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El paso de Madonna y Guns N’ Roses por Medellín en 2016 dejó la ciudad con un buen clima para recibir grandes artistas internacionales. Por eso sorprendió que, al siguiente año, cancelaron el concierto de sir Paul McCartney. Según uno de los socios productores, el motivo fue la escasa venta de boletería.
Una declaración poco común escuchar –así sea esta la principal razón de la cancelación de un concierto–. Ni al empresario ni al cantante les interesa que se sepa que no se vendió su evento. Lo del exBeatle fue un traspié que abre otra discusión: ¿están los antioqueños preparados para pagar por una boleta de alto costo? ¿Tiene mejor asistencia un concierto gratuito que uno pago? Y más aún, ¿este modelo acostumbra al espectador a no pagar por los eventos culturales?
En Colombia hay tres palabras mágicas usadas para tomar decisiones, casi convertidas en adagio: “bueno, bonito y barato”. Incluso se escucha una adaptación más adelantada: “Bueno, bonito y gratis”. A este tenor, Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, usa con ironía el mismo proverbio aplicado al sector de las artes escénicas: “Entre las palabras preferidas de los teatreros están el nombre de su grupo y la expresión boletería agotada. Entre el público, en cambio, la palabra favorita es gratis”.
En medio de la disputa por los recursos artísticos se discute qué tanto debe darse el acceso gratuito a la cultura –música, teatro, cine y, por extensión, eventos que se meten en el manojo de las artes escénicas y representativas–.
Contexto
Desde 2011 se institucionalizó el programa de Salas Abiertas, que ha buscado fortalecer los espacios de las artes escénicas de Medellín a través de apoyos para el desarrollo de actividades de programación artística, circulación, gestión y formación de públicos.
El estímulo permite que el público de la ciudad pueda ingresar a una función al mes con boletería subsidiada (el término “gratuita” no es exacto porque, en realidad, alguien la paga). Es similar al programa de Formación de Públicos de la Alcaldía con instituciones museales, en las que el público de Medellín de estratos 1, 2 y 3 puede ingresar sin pagar por la boleta, solo presentando la copia de la cuenta de servicios públicos.
Según Herman Montoya Gil, líder del programa de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, esta entidad tiene una variedad de aportes que estimulan la entrada libre en los eventos e instituciones culturales de la ciudad: actividades gratuitas, otros en los que se compra una parte de la boletería para el ingreso de esos eventos o, como sucede con los museos, el ingreso solo para los estratos 1, 2 y 3.
En ese paquete entran museos, salas de teatros y conciertos, principalmente. El funcionario anota que desde la gestión de Jorge Melguizo (2005 – 2009) como Secretario de Cultura, se venía apoyando con el 100 % de la boletería y el acceso gratuito a las actividades. Pero que esto ha generado una “reflexión profunda dentro de la Secretaría en los últimos años”.
Plantea Juan Diego Mejía, exsecretario de Cultura de Medellín (2004-2005), que la boleta subsidiada fue un propósito político necesario en un periodo, principalmente a inicios de la década de 2000: “Veníamos de una época muy dura en la ciudad y era necesario estimular a la gente para que empezara a asistir a los espectáculos”.
Para él estas políticas en esos primeros años –2004 a 2010– se justificaban por el especial momento en la historia de la ciudad, pero que esto debería apuntar a otro modelo. No sugiere, de ningún modo, desincentivar el programa de Salas Abiertas, pero cree que deben replantearse este tipo de políticas que estimulan la noción de gratuidad permanente. Una postura similar la tiene el gestor cultural y gerente del Claustro de Comfama, Sergio Restrepo, al señalar que en cultura no todo debe ser subsidiado (ni siempre) y que se debe mirar atentamente las posturas contra lo gratuito (ver Análisis).
La discusión de la gratuidad no solo cuestiona el ingreso y la boletería sino que también se le critica desde puntos de vista estéticos. Lo plantea Cristóbal Peláez: “Lo que vemos de perverso en esto de la entrada libre o el aporte voluntario es que está creando una estética y un público perezoso, que va porque es gratis”, dice. Se refiere a que muchos grupos de teatro hacen cualquier montaje, sin rigor estético pero cumpliendo todos los requisitos, para recibir los beneficios de Salas Abiertas.
El director cree que la iniciativa de la Secretaría de Cultura tiene cosas buenas, como mejorar la cobertura, democratizar y ampliar las posibilidades del teatro.
“Los artistas, como cualquier otro profesional, viven de su trabajo; no pueden pretender que todo lo subsidie el Estado”, dijo.
