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Una carrera de fórmula uno pasa a través de Castello Cavalcanti, una población pequeña en Italia. Corre el año 1955, y mientras los locales ondean banderines para los fotógrafos, uno de los pilotos estrella su carro contra una estatua en el centro del poblado. El hombre deja el volante y de un café cercano salen dos cocineros con extintores para ayudarlo y apagar el vehículo. “Podría estrangular a ese pequeño idiota de mi mecánico”, dice el hombre, “es mi cuñado, Gus; el imbécil ensambló el volante al revés”.
Es la escena de una película del director Wes Anderson. Y, además de contar una historia corta, en ocho minutos, llama la atención que el filme fue pagado y distribuido por Prada, la misma casa italiana de los zapatos, carteras, gafas y demás, de lujo.
No es que Prada esté diversificando su mercado. La película de Anderson (Castello Cavalcanti) constituye eso que se llama un “fashion film”: una producción audiovisual corta que busca contar una historia y toma la moda como uno de sus elementos esenciales.
El Medellín Fashion Film Festival, que termina este sábado, celebra precisamente eso, un formato que en palabras de Andrea Uribe, su directora de comunicaciones, “tiene el impacto que merece cualquier campaña de marketing y ofrece numerosos recursos para la comunicación de la moda”.
El festival se lleva a cabo en el Museo de Antioquia, con una programación diversa de talleres académicos, exposiciones y encuentros de la industria.
Wes Anderson ya lleva dos cortos para Prada. Tal vez en un futuro su producción más reciente se estrene en el festival de Medellín. Por lo menos, con esta primera edición, el volante está en la posición adecuada.