viernes
7 y 9
7 y 9
Hace quince años esta formadora
empezó el programa de las Escuelas Populares en patinaje y microfútbol.
Durante los últimos 15 años Cielo Patricia Arango Mejía se levantó todos los días pensando en esos chicos que la esperaban siempre ansiosos, al lado de la cancha de microfútbol o la pista de patinaje, para vivir una hora de felicidad haciendo lo que más les ha gustado: practicar deporte.
La pasión que la atrapó de niña por esta disciplina la llevó a seguir montada sobre ruedas y convertirse en formadora, pues luego de tener a su hijo y, aprovechando la oportunidad que le brindó el Inder, empezó a trabajar mientras continuaba con sus estudios de preescolar.
Era consciente de que necesitaba fortalecerse académicamente en el tema de la enseñanza pues lo hacía de forma innata.
A ella, a quien el instinto maternal le afloró en su paso por barrios como Castilla, Robledo, Doce de Octubre, Girardot, Cristóbal, entre otros, se le llenan los ojos con un brillo especial al hablar de las vidas que cambió gracias al desmedido servicio en esta actividad atlética.
También se le quiebra la voz al recordar momentos no tan dulces de su paso por las Escuelas Populares del Deporte, pues algunos niños viven circunstancias difíciles que afectan hasta el más duro corazón.
Una de las historias que le generó impacto tiene como protagonista a una niña del barrio Cristóbal, de 15 años y que llegaba a entrenar portando un brazalete. Tenía su domicilio como lugar de reclusorio y únicamente se podía ausentar durante la hora de entrenamiento.
Lo que sí le complace es recordar cómo los “pillos” de barrios en los que trabajó eran los primeros en evitar que algo malo pasara en la pista o cancha mientras dirigía a los pequeños.
“El uniforme del Inder se convirtió en una protección. Aquellos muchachos respetaron el turno de los escenarios. Lo dejaban libre cada vez que nos veían llegar y nos cuidaban”.
Reconoce que muchos niños, al terminar el programa, no pudieron seguir en el deporte, ya que económicamente sus padres no tenían los recursos suficientes. Algo lógico, debido a que en estas clases les entregan patines, guantes y cascos de protección. Todo esto es guardado en una bodega a la espera de más chicos interesados en iniciar una buena formación en patinaje.
Para Lucero Oquendo, quien siempre llega puntual con su hija Valeria Henao a las clases, la oportunidad que las Escuelas Populares del Deporte les están dando a los chicos es única.
“Es una bendición. Lo digo por la experiencia que he vivido con mi pequeña, porque ella soñaba con el patinaje pero por la situación económica de nosotros no podía ingresar a la liga o a un club. Ahora cumple un sueño, y eso le ha servido para que sea más disciplinada. Se esfuerza en el colegio para poder estar en el deporte y se alejó de malas compañías”, manifiesta.
Esto a Cielo le llena el corazón y la hace feliz: saber que muchos de los alumnos que ha guiado tomaron el patinaje como estilo de vida. Cambiaron sus hábitos, son más responsables y algunos tienen la fortuna de continuar enfocados en la parte competitiva.
Cielo no deja de superarse. Actualmente cursa octavo semestre de Sicología, y en su proyecto también está una maestría en Entrenamiento Deportivo.
Dice que ahora no solo quiere cambiar vidas sino también formar campeones mundiales. Desde enero dejó su labor en el Inder y ahora lo hace en Sabaneta, donde la llamaron por su buena hoja de vida.
De su servicio en los barrios extraña todo. Desprenderse de sus chicos no fue fácil, pero sabe que al igual que ellos debe seguir proyectándose, sin dejar de lado el amor por las Escuelas Populares del Deporte, ese programa quinceañero que llegó a los barrios para salvar vidas a través del deporte. Y en el que ella, al ser una de las primeras profesoras de este programa, sembró semillas de bien .