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Los ojos azules de Martín Echeverría Botero se iluminan cuando evoca las jornadas de gloria que vivió en el fútbol, especialmente con Nacional. Jugó poco tiempo, pero suficiente para quedar marcado por este deporte que, según él, “fue la universidad” en la que aprendió la disciplina, la constancia, la perseverancia y la dedicación que lo convirtieron en un empresario exitoso del sector automotriz.
Sentado en la oficina, a los 33 años de edad, el papá de María del Mar y Amelia habla de sus gritos de gol vestido con la camiseta verde (15), del orgullo que sintió al escuchar varias veces a 50 mil almas coreando su nombre en el Atanasio Girardot, de ser goleador del equipo en la primera Copa Suramericana (2002) y de salir campeón en Argentina con Newell´s. De su paso por Envigado y Unión Magdalena, donde cortó prematuramente su palmarés deportivo cuando tenía 24 años, a pesar de que el talento aún estaba a flor de piel.
Además de una lesión de tobillo (ruptura parcial de ligamento), Martín dice que un veto truncó su carrera. “Hubo una persecución evidente para quienes nos íbamos con los derechos deportivos a otros clubes. Herly Alcázar, Juan Carlos Henao y José Julián de la Cuesta fuimos víctimas de una ‘artistada’ que hicieron los equipos de Colombia, desconociendo las leyes de la Fifa”. Asegura que, “extrañamente”, las opciones que tuvo para vincularse al Medellín, Once Caldas, Millonarios y Pereira se cayeron.
A Nacional, procedente del semillero de Gerardo Moncada, llegó muy chico (10 años). Allí hizo todo el proceso en las divisiones menores hasta alcanzar la cúspide en el plantel profesional, en el que compartió, entre otros, con Totono Grisales, Héctor Hurtado, Prono Velásquez, Elkin Calle y Aquivaldo Mosquera.
De esa experiencia, la afición recuerda sus anotaciones decisivas como la del minuto 90 que le hizo al Junior, los dos tantos a Nacional de Uruguay en la Suramericana y otro en un clásico ante el DIM.
Tras reír y llorar en Colombia y Argentina, por los triunfos y derrotas, y soportar humillaciones (en los últimos meses lo pusieron a entrenar con la quinta categoría de Newell’s), un día en Cartagena, en compañía de su familia, decidió decirle adiós al balón.
“Me volví a lesionar el tobillo jugando para el Unión y pedí recuperarme en Medellín. En ese momento estaba indeciso en la parte deportiva: no había tenido más logros, los goles eran pocos, sentía afectada la parte emocional y les estaba transmitiendo eso a mi esposa e hija”.
Ahí comenzó otra vida para Martín. En 2004 empezó a trabajar en el negocio de reforestación y ganadería de su padre. A la par compraba y vendía vehículos, actividad que desempeñaba desde que jugaba en Nacional y a la que hoy en día le ofrece todo el tiempo en Renocar, una empresa que tiene con un socio.
Como hobby se dedica a la crianza de caballos de paso fino, algo que viene de cuna y que el fútbol, por tantos compromisos, le había quitado.
Orgulloso menciona a Azúcar Morena, la yegua que crió y que en dos años consecutivos fue elegida como la mejor del país, y ahora declarada fuera de concurso, el máximo galardón. El exgoleador también hace parte de la Junta Directiva de Asocaba, la Asociación de Caballistas de Antioquia.
Mientras observa los autos de alta gama que tiene para la venta en su local, admite que fue un error irse tan joven (23 años) a Argentina. “Estaba inmaduro en la parte futbolística. En Nacional iba en ascenso, firme. La hinchada me quería y no tenía problemas con los técnicos”.
Pero pensó en que allá estaba el trampolín para viajar a Europa y, además, le ofrecieron un “supersalario”: ganar 15 veces más y al año siguiente le daban el doble en el club que dirigía el Tolo Gallego, al que llegó lesionado y en el que le tocó disputar el puesto con grandes figuras.
¿Arrepentido del adiós tempranero? Martín dice que es consecuente con las decisiones, aunque señala que “todavía estaría metiendo goles”.
“Me realicé como futbolista y experimenté todo lo que quise, que 50 mil espectadores me cantaran un gol y sentir esa adrenalina con el equipo de mis amores (Nacional). Sé que pude haber llegado mucho más lejos, pero la vida me mostró otros caminos y no puedo ser desagradecido. He tenido una vida a gusto, plena, con errores y fracasos, pero también de felicidad y aciertos”.
Hoy le saca provecho al fútbol porque le dio un nombre, lo rodeó de amigos y siente felicidad cuando recibe mensajes de los hinchas que le manifiestan deseos de verlo vigente en las canchas. “Siento que dejé en algunas personas una huella y eso es gratificante”.