí esos cambios me parecen bastante claros. Desde el principio trataba de escribir y demostrar que yo era capaz de manejar y retrasar las palabras y con el tiempo me fui pellizcando y no necesité de tanto alarde.

–¿No lo hizo sentir que ha pasado el tiempo?

–¿Qué si me hizo sentir viejo, dices?

–Sí

Se ríe.

–Definitivamente (un silencio), pero no debería decir esas cosas. Lo único que me consuela de esta vejez que me produce la relectura es saber que sí estoy bastante viejo y que me sigue dando el mismo gusto y la misma excitación que hace 35 años salir a contar.

La foto de Martín que está en Lacrónica es de esas que persigue al que mira para cualquier lado que intente escapar. Tiene la camisa negra, porque él solo usa ropa color negro. En una entrevista con El País de España, en 2015, sobre Lacrónica, porque el libro salió hace tiempo, pero apenas llegó a Colombia, cuenta que viste siempre de negro porque es más fácil todo: no tiene que combinar ropa ni lavarla todos los días. Incluso puede viajar con una maleta pequeña, con cuatro camisetas negras, también lo cuenta en El País, dos camisas negras, un pantalón negro, dos pares de calzoncillos y calcetines, un portátil, un neceser y un kindle, y así viaja con su maleta en la mano, sin aforarla nunca.

Ese señor que además siempre lleva el bigote de puntas hacia arriba, tanto que cualquiera que no lo conozca de frente puede reconocerlo ahí mismo, es un viajero.

Página 27 de Lacrónica. Le habían dado una sección en Página/30 que él nombró Crónicas de Fin de Siglo, y la inauguraba con un texto sobre Tucumán, Argentina, en abril de 1991. “La sección, en cualquier caso, era mensual: debía alimentarse. Nadie suponía que yo llegase mucho más allá de Tucumán, pero el sistema tenía –como todos– filtraciones. Mis pasajes se pagaban por canje de publicidad con una agencia de viajes: descubrí que, así como cobraban un cuarto de página por el pasaje a Tucumán, estaban dispuestos a aceptar una doble por un pasaje a –digamos– Moscú. Entonces los viajes empezaron a hacerse más groseros: Unión Soviética, Haití, Estados Unidos, Brasil, Perú, China, Bolivia. Me encontré, de pronto, con el mundo”.

No ha parado de viajar.

–Usted escribió que “en un viaje, en cualquier viaje, todo es gozosamente falso: ahí está, probablemente, gran parte de la felicidad y la inquietud del viaje: vivir, entre paréntesis, en un ficción”. ¿Qué tan ficticia es su vida?

–Es una buena pregunta que yo prefiero no hacerme.

Nos reímos.

–Cuando una ficción se repite mucho, se convierte en tu realidad. Si vives en una casita de muñecas los primeros días va hacer todo como muy extraño y luego serás como el muñequito. Es cierto que uno de los objetivos del viaje es que uno cambia todos los parámetros habituales y me parece estar viviendo en un mundo irreal, porque no es el mundo propio, corriente, común, no.

–Es un escritor nómada, entonces.

–Soy bastante nómada. Paso más de la mitad del tiempo fuera de mi casa, que está en Madrid ahora, para lo cual he tenido que desarrollar todo un sistema que me permite escribir en cualquier parte. Solía tener muchos rituales y la necesidad de estar en un lugar preciso para escribir. Ahora puedo hacerlo en cualquier lado y es un grado de libertad.

–Dicen que los viajes cambian a las personas, y lo confronta con distintas realidades. Después de tantos viajes, ¿sigue cambiando?

–Hay viajes que te cambian y otros que no. Yo he estado en Bogotá muchas veces en mi vida y ya no es una sorpresa, es un encuentro con amigos, sabores. Claro, si voy al pueblito donde nació mi abuelo en la frontera entre Polonia y Ucrania, donde estuve hace un mes, eso sí es un viaje, porque estuve en un lugar que no conocía, donde tuve la oportunidad de ver. Hay una diferencia entre uno y otro.

El cronista argentino, que nació en Buenos Aires en 1957, que estudió Historia en París y, según cuenta el texto que acompaña la foto del libro, hizo periodismo en gráfica, radio y televisión y dirigió revistas de libros y de cocina, plantó un limonero, tiene un hijo y ha publicado libros en veinte o treinta países, ama los dos puntos, que incluso dice que usa demasiado, y detesta los tres puntos. Nunca los usa. Nunca. Le parecen pura cursilería.

...

Pág. 66. Lima. Perfume del final (Página/30, 1992). “No es tan bueno estar tan convencido de que te van a matar antes de media hora. Hacía muchos años que no me sucedía. Fue algo parecido al miedo, pero no era el miedo: era la desagradable sensación de que algo estaba por llegar, algo estúpido, que podría de mil maneras no haber sucedido. Yo no tenía por qué estar ahí: podía haberme quedado en Lima. O en mi casa”.

