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Cuando se va a un museo, por lo general se espera encontrar piezas únicas que tengan un significado propio de una época o un personaje importante, pero cuando se hallan espacios con auras especiales que realmente lo transportan siglos atrás y le transmiten sentimientos puros como el amor y la humildad, se da uno cuenta que una reliquia y un manuscrito son valiosos, pero no se comparan con vivir la experiencia de cada personaje en algún momento de su vida.
Llegar a Angostura, en el Norte antioqueño, no es nada del otro mundo. Carretera en buen estado, no mucha curva, tres horas de viaje y por aquello del paro camionero, el tiempo se acorta y el camino se hace más llevadero.
Si miramos el pueblo de forma general, tiene lo que cualquier otro puede tener: casas coloniales, otras más modernas, un parque central y obviamente, su monumental iglesia.
Pero si observamos detenidamente, la imagen del beato Mariano de Jesús Euse Hoyos, más conocido como el Padre Marianito, no solo está en tamaño gigante kilómetros antes de llegar al pueblo, sino que está inserta en cada uno de los rincones del lugar, desde los carteles de los establecimientos públicos (papelerías, restaurantes y demás) hasta en los nombres de algunos de los niños que salen a esa hora del colegio.
Y esta es una de las razones para visitar el pueblo, visitar el propio Museo del Padre Marianito, que está ubicado en la casa cural, misma residencia donde vivió el beato hace más de cien años, y que está abierto entre las 9:00 a.m. y las 4:00 p.m. para todo el público.
En el jardín a la entrada de la casa, está una virgen elevada a unos tres metros de altura aproximadamente, que de cierta forma expresa que se está llegando a un lugar casi sagrado, donde la fe, la devoción y la humildad se muestran en las placas que están pegadas en la pared detrás de ella, donde está la puerta del museo. Estas las han llevado los mismos creyentes en agradecimiento a favores que les ha hecho el beato.
Después de cruzar la puerta, se encuentra una representación a escala real del Padre Marianito, que posa serena y vigilante durante la visita.
El recorrido lo dirigió el párroco de la comunidad, el sacerdote Rodrigo Cifuentes, quien despista un poco cuando nos recibe muy amablemente en botas, sombrero y poncho, después de haber trabajado una tierra donde siembra yucas (muy apenado por cierto por su atuendo tradicional campesino, que de cierta forma expresa la esencia de Marianito, la cercanía a su comunidad).
La primer pieza que se ve en el museo es una placa que mandó hacer el párroco Constantino Duque en la parroquia del pueblo donde cuenta un poco de la historia del Padre Marianito.
Luego se puede divisar la lápida de la tumba del beato, quien fue enterrado en la capilla de El Carmen, dentro del mismo pueblo, en la que está enmarcada su firma.
Arriba en la pared hay una infinidad de fotografías que muestran algunos momentos del Padre Marianito, como la imagen con sus familiares, sus compañeros del seminario, su partida de bautismo, una foto con la señora María Dolores Mira, quien lo acompañó hasta sus últimos días, y otra fotografía con el sacerdote Rafael Giraldo Vélez, a quién curó de un cáncer de próstata (misma dolencia que padeció el Padre Marianito), milagro por el cual le fue otorgado el título de Beato en Roma.
La imagen gigante que se utilizó en la plaza de San Pedro cuando se beatificó al Padre Marianito, se puede encontrar en el fondo del museo.
En las mesas del centro se puede ver todo tipo de artefactos y objetos que Marianito usó. Ornamentos hechos en terciopelos negros y morados, el bastón que usó el mismo personaje y hasta tablas que hicieron parte del ataúd del beato están allí.
A estos objetos los complementan los cuadros de todos los párrocos que ha tenido el pueblo e imágenes de santos.
Pero la verdadera esencia del museo está fuera de él, en una plazoleta al fondo, donde yace una fuente de agua pura que nace de la montaña, bendecida por el mismo Marianito, “a la cual los peregrinos acuden para aplicarse en las heridas, para refrescar su alma o para llevar hasta sus casa”, como afirma el padre Rodrigo.
Sin embargo, hay otro lugar, además de la fuente de Marianito, que también esconde una esencia mística y artística. De vuelta en la plaza del pueblo, hay una casa construida a todo el frente de la iglesia colina abajo, la Casa Museo Porfirio Barba Jacob, una casona gigante de varios niveles donde se exponen manuscritos y fotografías del gran poeta antioqueño.
Además de tener cartas escritas a manos del artista, otras transcritas en máquinas de escribir y fotos de Porfirio, la casa oculta un verdadero tesoro, y está bajo tierra.
El sótano de la casa encierra la esencia de lo que fue el talento de este hombre, todo impreso en pequeños espacios de las paredes de aquel lugar escondido.
Con una luz muy tenue, se alcanzan a leer palabras escritas por el mismo Barba Jacob, donde se lee, poniendo mucha atención, los días de la semana, redactadas cuando él de niño jugaba a ser un sacerdote, como lo explica la directora del museo, Luz Elena Ayala Mira.
“Él jugaba con sus amiguitos a que era el sacerdote del pueblo, y cuando llegaba el momento de la comunión, les daba a cada uno un pedazo de garra para que chuparan”.
Pero en esas paredes no solo se encuentran juegos infantiles, también se puede leer el nombre del que sería el amor de la vida del poeta, Teresa, siendo esta palabra la más repetida en aquellas paredes.
En este sótano también está la primer máquina de escribir con la que se transcribieron los textos del artista, una foto de su bisabuelo, muebles y objetos de la casa que antes permanecían en este lugar como basura y ahora son reliquias de la época.
Fuera de este sótano se pueden encontrar, además de obras de artistas de la región, dos plantas muy particulares: una es un palo de lulos en toda la mitad del primer jardín interior, que hace alusión al famoso poema del árbol de los lulos de oro, y la segunda está en el solar de atrás de la casona, al cual el público no tiene acceso. Es un mandarino que, afortunadamente en nuestra visita, estaba en cosecha y fue el que terminó de completar nuestra visita, un viaje a lo más profundo de un poeta y un servidor de Dios que entregaron su talento a la comunidad y nacieron y permanecieron en estas tierras del norte antioqueño.