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Está bien que los tiempos van trayendo sus creencias. Incluso las de no creer en nada. Los agüeros, los rituales, las supersticiones se van replicando y multiplicando, como por arte de su propia magia.
Y para estas fechas de fin y principio de año, vuelven al salir las creencias y los agüeros que los humanos hemos arrastrado por decenios y siglos. Y hasta muchas de las personas que se dicen “racionales” sucumben ante estas prácticas, a veces camuflándolas en un fingido intento por parecer folclórico, o hacerse el que se involucra con las mayorías en estos divertidos rituales. Fingen que se esfuerzan en no ser aguafiestas.
Ya pasaron los agüeros de Año Viejo: las doce uvas para la abundancia en los doce meses que siguen, el huevo en el agua o untado por todo el cuerpo, la vuelta a la manzana con la maleta en la mano... Ahora, llegan los baños, los riegos y los sahumerios; el seguimiento de las cabañuelas...
Desde los tiempos antiguos, cuando los seres humanos debían explicarlo todo otorgando vida, poderes y voluntad propia a los seres de la Naturaleza —explica la antropóloga Francy Esther Del Valle—, han buscado la protección y el amparo en las plantas, los minerales, los astros. Las tradiciones se van diseminando por el mundo. Si una práctica le sirve a alguien —es el razonamiento general—, debe servirme a mí también.
Para los primeros días del año, Sergio Naranjo Mejía, yerbatero de la Plaza de Mercado de Envigado, recomienda los baños, los riegos y los sahumerios. Baños y riegos con plantas amargas y dulces. El de las amargas incluye ruda, altamisa, verbena, cicuta, ajenjo y pino. Se hierven, explica, y luego, cuando se enfría, se usa para bañarse de la cabeza a los pies o para trapear la casa de adentro hacia afuera, ambas cosas mientras se repite la oración “Salga el mal y entre el bien, como entró Jesús a Jerusalén”.
Su propósito, asegura el herbolario, es “limpiar el aura y el ambiente donde uno está”.
El de las dulces incluye botón de oro, citronela, albahaca, manzanilla, hierbabuena, cidrón y aroma. “Sí, ahí están las siete”, confirma, metido como mantiene en su puesto que más bien parece una selva. “El propósito de los dulces es atraer la prosperidad”, indica Sergio, quien sugiere que se realicen durante uno, tres, cinco o siete días los primeros y, después de estos, los segundos. “No hay un horario para los rituales, pero es preferible en horas impares —dice, aumentando el misterio— Pero nada vale si no se barre todo bien primero con una escoba nueva”, añade, lo cual significa que nada es fácil. Todo tiene sus secretos, pero estos se transmiten de boca en boca.
Muchas personas llegan a su negocio a comprar, para la casa, el ramo de la abundancia, conformado por espigas de trigo, una flor de ajo, flores de botón de oro y siempreviva, pino y eucalipto, que habrán de ponerse en un florero de barro, en cuyo fondo él aconseja verter primero granos de arroz, lentejas o fríjol.
La flor del ajo debe estar cerrada, porque debe abrir durante el año. Hay quienes “sacrifican” un billete, que atan a una espiga. “No importa de qué valor sea billete afirma Sergio—. Al fin y al cabo, en el mundo esotérico, lo que usted sacrifica se le devuelve y multiplica”.
Y así, en este mundo mágico, entretenido y estético, podríamos pasar horas escuchando las recetas de Sergio Naranjo Mejía, quien se crió metido entre las ramas aromáticas y mágicas, acompañando a su papá y su mamá, Aurelio y Mariela. Ellos no heredaron el saber.
De joven, su mamá trabajaba en una legumbrería y de tanto preguntarle la gente por plantas, se fue enamorando del tema y fue aprendiendo tanto que estableció el puesto de plantas medicinales en el que trabaja.
“Pero no termine su nota sobre estos agüeros sin mencionar que el ramo de la abundancia viejo, el del año pasado, debe quemarse antes de poner el nuevo. Y que el día de Reyes Magos, esos personajes sabios y llenos de poderes, es bueno encender el sahumerio, especialmente con incienso, mirra y palosanto”, concluye Sergio.
Si el tres de enero cae algún poquito de agua, José Hugo Garcés Higuita sabe lo que deberá hacer: desde finales de febrero deberá arar el terreno y comprar las semillas para sembrar maíz, fríjol, arveja y “y todos los granos de la comidita”. La caña la deja para el final. Corta los colinos y los va sembrando de una vez. “Porque si no hay riego, no hay nada”.
Son las cabañuelas. Sin pereza, como un meteorólogo, en los primeros doce días de enero, se aplica en la observación del tiempo en la vereda La Sierrita, de Giraldo, donde tiene su finca el Guamal. Es cafetera, pero también siembra “por los laditos” estos productos. Apunta en un cuaderno si llueve, si apenas llovizna, si permanece nublado aunque sin lluvias, si hace Sol, si es un día “entreveradito” de lloviznas y Sol; en fin.
Y lo guarda en un cajón de su nochero, junto a los registros de siembras, abonos y desyerbes de su café especial, y el Almanaque de Bristol. Si bien lee el chiste en siete escenas, de vez en cuando mira el santo del día, lo importante para él son las fases de la Luna. “Se siembra y se poda en menguante para que las plantas sean más frondosas. Si se siembra o se poda en creciente, se estiran mucho, pero no se ensanchan”.
Sin embargo, todos no creen en eso. Guillermo Gaviria, caficultor de Concordia, considera que las cabañuelas eran creencias de los abuelos, pero que “yo ya no creería. Uno toma nota y le hace seguimiento y a veces coincide, pero no exactamente. Además, enero y febrero, julio y agosto son meses de veranito, en el curso normal de los años”.
“Yo no sé por qué las cabañuelas ya no salen. Ya el tiempo como que se dañó”, dice Marta Nelly Velásquez Mejía, campesina envigadeña. Con su esposo, Mario Restrepo, un arriero que carga arena y piedras extraídas de algunas quebradas, sembraban maíz, plátano, tomate, pero ya no siembran nada.
“De eso, más que todo me encargaba yo. Y estaba atenta a las cabañuelas para saber cuándo preparaba el terrenito y todo. Pero he pasado un poco enfermosa y no siembro nada. Pero igual estoy pendiente a eso de las cabañuelas, como le enseñaron a uno los de antes, pero ya eso como que no da”.
El Almanaque de Bristol es uno de los objetos más vendidos en los primeros días de cada año, desde 1832.
Fue ideado por el químico Cyrenius Chapin Bristol, que todavía ilistra su carátula. Él aparecía para promover un jarabe de zarzaparrilla. Lo vendió a Lanman & Kemp-Barcalay & Co. Inc., en 1856, que lo adquirió para promocionar sus productos: jabones y tratamientos capilares.
Los cálculos de temporadas aptas para la pesca, los tiempos de mareas, los eclipses y las fases de la Luna, realizadas para varios países de América, según su posición astronómica, los realiza el Observatorio Naval de Estados Unidos. Esta publicación, cuyo nombre completo es Almanaque Pintoresco de Bristol, es mencionado en La Hojarasca, El amor en los tiempos del cólera y Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez; en Seis problemas para don Isidro Parodi, de H. Bustos Domecq (Borges y Bioy Casares) y en Mulata de Tal, de Miguel Ángel Asturias.
Germán Arciniegas decía que los colombianos, especialmente los que nacieron y vivieron la primera mitad del siglo XX, no se deslumbraban en su infancia con los poemas de Homero sino con el Almanaque Bristol.