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A los ocho años Alejandro Arcila empezó a jugar contra niños de 12 de edad. Un año después ya se medía con tenistas de 14.
En todas las notas periodísticas que le han hecho desde entonces destacan el hecho de que el menudo muchacho, que está próximo a cumplir los 11 años, compita y derrote a rivales que son hasta cinco años mayores.
Él, sin embargo, lo asume con naturalidad, libre de toda presunción o timidez. Sabe que el desempeño que sorprende en su entorno es consecuencia de la convicción con la que toma decisiones, asume compromisos y acepta renuncias desde los seis años.
“El sueño de Alejo de ser tenista profesional nos ha llevado a perderle el miedo a hacer cosas distintas”, confiesa María Paulina, su mamá.
“Claro, yo a veces me pregunto si sí estamos haciendo lo correcto. Pero cuando lo veo contento y creciendo en su deporte nos afirmamos en nuestra decisión”, asegura.
María Paulina hace referencia al proceso académico que emprendieron para que Alejandro continuara sus estudios en un colegio virtual, y de esta forma, lograra desarrollar su proyecto deportivo con el tiempo y la exigencia que requiere.
La única duda hasta ahora en dicho proceso ha sido el tema de la socialización, espacio que propicia el colegio tradicional para que los niños tejan vínculos de amistad.
“Ese tema me genera muchas reservas, pero sabemos, y él lo sabe, que su sueño implica desprenderse de ciertas cosas. Pero es consciente de eso”, dice Paulina.
Ayer, Alejandro viajó Barranquilla, donde disputará un torneo nacional Grado 2 en el cual enfrentará a tenistas de 14 años. Es precisamente en esos escenarios donde ha encontrado las amistades que su faceta educativa no le permite.
“Los torneos y los viajes me han ayudado a conseguir buenos amigos en muchas partes. Pero también a comprender que lo que quiero lograr me obliga a un ritmo de vida diferente a los niños de mi edad”, dice Alejandro.
El joven deportista explica que mientras viajar es una experiencia de pura diversión para los pequeños de su misma edad, para él implica siempre una prueba de disciplina, como un examen que lo confronta constantemente para saber si esta sí es la vida que quiere seguir.
No solo se confronta a sí mismo en esas rutinas sino también a través de los referentes en su deporte.
“Mi mamá siempre me dice que uno tiene que tener espejos buenos y malos. Entonces me fijo mucho en la vida que llevan los grandes tenistas y trato de imitar lo positivo y estar consciente de lo malo. Y mis papás me ayudan a hacer ese ejercicio”, detalla Alejo.
Con esta práctica, Alejo ha nutrido su comportamiento en los torneos, la actitud frente a sus rivales y su crecimiento individual y como deportista. Son estos los logros de mayor orgullo para sus papás, más allá de las medallas.
“Pasa mucho que por la frustración por un mal partido o algo que no salió bien los deportistas se vuelven groseros con un juez, el entrenador o los mismos papás. Si uno no corta eso se le vuelve costumbre. Y así no debe ser. Por eso uno debe ser consciente de esas actitudes”, dice.
Del circuito cita a Roger Federer como un referente de lo que debe ser un atleta de alto rendimiento.
“Todo niño que sueñe con ser profesional en cualquier deporte debería reflejarse en la vida de Federer”, asegura.
Por el contrario, reseña al díscolo australiano Nick Kirgios como un ejemplo de cómo no asumir una carrera deportiva.
“Juega muchísimo tenis. Pero es irrespetuoso y desordenado. Para qué tanto talento si uno lo desperdicia de esa manera”, cuestiona.
Pero Alejo tiene claro que sus dos mayores espejos los tiene en casa: su papá, Juan Carlos, el hombre a quien tilda de “confiable” y con quien puede compartir cada cosa que le ocurre. Y su mamá, la mujer a la que tenista tanto agradece por “empelicularse con su cuento” y a quien debe enorme gratitud por los esfuerzos que ha hecho para estar ahí a su lado, siempre.
“Yo sé que ellos van a estar conmigo en esto del tenis hasta las últimas consecuencias o hasta que yo diga que no me siento feliz haciéndolo”, declara Alejandro.
Si en unos años llega a disputar un toeneo de Grand Slam, el antioqueño tiene claro que no puede olvidar dos cosas: a quién se debe y qué actitud seguir .