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Amable, descomplicada y locuaz pero con una vida que va a mil por tanto compromiso no solo en las pistas de bicicrós, sino fuera de ellas. Igual, Mariana Pajón mantiene una sensibilidad a flor de piel y una capacidad única para mantenerse optimista y visualizar un futuro exitoso.
Hoy, con algo de nostalgia, la doble campeona olímpica celebra el primer año de la conquista de su segundo oro, logrado en Río de Janeiro el 19 de agosto.
EL COLOMBIANO halló en su relato, satisfacción, amor por el país, su familia y la gente que la rodea, y un espíritu de superación indeclinable.
“Estos Olímpicos se sintieron como cosa de locos. La responsabilidad eran tan grande que si para Londres-2012 tuve que entrenar duro, para Río-2016 lo fue el doble.
Todo el proceso, sin embargo, fue más metódico y profesional, se centró en objetivos muy claros, se hizo un trabajo genial, planificado, al lado de Germán Medina y Jorge Wilson Jaramillo y la Selección Colombia. Y la verdad todo resultó perfecto.
Me di cuenta de que no hay que darse duro para lograr el objetivo. El proceso para Londres había sido de muchas lesiones, caídas, inconvenientes y aprendí mucho de eso. Comprobé que eso de que ‘si no duele no sirve’, no es real. Hay que disfrutar las cosas, aprender de ellas y darse cuenta que no hay ningún sacrificio, porque todo lo que se quiere se debe hacer con pasión y amor y que no hay necesidad de caerse para poder ganar algo. Y así fue en Río.
Cuando llegué a esa ciudad me sentía fuerte, primero porque ya había pasado el Mundial de Medellín, el reto deportivo más grande de mi carrera profesional, al estar en mi casa, en una pista que lleva mi nombre, al lado de toda la familia y viendo a la gente esperando el triunfo. Fue un reto que me ayudó para saber que ya estaba preparada para los Olímpicos.
Cuando llegué a Brasil me sentía muy fuerte, con la mejor preparación que he hecho, técnicamente en perfecto estado, sana, y con una forma física y mental ideal.
La prueba que afronté por tiempos me lo confirmó todo. Hice el mejor tiempo, sentí que podía ganar, que era la más rápida y que cada vez debía correr contra ese tiempo, siempre con la idea de romperlo.
Al subir al partidor, ya en la final, primero sentí una gran emoción al ver la tribuna toda vestida de color amarillo y coreando mi nombre, eran demasiados colombianos, haciéndome llegar toda esa energía positiva; la gente se volvía loca cada vez que el anunciador me citaba. Me dije: ‘si toda esta gente cree en mí yo también debo creer en esto’.
Entonces, salí como nunca lo había hecho, me sentía muy fuerte pero tranquila, obviamente con el corazón que se me quería salir del pecho, pero consciente de que había hecho lo mejor posible y que había llegado hasta allí por algo, que tenía el primer carril y que debía realizar una salida impecable.
La primera vuelta fue tan perfecta que en la segunda tuve que bajarle un poco a la velocidad. Ya en la recta final, era simplemente hacer una crono, otra vez como ya lo había hecho.
Cuando pasé la raya y me di cuenta del triunfo me puse a llorar, lo que no hice en Londres; me venció la emoción. Y cuando me subí al podio y empezó a sonar el Himno sentí una cosa impresionante y volví a llorar, se me salieron las lágrimas de tanta emoción.
Así lo viví ese día, incluso me enfermé después de la prueba antidopaje, no pude celebrar a pesar de que mi familia quería salir a comer. Pero me sentía feliz con una segunda medalla yendo para la casa. La sensación fue el doble de emocionante” .