viernes
7 y 9
7 y 9
El 9 de enero de 1979 ocho estudiantes menores de 20 años atendieron una convocatoria que hizo un joven del barrio La Mina, en Envigado. Cristóbal Peláez, para entonces de 26 años, quería hacer un grupo de teatro, una actividad que era vista en ese momento como un hobby o una “actividad de vagos”.
Casi que por una necesidad administrativa, para operar en la primera sede, la Casa de la Cultura de Envigado, necesitaban ponerse un nombre. Decidieron tirarlo al azar, una acción patafísica (movimiento surrealista) como ellos mismos , y abrieron un diccionario. El dedo cayó en “Matacandelas” y así quedaron.
Esta aventura colegial formó uno de los colectivos teatrales más recorridos del país.
Era una época que los niños los miraban ensayar a través de las rejas. Luego, estupefactos y mordaces, corrían a gritos de “maricas”, “putas”, “degenerados”, “marihuaneros”.
40 años después de poner esa primera piedra, Cristóbal cree que estaban “condenados” a ser un grupo vocacional y juvenil.
Durante esa primera etapa pasaron muchos jóvenes bachilleres. “El teatro era para los papás de estos pelaos como una especie de terapia ocupacional. Pero apenas pasaban a la universidad los sacaban de la actuación”.
Tomó con el colectivo la decisión de profesionalizar el oficio, es decir, vivir y trabajar para el teatro, aunque fuera un arma de doble filo: “Hemos cabalgado mucho la idea de que el oficio no te mate la pasión”, comenta Peláez.
En 1986 dieron el salto a Medellín y llegaron a una casa del centro, en Córdoba con Maracaibo. Esos días fueron de formación, ejercicio y experimentación teatral. Ahora les tocaba ser grupo y escuela.
Lo principal de este periodo, según su director, fue que comenzaron a huir de cualquier dogmatismo que les dictara los montajes que tenían qué hacer.
Este proceso de experimentación los llevó a ampliar los referentes teatrales, a ver otras obras, a huir del vanguardismo. “Nunca hemos sido, ni creído ser experimentales”, escribe Cristóbal en “Crónica de un nacimiento”, artículo del libro Colectivo Teatral Matacandelas / 36 años (2015).
De esta época surgen obras emblemáticas como O Marinheiro, Juegos nocturnos y Chorrillo Sietevueltas.
En 1994 fue fundamental. Se aventuraron a tener casa propia y consiguieron la Casa de las Ramírez (como se le llamaba a la casona), su actual sede. Siete años tardaron en pagarla pero ahora es el hogar, que califica como suyo.
Entre los pasillos de la vivienda, ubicada en la calle Bomboná, conviven 13 actores, 5 empleados y Jaime Jaramillo Escobar X-505, el schnauzer que saluda o le ladra a cualquiera que entra.
Cristóbal es el capitán de ese barco. Sabe que no puede perder el mando. En la mañana tiene que volver a armar el grupo que se le desbarató en la noche. “Los grupos se acaban muchas veces de una mala palabra, de ser agalludo con el otro”, explica Peláez.
En el patio interior, en el mezanine, en los corredores o en la nueva sala del Mata, como cariñosamente les dicen, se oye música: un trombón, el acordeón, el clarinete, una guitarra. Matacandelas está siempre con música.
La investigadora Marina Lamus, “la biógrafa” del teatro colombiano, comenta que es único de este grupo la combinación de música y teatro. “No son músicos de profesión sino que combinan ambas artes”.
Indica que otra característica del Mata es su relación con la narrativa, como sucede con Angelitos empantanados, La casa grande, o las adaptaciones de Edgar Allan Poe.
Lamus cree que eso los lleva a hacer propuestas escénicas que las diferencias de otro teatro del país. “El manejo del escenario, la luz o el vestuario los hace únicos ”.
Así lo ven
“Si no existiera Matacandelas habría que hacer un Matacandelas”, dice Jorge Blandón, director de la Corporación Cultural Nuestra Gente, quien los ve, además, como una institución vital y pertinente para la sociedad colombiana.
“Siempre nos están proponiendo como espectadores un nuevo lenguaje, una pregunta nueva y una inquietud por lo humano”.
Jaiver Jurado, director de la Oficina Central de los Sueños, y quien estuvo durante 10 años como actor del colectivo, ve en el Matacandelas estos tres elementos: “Es la constatación de que la disciplina consciente y el trabajo colectivo son bases sólidas para un hecho artístico o humano a largo plazo”.
El segundo punto que destaca es que el Matacandelas ha entendido el arte como un sentido de resistencia humana y política en medio de una sociedad desigual. El tercer elemento es su “estética amplia, libre cercana a nuestra vida cultural, profundamente investigada y ensayada que en nada tiene que envidiarles a las academias”.
El año pasado el grupo pasó por uno de los momentos más difíciles de sus 40 años. Uno de sus actores de mayor trayectoria, Diego Sánchez, murió: “Fue para nosotros un golpe mortal”, se duele Cristóbal.
Dejando esto atrás, el director piensa que siempre está la necesidad de crear. Los 13 integrantes preparan un nuevo proyecto para sacar este año (ver recuadro). Cristóbal, manejando el timonel, los alienta y les dice: “Acuérdense que ustedes están hechos de otro material” .