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Abejorral es un destino de arte, religión y turismo

El municipio del oriente antioqueño se prepara para la Semana Santa con exposiciones de arte religioso y otros temas patrimoniales.

  • Diferentes postales de la iconografía religiosa de Abejorral. La mayoría de estos lugares estarán abiertos al público en Semana Santa. FOTO juan antonio sánchez
    Diferentes postales de la iconografía religiosa de Abejorral. La mayoría de estos lugares estarán abiertos al público en Semana Santa. FOTO juan antonio sánchez
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Vida, muerte y resurrección en Abejorral
18 de marzo de 2016
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Para visitar al Señor de los Milagros de Buga no hace falta ir hasta el Valle del Cauca. Basta con ir a Abejorral, donde a falta de uno tienen dos.

El primero, de un privado pero que se puede visitar, fue construido como pago por una promesa, por un milagro cumplido. El segundo tiene una historia más interesante: fue concebido como un salón social, pero la idea evolucionó hasta transformarse en un templo con una réplica autorizada y con un molde del mismo Señor de los Milagros de Buga.

Velázquez, Durero, Da Vinci, Caravaggio, Boticcelli, Miguel Ángel; es imposible hablar de historia del arte sin mencionar la religión. De la misma forma, es imposible hablar de conservación de patrimonio (llámese arquitectónico, literario, etc.) sin dedicarle un capítulo al tema.

En el 2002, el Ministerio de Cultura declaró el municipio de Abejorral un “Bien de interés cultural de carácter nacional”.

La nominación hacía referencia especial a su arquitectura, pero desde entonces el pueblo se preocupa por la conservación de su patrimonio, que va desde las fachadas de sus casas hasta las figuras religiosas y obras de arte que hay dentro de estas.

Sea por motivos religiosos o artísticos, el municipio está haciendo un esfuerzo por conservar aquellos elementos que son transversales a su historia, y representan aquello que pervive el paso de los años.

Acto de fe y empanadas

Leticia Ochoa sostiene las llaves del templo con dificultad. Con un giro quita la primera cerradura y las bisagras crujen. La puerta, verde pálido casi imperceptible, tres metros de altura, desajustada, comején, se expandió hasta rozar el suelo. Para terminarla de abrir hace falta darle vuelta a la llave inferior mientras se empuja el portón, todo en un único y fluido movimiento. Y Leticia, que tiene un dedo paralizado por la culebrilla, dos cirugías de cadera, una de columna, y llegó a estar inválida, es incapaz de lograrlo. Un tercero le ayuda y logra que de un empujón las puertas del templo cedan. Leticia no pudo abrir la puerta, es cierto, pero es la única que tiene las llaves.

La mujer entra y enciende las luces. Recorrer la Capilla de María Auxiliadora a su lado es asistir a una procesión por el museo de la resiliencia: hay figuras religiosas de hace más de cien años, otras restauradas por última vez hace medio siglo y algunas recuperadas de esquinas polvorientas de casas del municipio. De la mayoría conoce su origen, su historia: la imagen de un Cristo caído fue donada por los matarifes de la ciudad, el sagrario desapareció en un robo y reapareció en una cañada, los ángeles que lo custodian fueron regalados con el objeto expreso de estar junto a él, etc.

El Plan Especial de Protección de Centros Históricos, elaborado en el 2009 y adscrito al Ministerio de Cultura, estima que la capilla de María Auxiliadora está en pie desde finales del siglo XIX, o comienzos del XX. El pequeño templo no hace parte de la iglesia principal, pero se encuentra a pocas cuadras del parque. Leticia la custodia, según sus cuentas, desde hace casi 40 años.

Como las figuras, su mecenazgo ha sobrevivido a la erosión del tiempo: es la única que queda de la junta inicial de vecinos que cuidaba la capilla. “Hacíamos empanadas de ocho a ocho, para comprar la pintura, las cositas, para pagar los arreglos. Los bombillos se funden de a tres o a cinco. A cada rato hay un robo y varias goteras. Esto se mantiene con lo que uno consigue”, dice, mientras hace el recuento de los nombres que han pasado por los cuidados de la iglesia. Sin embargo, el suyo es el único que se lee en una placa que, dentro del templo, reconoce su labor cuidándolo.

A pesar de todo, la historia religiosa y artística del templo se doblega frente a la de la casa de su familia. Su hogar hace parte del centro histórico que fue declarado bien de interés cultural de carácter nacional, y ahora conforman 63 manzanas del casco urbano.

La casa es una sucesión de habitaciones llenas de cuadros y figuras, cosas que Leticia presta, y no. ‘La dolorosa’, un óleo de 1937 del pintor abejorraleño Gregorio Ramírez, es uno de los cuadros que irá a dar en la exposición de iconografía religiosa que el pueblo tendrá en Semana Santa. Pero no es el caso del Niño Jesús que tiene en la sala, al que le hundió los ojos cuando era niña y luego tuvo que ser restaurado. “Tiene que volverse uno egoísta”, dice.

Muchas décadas atrás, Leticia tuvo una revelación: vio por primera vez la cara del Cristo que su tía tenía en la casa. La figura permaneció tapada para protegerla de los mismos que le hundieron los ojos al Niño Jesús -ella y sus hermanos-, hasta que su tía murió y la descubrieron en su entierro.

No fue una experiencia sobrenatural, sacra; una manifestación de una verdad divina. Más bien, una constatación de que los hombres pasan, y el arte permanece.

