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Fue un adiós largo, triste, cargado de melancolía y de fraternidad.
La despedida a los héroes de Chapecoense empezó en las afueras de la funeraria San Vicente de Medellín y se extendió hasta el aeropuerto de Rionegro, en donde los féretros que llevaban los últimos cincuenta cadáveres del total de 71 víctimas que dejó la tragedia aérea de La Unión, fueron embarcados en aviones hércules de nacionalidad brasileña con destino a la pequeña ciudad de Chapecó, en Brasil.
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Los deportistas y la delegación de ese pequeño gigante del fútbol brasileño, que llegaron a disputar la final de la Copa Suramericana con Nacional, esta vez no recibieron rechiflas, como se acostumbra con los rivales, sino aplausos. Y no se fueron derrotados sino que se fueron como héroes.
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El destino quiso que en vez de una fiesta en el gramado, lo vivido fuera un acto fúnebre, cargado de llantos, llantos que parecen infinitos, como bien lo dijo una señora que llegó hasta la funeraria a agitar una banderita blanca, aplaudir la caravana mortuoria y a darles un adiós a los que nunca jugaron el partido:
“Esto ha sido muy triste y ellos estarán por siempre en mi corazón, ojalá esto tan doloroso nunca vuelva a pasar, todo lo de Chapecó se quedó en Medellín”, dijo la señora, de nombre Lucila Agudelo.
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El alcalde de Chapecó, Luciano Buligon, que la escuchó a ella y varios centenares de antioqueños que llegaron a despedir a los héroes muertos de su pueblo, paró un instante, secó las lágrimas que ya mojaban su rostro, y en una mezcla de español y portugués, agradeció cada gesto: “Muito obrigado (muchas gracias), Chapecó estará eternamente agradecido con Colombia”, expresó Buligon, un hombre cálido, sencillo y que nunca, desde el miércoles que llegó a Medellín, se puso una camiseta distinta a la de los colores del equipo de su pueblo: el verde del Chapecoense.
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“Chapé, Chapé, vamos vamos Chapé”, fue el coro que volvió a escucharse en la avenida Juan del Corral y la calle Moore, donde está la funeraria y donde parquearon los vehículos fúnebres listos para la partida hacia Rionegro.
“Brasil, Brasil, Colombia con Brasil”, cantó la muchedumbre. Y entonces ambos alcaldes, el de Chapecó y el de Medellín, Federico Gutiérrez, se estrecharon en un abrazo fuerte y fraternal que duró más de 15 segundos. Se dijeron cosas y ese abrazo fue el sello de la hermandad que acaba de nacer entre Brasil y Colombia.
“No hace falta un trámite burocrático para sellar la hermandad, Colombia y Brasil y Chapecó y Medellín, sin papeles ni documentos que lo digan, somos más hermanos que nunca”, dijo el embajador de Brasil en Colombia, Julio Bitelli. “Con todo esto, Brasil descubrió a Colombia”, repitió el diplomático.
“El mensaje que le damos al mundo entero es que somos solidarios, lo que se ha visto estos días es la verdadera película de lo que es Medellín. Esta es una despedida dura y nunca los vamos a olvidar”, expresó Gutiérrez segundos antes de partir la caravana, en cuyo trayecto también salieron cientos de medellinenses a agitar pañuelos, banderas y a hacerles sentir a los viajeros que era un adiós, pero que a pesar de eso se quedaban para siempre en el corazón de Medellín y Colombia.
Honores militares
Pero mientras en Medellín los ciudadanos despedían la caravana, en el Comando Aéreo de Combate (Cacom 5) de Rionegro, a las víctimas les esperaba una despedida con honores.
Tras partir a las 12:30, la caravana llegó al Oriente por la autopista Medellín-Bogotá. Iba lenta y por eso llegó a Cacom 5 a las 2:40 de la tarde.
Allí esperaban tres aviones de la Fuerza Aérea Brasileña y un chárter privado. Precedía todo una calle de honor para los que llegaron por la gloria y la ganaron no en la cancha sino en esos avatares del destino, caprichoso e indescifrable, que los eligió a ellos, a los jugadores del Chapecoense y a los periodistas, para hacerlos eternos.
En la caravana estuvieron representantes del gobierno local, ciudadanos, diplomáticos brasileños y algunas familias de las víctimas que, en medio del dolor, agradecieron la solidaridad recibida.
En horas de la mañana, desde Medellín también había partido un cortejo fúnebre con cinco carrozas, que tuvo calle de honor en Rionegro por parte de la Fuerza Aérea Colombiana en el protocolo de otra despedida para los cinco bolivianos que perecieron en el accidente del avión CP2933 de la aerolínea Lamia, hecho ocurrido la noche del lunes en un vuelo que traía a la capital antioqueña al equipo Chapecoense para el partido de ida de la final de la Copa Suramericana.
La ceremonia con los bolivianos, que conformaban la tripulación de la aeronave, se inició a las 8:30 a. m., en la sede del Combate No. 5. Entre las carrozas fúnebres iban las cenizas de uno de los bolivianos, cuya familia decidió que el cadáver se cremara en Medellín.
Para los brasileños seguía un itinerario hasta Manaos, donde los hércules harían parada para reabastecer combustible y seguir a Chapecó, donde más de 200 mil ciudadanos esperaban, acongojados, los cuerpos inertes de sus ídolos, ídolos que los pusieron a soñar con un título de fútbol y al final terminaron hundiéndolos en la tristeza de un adiós que hermanó dos pueblos: el de Colombia y el de Brasil, para siempre... .