Su postura como Ministra era abogar por una “boleta justa”, es decir, que paguen alto los que puedan pagar, bajo los que no puedan hacerlo y que sea gratuita para quienes definitivamente no puedan costear nada.
La equidad debía ser primordial contra esa cultura de la gratuidad: “Los colombianos nos vamos acostumbrando. A nadie se le ocurre llegar a una taquilla de Cine Colombia a pedir un descuento y así debería ser con el teatro, la danza o la música”, comentó.
María Patricia Marín Arango, directora del Teatro Metropolitano, lo plantea de este modo: “La gratuidad a la que está habituado el público –esa de ‘regáleme una boleta’– no es sana”, explica. El gobierno debería ser quien respalde esta iniciativa con el apoyo de la empresa privada, enfatiza.
De algún modo, esta mentalidad también afecta a los artistas. Sara Melguizo Gavilanes, directora del Unión del Sector de la Música, agremiación de empresas y personas relacionadas con este nicho, ha visto que si no se cobra el acceso a un escenario o una galería, el público puede percibir que el oficio de los artistas es un acto filantrópico y no es así, es una profesión como cualquiera que debe ser remunerada. Añade que es necesario hacer un trabajo pedagógico para concientizar al espectador de que al artista se le paga.
Como sucedió con McCartney, muchos espectáculos se han cancelado por no tener suficiente quorum cuando se acerca la fecha del evento. Ha pasado con toda clase de artistas y géneros musicales, y no solo en Medellín. Algunos empresarios ven los conciertos gratuitos como una amenaza para los que son pagos, aunque otros no lo ven así.
Julián Castrillón, vocero del Breakfast Club, organizador del festival Breakfest, considera que las audiencias están cambiando su comportamiento frente a los eventos con costo y están invirtiendo en lo que les interesa. Para él, el festival llegó en un instante muy favorable de educación de públicos y de transformación en su mentalidad.
“Entramos al circuito de conciertos Medellín en un momento en el que a Bogotá empezaron a llegar grandes artistas. Faltaba una oferta de artistas porque el público quizá no tenía ese impulso de pagar, tal vez no porque no quisiera, sino porque no había artistas que lo representaran”, dice Castrillón.
El Breakfest, próximo a lanzar su sexta edición el 28 de septiembre, ha tenido sobre su escenario a artistas de calibre como Pet Shop Boys, Julian Casablancas + The Voidz, Foals, Capital Cities, Franz Ferninand y Claptone. Algunos de estos nunca antes habían pisado el suelo antioqueño.
De hecho, la boletería de fanáticos (primera etapa) está agotada. En este caso, la gratuidad o los conciertos subvencionados no los afectan porque simplemente van por caminos diferentes. Caso similar ocurre con Medejazz, que tiene un público que paga por sus eventos.
En otros casos, para hacerle frente a la oferta cultural gratuita, los empresarios musicales –o de otra clase de eventos– se proponen añadir otros aspectos atractivos para llamar la atención de las audiencias.
“Si traes solo un concierto sí se podría competir con los eventos gratuitos en la ciudad. Lo que se puede hacer es vender un adicional además del concierto, como una fiesta: buena atención, oferta gastronómica o un espacio cómodo”, explica Julio Restrepo, gestor cultural y empresario independiente con experiencia en la organización de estos.
Restrepo añade que la gratuidad de los eventos puede transformarse en una oportunidad para los empresarios independientes a futuro.
“Es posible que el público no conozca a un artista que la Alcaldía o una empresa privada traiga a la ciudad en un evento sin costo. Pero el público tiene la oportunidad de descubrirlo y eso abre la puerta para que algún otro empresario pueda traerlo en otro momento”, comenta.
Los expertos consultados consideran que no hay que castigar la gratuidad en la cultura por sí sola. El asunto es ajustarlo según el caso. A su vez que debe ser limitado, para que no se desestimule el sector.
Para Herman Montoya, de la Secretaría de Cultura, también las instituciones tienen que hacer el esfuerzo para formar sus público ofreciendo productos de calidad y así el público desee pagar por ellos. Según el funcionario, los esfuerzos de la Secretaría obedecen a una política pública ordenada en la Ley General de Cultura que pide generar a los ciudadanos la posibilidad de acceso a las actividades de este tipo.
“Los proyectos culturales deben tener la posibilidad de crecer sin la mano del Estado. Si el Estado no tiene un año los recursos para apoyar los proyectos, estos se caerían”, explica.
Gratuito o no, cualquier ciudadano quiere asistir a espectáculos de calidad; empresarios y grupos culturales quieren tener ganancias de sus eventos, y los artistas quieren reconocimiento de su trabajo. De gratuito, la cultura no tiene nada.