–Los detalles son muy importantes –le digo y le cuento una historia sobre unas medias. Las medias podrían ser interesantes, responde, si van a contar algo, y porque es dejarse llevar por un lugar al que nadie llegó.

–Un detalle es aquel –sigue él– que no es una mera vegetación, digamos, sino que te sirve para contar y para entender sobre algo más, distinto, interesante. Lo central es eso, que no sea un osito de porcelana, sino que ayuda a confeccionar.

–Dice que el principio es fundamental –Pág. 64. “Suelo creer que el principio es decisivo para cualquier texto (...). La primera frase es casi un trabajo publicitario, con perdón: propaganda del texto que la sigue (...) Una crónica con un buen principio es lo contrario de la famosa pirámide invertida (...)”–, y si da con cuatro o cinco opciones se entusiasmará. El final le es más difícil –“Nunca fui bueno para los finales”–. ¿Será que el final es algo más natural, o será que estamos más preocupados por empezar y no por terminar?

–Es más lo primero que lo segundo. Uno imagina el principio antes de escribir, porque el principio es lo primero que uno escribe, pero que el final en general va apareciendo, se va forjando durante la escritura. Con los finales me incomoda, y yo tengo esa tendencia de hacerlos demasiado fantásticos, que terminen chan chan, y es un poco vulgar tener esos finales tan redondos. El problema ahí es pelear contra eso.

–Cuenta que antes el periodismo era inseparable de una vida más bohemia, con bares trasnochados, olores a tabaco, camaradería. Eso suena como si hoy fuera muy aburrido.

–No, no sé si es mejor o peor. Para pasar un rato entretenido era mejor ese tipo de vida. Donde alguno terminaba alcohólico perdido, es mejor este tipo de vida. Porque el alcohol tiene su precio y su costo. También creo que tiene que ver que hace 40 años un periodista trabajaba sus seis o siete horas por día y ya estaba, había tiempo para una cerveza. En cambio ahora en general trabajamos bastante más horas, y hay una atención permanente. Sales a las 10:00 de la noche y hay que seguir conectado. Antes todo lo que sucediera podía por lo menos esperar hasta el día siguiente. Son condiciones diferentes.

–¿Vamos muy de afán?

–Es una forma optimista de decirlo. Porque si dices vamos, te preguntaría a dónde. Estamos muy de afán, tal vez. Tampoco. Me parece que esa tendencia a pensar que todo tiempo pasado fue mejor es una de las tonterías que nuestra cultura nos propone. Mejor decir todo futuro fue mejor”.

–¿La crónica puede salvar –si cabe la palabra–, los periódicos, ayudar en la pelea con la inmediatez?

–“Sí. No sé si salvarlo, si sea la palabra, pero por lo menos participar de eso que los periódicos quieren tratar de hacer para pelear contra la discusión de las redes sociales y esos supuestos que lo amenazan. El arma que tienen los periódicos es profundizar, contar mejor, reflexionar más y esas son características que la crónica ofrece. Podría participar de un intento que deberían hacerlo de redefinirse para sobrevivir a esta época”.

–En Colombia, por ejemplo, el periodista importante es el que cubre la guerra, el periodista cultural no. Sin demeritar ninguno de los dos, ¿no es en la cotidianidad donde es más difícil escarbar historias?

–Sí, contar una guerra es una difícil solución de facilidad. Te pones en pie y es complicado, pero al mismo tiempo está garantizado que vas a tener mucho que contar. En cambio tratar de contar la vida social es una fácil solución de dificultad, es fácil porque son condiciones mucho más fáciles y tranquilas, pero se hace más complicado encontrar una historia que valga la pena. De todas maneras lo que pasa con el periodismo cultural también es otra cosa. Muy a menudo el adjetivo cultural destruye el sustantivo periodismo. En una gran parte de lo que llamamos periodismo cultural consiste en presentaciones de cosas o reseñas de discos, libros, películas o entrevistas con autores de discos, libros, películas. Y no hay periodismo, buen periodismo dedicado a la cultura. Me parece que el periodismo tiene más ese trabajo de difusión. Si se le dedicara al periodismo cultural los mismos mecanismos que usamos para contar una guerra, la pobreza o un conflicto, serviría bastante. La cultura también debe tener muchas historias. No hacemos mucho periodismo en la cultura de los medios.

Página 533. Las últimas líneas del libro, dos puntos. “Que el final le deje al lector la sensación de que tiene que repensar lo que ha leído, que quizás no todo sea como creyó en primera instancia.

Que nada es, en general, lo que parece”.

Se me olvidó preguntarle que si la letra del cuaderno que hay en la carátula de Lacrónica es su letr.a. Yo creo que sí

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