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“Por sus expresiones, reverendos escribas, me doy cuenta de que no entienden el significado del ueyquin ayquic, ‘la edad de los nuncas’. No, no, mis señores, no quiere decir que sea una edad específica en años. A algunas personas les llega antes y a otras después. (...) La ueyquin ayquic es la edad en que un hombre empieza a murmurarse a sí mismo. ‘Ayya, los montes nunca me habían parecido tan altos...’, o ‘Ayya, mi espalda nunca me había dolido antes...’, o ‘Ayya, nunca antes me había encontrado una cana en el pelo...’”.
Esta es la manera como Tiléctic Mitxtlí, personaje precolonial de Azteca, la novela de Gary Jenning, se refiere al tiempo en que la juventud se va, en una conversación con religiosos dirigidos por el inquisidor Juan de Zumárraga, quien a su vez, por disposición del rey Carlos V, tomaba nota de primera mano, con este personaje, de cómo vivían en las tierras recientemente halladas.
“La edad de los nunca” es, sin duda, un eufemismo, una vuelta en el camino del idioma para no pasar por la esquina de lo directo.
Parece que la vejez, fuera entre nosotros una situación vergonzosa. Los demás se refieren al viejo con frases timoratas, como si temieran ofenderlo y, hasta él, a consecuencia de la presión social, también cree que lo desprecian si se refieren a esta circunstancia.
“¿Viejo yo? No, tal vez la cédula”, dicen unos, intentando convertir en chiste ese asunto. Los académicos acuñan términos como personas de la tercera edad, gerontes o adultos mayores, como si con ello quisieran hacerles un favor a las personas de cierta edad... perdón, quiero decir, a los viejos.
Complicado también resulta referirse a personas con discapacidad física o mental. En este caso, la ignorancia suele jugar malas pasadas.
De inválidos y minusválidos, como se les llamaba hasta hace años, se pasó a limitados físicos y mentales. Una institución de Medellín, ocupada en atender a esta población es Amigos con Calor Humano. Cambió su nombre: era Amigos de los Limitados Físicos. Entendió que los límites son relativos y pueden vencerse.
El término sugerido por la Organización de Naciones Unidas es persona con discapacidad. Especialistas en lenguaje incluyente recomiendan el uso de persona con discapacidad visual, auditiva o de cualquier otro aspecto.
Hay quienes creen que la palabra ciego es dura y debería decirse invidente. A estos les salen al paso otros que objetan este término, invidente, porque creen que vidente se le dice solamente a quien predice el futuro o percibe lo oculto y, por tanto, invidente sería quien no tiene esta asombrosa cualidad. Pero vidente, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua es también el que ve, e invidente, el que no ve. Invidente y ciego son sinónimos.
Los hay también que se enredan al hablar de personas de raza negra. Les da susto decir negro o negra e intentan matizar estas voces, como si fueran ofensivas. “Es una chica morena”, se oye decir. “Es un boxeador de color”.
En artículo publicado en el blog aporrea.org, originado en Venezuela, Francisco Amín Mosquera se refiere a este tema. Dice:
“Este juego de palabras donde concuerdan el color de la piel y el sustantivo para denominar a las personas... es una pequeña trampa de la que muchos tratan de escapar buscando otras expresiones que finalmente provocan en algunos casos discusiones acaloradas o triviales... hasta que alguien pregunta... ¿Cómo debo llamarte si desde la infancia me han enseñado que te llame Negro? Ahora quieres que te llame Afroamericano...”.
El articulista recuerda que la palabra “moreno”, según el diccionario, significa que no tiene la blancura que le corresponde. “Cuando alguien llama “moreno” a un descendiente de africanos (...) tratando de no ofender... en realidad... le está diciendo: ‘No eres tan blanco (a) como deberías...’”.
Con indio sucede lo mismo. Consideran ofensivo llamar a alguien de este modo. Esta palabra nació del error de los españoles comandados por Cristóbal Colón, de creer que habían llegado a la India, pero no debe ser ofensiva.
Tal vez una canción como La gota fría, de Emiliano Zuleta Baquero, afiance el sentido despectivo del término cuando dice:
Qué cultura, que cultura va a tener/ un indio chumeca como Lorenzo Morales...
En muchos casos, no es tanto la palabra la que ofende: es la carga de morbo que se le imprime.