Ahora, Leticia tiene 80 años. Con su familia radicada en Medellín, vive en Abejorral con dos jóvenes que la ayudan con los quehaceres de su casa. En la capilla hay misa todos los martes a las 4:00 de la tarde, y en mayo de cada año se celebran las fiestas de María Auxiliadora. De vez en cuando, una de las mujeres con las que vive debe, en su reemplazo, tomar las llaves de la capilla y hacer el recorrido de dos cuadras de la casa al templo para abrirlo, o revisar que el velón que conservan encendido no produzca un incendio.

“Estaré ahí mientras pueda moverme”, dice. Y cuando no, las llaves pasarán a la siguiente persona que esté interesada en cuidar la capilla y las imágenes dentro de ella; religioso, o no, el patrimonio. Eso sí: tendrá que aprender, por sus propios medios, el truco para abrir la puerta.

El milagroso del Oriente

Las montañas parecieran tener un significado especial en la Biblia. Dios entrega a Moisés las tablas de la ley en una, el profeta Elías reza en otra, y Jesús es crucificado en una tercera. En Abejorral, el filo de la sinuosa vereda Chagualal remata con un templo que, en la cresta de la montaña y al borde del abismo, parece en sí un acto de fe.

La forma de la estructura, octagonal, dos pisos, una entrada de luz en el centro, recuerda al Baptisterio de San Juan, en Florencia. Y, aunque el templo del Señor de los Milagros no resguarda en su interior la pila bautismal donde Dante Alighieri fue iniciado en el catolicismo, sí tiene una reproducción digna de mérito: una copia del Señor de los Milagros de Buga.

Al tendero local le dicen don Pacho, aunque se llama Bernardo Suárez.

Es quien cuida del santuario, junto a Dora Ligia Mazo, y entre los dos relatan, cuales guías turísticos, la historia del santuario.

Don Pacho comienza tímido, casi modesto, la narración. Él y Mazo pertenecen a la comunidad que donó el lote para la edificación. Luego habla de lo primero que se ve a las afueras del templo: una lista con los nombres de las 600 personas que aportaron de a un millón de pesos para construirlo. Hay nombres y familias de Medellín, Bogotá, Cali, El Peñol, El Carmen de Viboral, Marinilla y hasta Estados Unidos.

“Las campanas las donó el señor Omar Llanos, de Bogotá. Hay una de 90 kilos, nosotros la pesamos”, dice. A medida que continúa la historia, la narración le aviva los ánimos.

Cuando llega a las figuras cercanas al atril lo hace casi jactándose: “esta Virgen la donaron de El Guaico [vereda de Abejorral], este Cristo viene de otro país, no me acuerdo cuál, pero se lo regalaron al padre”.

Junto al atril, en un balcón flanqueado a ambos lados por escalinatas, se sube a la réplica del Señor de los Milagros de Buga. A su diestra, una Virgen de Guadalupe, y a su zurda, un Niño Jesús.

“Hay mucha gente que viene en peregrinación, a pagar promesas. En diciembre vienen todos los días, y una vez un Jueves Santo contamos como 1.000 personas, porque comulgaron 800 y quedaron faltando”, declara orgulloso.

Así tenga las matemáticas agudas de un tendero, cuesta creerle. Para Mazo fueron “como 800”. Mucha gente para el filo estrecho de la montaña.

El padre Óscar Manuel Alzate, el párroco que oficia en el templo y quien tuvo la iniciativa de construirlo, estima que tal vez hubo 1.000 personas el día en que inauguraron el templo. “En lo general, en las fiestas especiales, van 300 o 400”, añade.

También, Alzate es quien conoce el porqué de un templo dedicado al Señor de los Milagros de Buga en medio de Antioquia.

Suárez explica que el padre tuvo una visión donde Dios le decía que tenía que hacer un templo a su nombre. Alzate lo ratifica: “fue una inspiración divina, yo inicialmente pensaba en construir un salón múltiple, para la comunidad y celebrar la sagrada eucaristía, pero Dios me dijo que le construyera un templo al Señor de los Milagros, porque allí iba a derramar muchas bendiciones”.

La réplica del milagroso de Buga, donada por un sacerdote de Palmira, Valle del Cauca, vino de un molde del Cristo original.

Además de tener una forma parecida, el templo comparte otro elemento con el Baptisterio de San Juan, en Florencia. Allí también hay una réplica. Las imponentes Puertas del paraíso, del italiano Lorenzo Ghiberti, sufrieron daños graves cuando una inundación afectó gran parte de Florencia.

Una vez se fue el agua la monumental obra -5,20 metros de altura, 3,10 de ancho, ocho toneladas de peso- fue sometida a un proceso de restauración. Al terminarlo, las puertas originales fueron trasladadas al museo dell’Opera, y una réplica fue ubicada en su lugar. A sabiendas o no de esto, cada año miles de turistas las visitan.

Las puertas del paraíso -réplica o no- son un paso obligado por Florencia. Mucho decir para una obra de arte que comparte ciudad con el David, de Miguel Ángel.

El Jueves Santo, una peregrinación saldrá a las seis de la mañana del parque de Abejorral hasta el Templo del Señor de los Milagros. Recorrido que, a pie, toma cinco o seis horas. Aunque réplica, el de Abejorral también cumple los milagros.

Infográfico

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