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Pigcasso es una cerdita con suerte. Dio con una amiga o, digamos como todo el mundo, con una ama, que en vez de engordarla para venderla al mercado de carnes, le fomenta el arte.
La marranita colorada, que ahora pesa 200 kilogramos, vive en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Y su vida, desde el principio, ha tenido tintes de espectacularidad. Tenía menos de un mes de nacida, la defensora de animales Joanne Lefson la salvó de ser sacrificada en un matadero. La mujer, fundadora de un refugio animal, se dio cuenta desde muy llegada la criatura al hogar que tenía afición por el arte. Los pinceles y los lápices de color eran las únicas cosas que no se comía. De modo que le fomentó su afición.
En su chiquero, dispone para ella hojas blancas de cartón del tamaño de un pliego de cartulina, sujetas con pinzas a una suerte de caballete situado a su medida, pinturas “de colores vivos”, resalta Joanne, y brochas, que Pigcasso agarra con el hocico y, con decisión, va haciendo sus trazos.
Lefson clasifica las creaciones dentro del expresionismo abstracto. Las obras han sido revisadas por expertos. La crítica de arte Marjorie Allthorpe-Guyton sostiene: “Definitivamente, tiene talento”. Los cuadros se venden en Internet por más de mil dólares cada uno. En enero pasado se realizó la primera exposición titulada Oink, itinerante por París, Londres, Berlín y Ámsterdam. El dinero que se recoge con la venta de sus cuadros, asegura la protectora animal, lo usa para financiar el refugio donde vive Pigcasso y para adelantar campañas que generen conciencia del dañino impacto ambiental de algunas explotaciones cárnicas.
Lo cierto es que Pigcasso ya tiene asegurado un lugar en la historia. Para el reino animal es equiparable a esos artistas antiguos que hacían el arte rupestre, como el de las Cuevas de Altamira, con la diferencia de que no quedará en el anonimato como aquellos hombres antiguos.